lunes, 2 de septiembre de 2013

1979 - 1992. Afganistán como parte del conflicto de la guerra fría. La invasión a Afganistán, guerrilla islámica y triunfo de los talibanes..



1979. La coyuntura política regional y su ubicación estratégica definirá el destino de Afganistán. Un nuevo capítulo de la guerra fría se procesaría con la entrada de tanques soviéticos, y el apoyo norteamericano a los grupos fundamentalistas islámicos.





La invasión a Afganistán y el apoyo al fundamentalismo islámico
Últimos capítulos de la guerra fría
Los problemas de Afganistán se arrastraban desde mucho tiempo atrás.
En los años sesenta la monarquía de este país había intentado impregnarse de un carácter democrático, pero la radicalización de la sociedad y la lucha de facciones por el poder impidieron la institucionalización prevista en su Constitución de 1964.
En 1973 la agudización de los conflictos condujo al derrumbe de la monarquía y la instalación de un régimen republicano, bajo la presidencia de Mohammed Daúd. Éste intentó aplicar una política moderada, manteniéndose neutral en el esquema de la guerra fría.
 En 1978, en Irán, un frente popular encabezado por los fundamentalistas musulmanes shiítas del Ayatollah Khomeini derroca a la monarquía del Shah. Aunque el carácter del golpe es nacionalista, el gobierno estadounidense recibe un duro golpe ya que el nuevo gobierno expulsa a sus tropas y barre con las bases militares que Estados Unidos había instalado a lo largo de la frontera con la URSS. Este hecho marcaría el destino de Afganistán.

Ante la posibilidad de que Estados Unidos buscara sustituir las bases perdidas emplazando otras nuevas en la frontera soviético-afgana, la URSS decide actuar.
Un sector del ejército encabezado por el general Mohammed Taraki, de tendencia comunista, derrocó a Mohammed Daúd y estrechó los vínculos con la URSS. Pese a que no realizó grandes modificaciones en la estructura económica del país, impulsó una serie de reformas resistida por amplios sectores, fundamentalmente las relativas a la igualdad de derechos de las mujeres respecto a los hombres.

En 1979 Hafizuli Amin fue designado primer ministro, y poco después Taraki era asesinado. Ante la incapacidad de Amin para manejar la situación, los soviéticos decidieron intervenir directamente, y en diciembre de ese año cruzaron la frontera afgana y apuntalaron el golpe de estado de Brabak Kamal.

De inmediato se produjo la resistencia armada de las guerrillas islámicas, con apoyo norteamericano, la cual se extendió a todo el país -con el apoyo logístico de gobiernos pro estadounidenses como el de Pakistán- y obligó a los soviéticos a mantener un numeroso contingente expedicionario.

La organización de la guerrilla antisoviética se basó en antiguas organizaciones militares campesinas, que si bien tenían que recibir un extenso entrenamiento militar antes de estar en condiciones de luchar con los soviéticos, tenían la ventaja de conocer a la perfección los difíciles terrenos montañosos en que se libraban las batallas.

El motivo por el que a la guerrilla financiada desde el exterior le fue tan sencillo encontrar una base social en el campesinado no sólo hay que buscarlo en los "lazos ancestrales" de estos campesinos con los jefes regionales y con el islam, sino sobre todo en la política del gobierno frentepopulista, que nunca llevó a cabo una verdadera reforma agraria, aunque tomara algunas medidas parciales en favor de los campesinos (por ejemplo, la eliminación de la usura y el establecimiento de tasas de interés fijas y relativamente bajas, o la expropiación indemnizada de un reducido número de latifundios).
En las ciudades, en cambio, los trabajadores y las mujeres habían recibido conquistas más importantes y apoyó masivamente al gobierno popular. Pero los campesinos, puestos a elegir entre dos regímenes que aparentemente no les significaban una gran diferencia, y en segundo lugar presionados por lealtades y prejuicios ancestrales, se alinearon en su mayoría con los fundamentalistas.


Entre mayo de 1988 y febrero de 1989 la URSS retiró todas las tropas, pero la guerra civil continuó. Afganistán dejó de ser un escenario más de la Guerra fría y se convirtió en una pieza fundamental en el tablero de las potencias regionales por hacerse con el control de un territorio estratégicamente situado.
Aun con sus intereses en juego, la estrategia de la burocracia de la URSS fue esencialmente defensiva, tanto en lo militar como en lo político. En vez de enfrentar la condena internacional, hizo repetidas declaraciones de su intención de retirarse, y en la práctica limitó el número de tropas, que nunca fue mayor de un millón.

En los primeros cinco años los mujaheddin no pasaron de ataques locales, pero a partir de 1986, y en el marco del "principio del fin" de la URSS, el Kremlin empieza a ceder terreno. Karmal es reemplazado por Najibullah, que poco después anuncia medidas conciliatorias, un cese de fuego y amnistías, lo que los rebeldes rechazan. En marzo de 1988, el ministro de Relaciones Exteriores Abdul Wakil acepta en Ginebra un plazo de nueve meses para el retiro de tropas, que Gorbachov y Najibullah confirman en abril, firmando un acuerdo entre Pakistán, Afganistán, la URSS y Estados Unidos.

El 15 de febrero de 1989 terminan de retirarse las tropas soviéticas, pero, el gobierno del Partido Democrático Popular Afgano (PDPA) no cayó inmediatamente. El consejo fundamentalista (Shura) había hecho cálculos de entrar a Kabul el mismo día 15, pero después de cuatro días de intensos combates se ve obligada a formar un gobierno fuera de la capital.

En Kabul, además de los restos del ejército regular, se forman milicias en las que participan obreros fabriles y mineros y muchísimas mujeres, que habían conquistado importantes derechos durante la ocupación soviética y sabían que un gobierno islámico sólo podría traer una brutal represión, no sólo por el fuerte componente machista de la ideología islámica, sino porque los derechos de las mujeres eran un símbolo de la ocupación.
A partir de 1989, los fundamentalistas avanzan con relativa facilidad sobre las provincias del interior, pero Kabul y sus alrededores resisten hasta 1992. Cuando entran las tropas fundamentalistas, venciendo a la población de Kabul por el hambre después de un sitio resistido heroicamente, inician una horrible masacre de comunistas y colaboradores del régimen del PDPA.

La victoria de los mujaheddines y sus disputas internas
Los talibanes entran en escena
 El consejo fundamentalista había elegido para el gobierno a dos representantes de fracciones irrelevantes, mientras las más importantes, la de Massud y la dirigida por Hekmatyar, se disputaban el poder. En 1992, cuando expira el plazo de ese gobierno, y coincidiendo con la toma de la capital, Rabbani, de la fracción de Massud, se hace cargo legalmente del gobierno, enfrentando la oposición militar de Hekmatyar y de otras fracciones menores. En este enfrentamiento, Rabbani tenía el respaldo de Irán y Hekmatyar respondía a los intereses pakistaníes. En 1994 termina el período de Rabbani, pero éste se niega a dejar el gobierno y se enfrenta militarmente con Hekmatyar, cuyo fuerte está al este de Kabul, en la ciudad de Jalalabad. 




Aprovechando la caótica situación política generada por la lucha entre las facciones, surgen con fuerza en 1994 los talibanes, un grupo integrado por estudiantes de teología procedentes del sur del país (de la región de Kandahar) y de etnia pashtún. Durante los meses siguientes avanzaron en dirección a Kabul: entre noviembre de 1994 y enero de 1995 tomaron las ciudades de Kandahar y de Ghazni, y en febrero alcanzaron los alrededores de Kabul. Rechazados por las fuerzas gubernamentales, los talibanes optaron por avanzar hacia el oeste y el este, con el fin de cercar la capital.
Motivaciones económicas
Los conflictos étnicos y religiosos sin duda existen en Afganistán, y millones de hombres están convencidos de luchar por esos motivos. Sin embargo, detrás de las motivaciones étnicas y religiosas hay intereses económicos concretos que son los que realmente mueven el conflicto.


Aunque Afganistán no tiene salida al mar, está ubicado estratégicamente en el camino entre las aguas del Océano Indico y las repúblicas ex soviéticas del Asia Central, donde se estima que hay abundantes reservas de petróleo aún no explotadas; Afganistán es, pues, el único territorio a través del cual se podría construir un oleoducto para sacar el petróleo a los puertos pakistaníes o iraníes y permitir su comercialización internacional, y esto constituye su principal importancia estratégica actualmente. Mientras en los tiempos de la URSS el petróleo de Tayikistán se consumía dentro de la Unión y se transportaba por tierra, hoy los países limítrofes y Estados Unidos saca cuentas sobre cuánto queda aún por extraer y cómo garantizar una vía de transporte y comercialización por mar.
El país, además, cuenta con considerables riquezas mineras y, sobre todo, con la "flor nacional", la amapola de la que se extrae el opio, sustancia de la que Afganistán es el segundo productor mundial después de Birmania. Una parte de este opio es destinada a usos médicos legales, y otra parte entra en el circuito de procesamiento y distribución ilegal, sobre todo en la forma de heroína, pasando por Pakistán para luego circular internacionalmente. La lucha por el control de esta producción está en el fondo de la "guerra contra las drogas" de los Taliban.
El régimen Taliban: el reino del terror
A fines de setiembre de 1996 Afganistán volvió a ocupar, por primera vez después de la década de los ’80, las primeras planas de los grandes periódicos. Una guerrilla fundamentalista musulmana conocida como Taliban (estudiantes del Corán) avanzó entonces sobre la capital, Kabul, derrocando al gobierno de Burhanuddin Rabbani y colgando de un semáforo, junto con su hermano, al ex presidente frentepopulista Najibullah, que había sido respaldado por la ocupación soviética hasta la retirada del Ejército Rojo en 1989.
Los talibanes procedieron a establecer allí donde se extendieron su visión restrictiva del islam: radical separación de sexos en público, prohibición a las mujeres de ocupar un puesto de trabajo, persecución de actividades consideradas ‘impías’ (salas de juego, consumo de bebidas alcohólicas) y modificación de la legislación penal para aplicar leyes más severas, entre otras.
Los talibanes, liderados por el mulá Mohammad Omar ha venido aplicando desde esa fecha una política absolutamente violatoria de los derechos humanos.

A los afganos cuya lengua no era el pashto se les prohibió desplazarse libremente por el país. A muchos los hicieron prisioneros únicamente por pertenecer a determinada etnia. Los guardias talibanes mataron deliberada y sistemáticamente a millares de civiles de etnia hazara durante los días siguientes a la toma de Mazar-e Sharif, en agosto de 1996. La gran mayoría de las víctimas eran residentes de los barrios árabes de Zara'at, Saidabad y Elm. Las mataron en sus casas o en la calle, o fueron ejecutadas en puntos entre Mazar-e Sharif y Hairatan. Los talibanes dispararon contra mujeres, niños y ancianos que intentaban huir de la ciudad. Al menos un grupo de prisioneros fueron ejecutados públicamente cerca de la ciudad de Hairatan. Según informes, en Mazar-e Sharif se ejecutó a alrededor de setenta hombres degollándolos.

La persecución a los disidentes políticos y fundamentalmente a los pertenecientes al Partido Democrático Popular se ha llevado adelante mediante encarcelamientos masivos, torturas y ejecuciones públicas.

Por otra parte, el gobierno taliban ha llevado adelante una dura guerra contra las mujeres,  a quienes se les prohibió acudir a centros de enseñanza y ocupar puestos de trabajo; debiendo permanecer confinadas en el hogar y sólo salir a la calle acompañadas por un familiar cercano de sexo masculino.

La prohibición de que las mujeres trabajen tiene un efecto tanto peor cuanto que, después de más de quince años de guerra ininterrumpida, muchas mujeres son el único sostén económico de sus hijos, ya porque sus maridos murieron o están lisiados a consecuencia de la guerra, ya porque integran alguna de las diez o doce milicias islámicas que se disputan el país. Se calcula que sólo en la capital afgana, con 750.000 habitantes, unas 30.000 mujeres son cabeza de familia.

Centenares de hombres han estado recluidos durante días o semanas y fueron maltratados por no acatar edictos talibanes. Entre ellos había individuos que no habían asistido a rezos públicos o que se habían recortado la barba, así como taxistas que habían llevado a mujeres en su vehículo y sastres que habían confeccionado prendas femeninas.

Mujeres profesionales como catedráticas, traductoras, médicos, abogadas, artistas y escritoras han sido sacadas de sus trabajos y metidas en la casa, lo que hace que la depresión esté siendo tan común que está alcanzando límites de emergencia.
Las casas en donde haya mujeres, deben tener las ventanas pintadas para así no ser vistas nunca por transeúntes. Deben llevar zapatos silenciosos para no ser oídas.
Las mujeres viven temiendo por sus vidas por la mínima conducta inadecuada. Como no pueden trabajar, aquellas sin familiares varones o sin maridos se estan muriendo de hambre o estan mendigando en las calles, incluso las que tienen doctorados.

Una adolescente totalmente cubierta, pero que no tenía zoquetes y se le veía un milímetro del tobillo desnudo, fue castigada a latigazos. Siempre con el Corán en la mano, los talibanes castigan también a los bebedores, a los consumidores de cualquier droga, a los narcotraficantes, a los "corruptos" y a los adúlteros. Estos últimos tienen un ‘status’ especial: en vez de ahorcarlos, los apedrean. Los que no rezan a las horas preestablecidas son golpeados con fusiles; a los ladrones se les cortan dedos o manos enteras.
Sin embargo, si bien el gobierno talibán ejecutó a varios barones del opio, con la heroína no son tan puritanos como aseguran ser, ya que según expertos en temas de drogas, en el último año Afganistán inundó los mercados europeo, americano y de Oriente con más de 75.000 millones de dólares de heroína. Gran parte de esta producción fue cosechada en tierras bajo control del Taliban.

La oposición del resto de las guerrillas islámicas
Mientras tanto, una coalición de varias milicias islámicas libra contra el Taliban una guerra cuyo centro de operaciones está en el norte del país y en el casi inexpugnable valle de Panjshir, al norte de Kabul, la región natal del comandante Ahmad Shah Massud y de su guerrilla, el Jamiat-e-Islame, de la que también procedía el depuesto presidente Rabbani. En la coalición participan, además de Massud, las milicias chiítas como el Hezb-e-Wahdat, la milicia Hezb-e-Islame de Bulguddin Hekmatyar y las milicias de la etnia uzbeka que dirige Rashid Dostum. Esta coalición recibe apoyo de Irán, que era también el principal respaldo del régimen de Burhanuddin Rabbani. Esta gente no tiene nada contra el fundamentalismo ni se opone por principio a apalear mujeres y a cortarle los dedos a los ladrones, sino que simplemente se enfrentan con los Taliban por el poder político y económico y porque representan intereses diferentes a nivel mundial.
Fuera de éstos, en los últimos años han surgido en Kabul grupos guerrilleros de autodefensa integrados por mujeres, y en lucha por la recuperación de sus derechos. 
 
Seis años de represión fundamentalista han destruido todo vestigio de organización sindical o política opositora. En medio de este caos países islámicos de la región intentan sacar provecho de la situación, bien por intereses religiosos o geopolíticos en la zona: apoyo de Pakistán a los talibanes, así como el de Irán al gobierno derrocado; situación de creciente tensión en las cinco repúblicas musulmanas ex-soviéticas: Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán, que tienen fronteras con Afganistán y las otras dos Kazajstán y Kirguisia, que se hallan próximas.
La complejidad llega a su cenit en Uzbekistán, de gran interés estratégico en la zona por sus reservas de uranio, su acelerada privatización de la economía y una gran minoría rusa, vincula al país con Rusia. 

Está nueva situación puede conmover la precaria estabilidad de Asia Central y generar un conflicto regional más amplio e incontrolable, fruto del nuevo orden mundial de tan graves consecuencias para el conjunto de la humanidad.

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