sábado, 12 de mayo de 2012

Corrientes literarias en las primeras décadas del siglo XX


Como en otras áreas del arte, en la literatura de comienzos del siglo XX, surgen corrientes que se oponen a los valores existentes de la sociedad capitalista.
En Alemania, por ejemplo, la publicación de las obras de F. Nietzsche con su demoledora crítica a los valores dominantes y su preocupación por las fuerzas interiores de la personalidad humana influyeron profundamente en el desarrollo del pensamiento de principios del siglo XX.
El movimiento naturalista en literatura apareció tras el apogeo del realismo.
El realismo busca un arte que refleje las fuerzas del bien y del mal que afectan a la vida humana. El naturalismo, por su parte, es una forma de determinismo artístico que pinta un mundo desolado en el que los seres humanos están atrapados y condenados al fracaso y al desastre por fuerzas incontrolables.
Los temas utilizados a menudo por los escritores naturalistas incluyen la enfermedad, la locura, la senilidad, la hipocresía religiosa, las relaciones familiares, los problemas políticos, y las fuerzas ineludibles de la economía, la herencia, la raza, la clase y el entorno. Estos temas y la forma de presentarlos, anticipaban muchos tratamientos similares en la literatura moderna.
Por otra parte, el expresionismo influyó en la literatura en las primeras décadas del siglo como reacción frente al naturalismo y al impresionismo. Al igual que en la pintura y la música, el nuevo movimiento tenía por objeto la expresión o representación de los sentimientos, experiencias y reacciones interiores del artista o escritor.
El escritor expresionista da cuerpo al concepto de Nietzsche del artista como un crítico de los valores tradicionales. Además, igual que el pintor, el poeta o el novelista buscaba retratar las poderosas fuerzas interiores en la personalidad humana.
Un lenguaje emocional exagerado y el dibujo de tipos abstractos más que de personajes realistas se convirtieron en medios para ese fin.

El dramaturgo alemán Frank Wedekind, un expresionista temprano, con un sentido grotesco del humor, luchó contra las convenciones sociales en demanda de una nueva moralidad sexual. Fuerzas tales como la rebelión adolescente y la sexualidad amoral quedan retratadas en sus obras "Despertar de primavera" (1891) y "La caja de Pandora" (1904). Esta última sirvió de base tanto para un film (1928) como para "Lulu", una ópera del compositor austriaco Alban Berg.
Entre los escritores de habla alemana, ninguno ejerció tanta influencia en la literatura contemporánea como Franz Kafka.
Sus narraciones y novelas "La metamorfosis" (1915), "El proceso" (1925), "El castillo" (1926) y "Amerika" (1927) ofrecen un fascinante ajuste de cuentas con un mundo desarticulado e inescrutable, atrapado por la falta de fe y de dirección. El estilo narrativo aparentemente sencillo de Kafka dio una nueva profundidad al principio expresionista, evocando el misterio de la experiencia humana a través de símbolos sugerentes.
Otros escritores importantes en esta época fueron Thomas Mann y Hermann Hesse.

 Thomas Mann, en su primera novela, Buddenbrooks (1901), expuso un tema recurrente en su obra: el conflicto entre los prósperos representantes de la saludable vida burguesa y el artista perspicaz y a menudo enfermizo. Los conflictos y dificultades de la personalidad creadora son el tema de las novelas y narraciones más importantes de Mann.
 
Los escritos de Hermann Hesse expresan un sentido de la soledad espiritual, a menudo atemperado por la sabiduría y el misticismo de la filosofía oriental. Hesse describió la alienación y la dualidad de la naturaleza de los seres humanos modernos en Demian (1919) y "El lobo estepario" (1927).

Entre los novelistas y autores de relatos de habla inglesa, Aldous Huxley es uno de los que expresan mejor la sensación de desesperanza del periodo posterior a la Primera Guerra Mundial en "Contrapunto" (1928), una novela escrita con una técnica que supone una ruptura con respecto a las narraciones realistas previas.
 
Antes que Huxley, y de hecho antes de la guerra, las novelas de E. M. Forster, como "Una habitación con vistas" (1908) y "Regreso a Howards End" publicada también como "La mansión" (1910), habían expuesto el vacío de los intelectuales y las clases altas. Forster proponía un regreso a los sentidos y a la satisfacción de las necesidades del ser físico.
D. H. Lawrence también expuso la necesidad de un regreso a las fuentes primigenias de la vitalidad de la raza. Sus numerosas novelas y relatos, entre las que destacan "Hijos y amantes" (1913), "Mujeres enamoradas" (1921) y "El amante de lady Chatterley" (1928) son muchos más experimentales que las de Forster.
El evidente simbolismo de los argumentos de Lawrence, y la exposición directa de sus opiniones rompen los lazos con el realismo, que queda reemplazado por la propia dinámica del espíritu de su autor.
Mucho más experimentales y heterodoxas fueron las novelas del irlandés James Joyce. Con su novela "Ulises" (1922) Joyce alcanzó fama internacional.

La idea principal de la novela está basada en "La Odisea" de Homero y abarca un periodo de 24 horas en las vidas de Leopold Bloom, un judío irlandés, y de Stephen Dedalus, cuyo clímax se produce al encontrarse ambos personajes. En "Ulises", Joyce utilizó ampliamente la técnica del monólogo interior, como medio para retratar a los personajes, combinándolo con el empleo del mimetismo oral y la parodia de los estilos literarios como método narrativo global. La revista estadounidense Little Review empezó en 1918 a publicar los capítulos del libro hasta que fue prohibido en 1920. Se publicó en París en 1922.
Finnegans Wake (1939), su última y más compleja obra, es un intento de encarnar en la ficción una teoría cíclica de la historia.
La novela está escrita en forma de una serie ininterrumpida de sueños que tienen lugar durante una noche en la vida del personaje Humphrey Chimpden Earwicker. Simbolizando a toda la humanidad, Earwicker, su familia y sus conocidos se mezclan, como los personajes oníricos, unos con otros y con diversas figuras históricas y míticas.
Con "Finnegans Wake", Joyce llevó su experimentación lingüística al límite, escribiendo en un lenguaje que combina el inglés con palabras procedentes de varios idiomas.
De algunos de estos experimentos participan las novelas de Virginia Woolf, cuyas "Mrs Dalloway" (1925) y "Al faro" (1927) expresan la complejidad y evanescencia de la vida experimentada a cada momento. Ivy Compton-Burnett atrajo a menos lectores con sus originales disecciones de las relaciones familiares, narradas casi siempre con escuetos diálogos, como ocurre con "Hermanos y hermanas" (1929).
En estas primeras décadas del siglo, surge también con nuevo impulso, el género de ciencia ficción. El principal autor de este género en lengua inglesa, que comparte con Julio Verne la distinción de máximo creador del género fue H. G. Wells.
 
Más interesado por la biología y la evolución de las especies que por las ciencias físicas, y más preocupado por las consecuencias sociales de la tecnología, Wells escribió numerosas novelas de carácter científico, aderezadas de ironía y realismo.
Su fama creció rápidamente tras la publicación de "La máquina del tiempo" (1851), novela a la que siguieron "La isla del Doctor Moreau", "El hombre invisible", "La guerra de los mundos" y "El primer hombre en la luna".
Ya en el siglo XX destacan especialmente las obras de Aldous Huxley, "Un mundo feliz", y George Orwell, "1984", famosísimas utopías negativas que describen una sociedad terrorífica, asfixiante y deshumanizada, sometida a la tiranía de la ciencia y la política. Ambas obras se han convertido en clásicos del género.
En Estados Unidos, la reacción contra el romanticismo del siglo XIX, que ya se hacía sentir con el cambio de siglo, recibió gran impulso debido a la dura experiencia de la Primera Guerra Mundial.

Los horrores y la brutal realidad de la guerra tuvieron un impacto duradero en la imaginación estadounidense. Novelas como "La paga de los soldados" (1926), de William Faulkner, y "Fiesta" (1926) y "Adiós a las armas" (1929), de Ernest Hemingway, presentan la guerra como símbolo de la vida humana, salvaje e innoble. Los escritores prosiguieron esa vena realista que se ha mantenido desde entonces, reemplazando el sentimentalismo por nuevas visiones psicológicas.
La década que siguió a la Primera Guerra Mundial se ha denominado a menudo como la 'edad del jazz' o 'los felices años veinte'.
En la sociedad norteamericana se produjeron rápidos cambios cuando los estadounidenses se rebelaron contra el puritanismo. Fue fundamental al respecto Sherwood Anderson, con su libro de relatos "Winesburg, Ohio" (1919), de penetrante visión psicológica.

F. Scott Fitzgerald, desilusionado pero al mismo tiempo candoroso, dirigió su mirada satírica a las clases altas en novelas como "A este lado del paraíso" (1920) y "El gran Gatsby" (1925). La crítica considera que esta última novela constituye un comentario perfecto sobre el sueño estadounidense de riqueza y poder. Sinclair Lewis, el primer escritor estadounidense que obtuvo el Premio Nobel de Literatura (1930), satirizó brillantemente la cultura del 'hágase rico rápidamente' de la época, en novelas como "Calle mayor" (1920).

La publicación por parte de la poeta y editora Harriet Monroe de la revista "Poetry" (1912) supuso un extraordinario renacimiento poético tras un largo periodo de decadencia.
La primera fase de ese renacer la representó el imaginismo, un movimiento iniciado por los poetas Amy Lowell y Ezra Pound que revolucionaron el estilo poético convirtiéndose en uno de los pilares de la poesía del siglo XX e influyendo de modo singular en la poesía europea y latinoamericana. Sin embargo, hubo otras dos fases en el renacer poético de comienzos del siglo XX que fueron mucho más populares en Estados Unidos: la obra de un grupo de Illinois, en el que destacaron Edgar Lee Masters (Antología del Spoon River, 1915), y Carl Sandburg (Poemas de Chicago, 1915); y la obra de un grupo de Nueva Inglaterra, en el que destacó Robert Frost. La obra de Frost y Sandburg, durante sus prolongadas carreras, fue considerada como la expresión auténtica de un espíritu poético estadounidense.
La publicación de "La Tierra baldía" (1922) por el poeta anglo-estadounidense T.S. Eliot, supuso un cambio radical. Por medio de una masa de asociaciones simbólicas de acontecimientos legendarios e históricos, Eliot expresa su desesperación sobre la esterilidad de la vida moderna.
La tendencia al esoterismo en las formas, lenguaje y simbolismo aumentó con los "Cantos" (publicados entre 1925 y 1960), de Ezra Pound. Tanto Eliot como Pound, por medio de su poesía y de sus escritos críticos, tuvieron una inmensa influencia en el curso de la poesía del siglo XX.
  
Literatura latinaomericana
Con la consolidadción económica y política de las repúblicas latinoamericanas, y la paz y la prosperidad resultantes de ella, surgió a fines del siglo XIX un movimiento de profunda renovación literaria: "el modernismo".
Su característica principal fue la defensa de las funciones estética y artística de la literatura en detrimento de su utilidad para una causa concreta. Los escritores modernistas compartieron una cultura cosmopolita influida por las más recientes tendencias estéticas europeas, como el parnasianismo francés y el simbolismo, y en sus obras fundieron lo nuevo y lo antiguo, lo nativo y lo foráneo tanto a nivel formal como temático.
La mayoría de los modernistas eran poetas, pero muchos de ellos cultivaron, además, la prosa, hasta el punto de que la prosa hispana se renovó al contacto con la poesía del momento. El iniciador del movimiento fue el peruano Manuel González Prada, ensayista de gran conciencia social a la vez que osado experimentador estético.
Entre los principales poetas modernistas se encontraban el patriota cubano José Martí, el también cubano Julián del Casal, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el colombiano José Asunción Silva, aunque fue el nicaragüense Rubén Darío quien se convirtió en el más destacado representante del grupo tras la publicación de "Prosas profanas" (1896), su segunda obra mayor, y él sería el verdadero responsable de conducir al movimiento a su punto culminante.
Rubén Darío solía mezclar los aspectos experimentales del movimiento con expresiones de desesperación o de alegría metafísica, como en "Cantos de vida y esperanza" (1905), y tanto él como sus compañeros de grupo materializaron el mayor avance de la lengua y de la técnica poética latinoamericana desde el siglo XVII.
A la generación más madura pertenecieron escritores como el argentino Leopoldo Lugones y el mexicano Enrique González Martínez, que marcó un punto de inflexión hacia un modernismo más íntimo y trató temas sociales y éticos en su poesía.
El uruguayo José Enrique Rodó aportó nuevas dimensiones artísticas al ensayo con su obra "Ariel" (1900), que estableció importantes caminos espirituales para los autores más jóvenes del momento. Entre los novelistas se encontraban el venezolano Manuel Díaz Rodríguez, que escribió "Sangre patricia" (1902) y el argentino Enrique Larreta, autor de "La gloria de Don Ramiro" (1908).
Al mismo tiempo, otros muchos escritores ignoraron el modernismo y continuaron produciendo novelas realistas o naturalistas centradas en problemas sociales de alcance regional. Así, en "Aves sin nido" (1889), la peruana Clorinda Matto de Turner pasó de la novela indianista sentimental a la moderna novela de protesta, mientras que el mexicano Federico Gamboa cultivó la novela naturalista urbana en obras como "Santa" (1903), y el uruguayo Eduardo Acevedo Díaz escribió novelas históricas y de gauchos.

El relato breve tuvo como uno de sus máximos exponentes al escritor uruguayo Horacio Quiroga, quien, en "Cuentos de la selva" (1918), combinó un enfoque de tipo regional centrado en la relación entre los seres humanos y la naturaleza primitiva, con la descripción de fenómenos psicológicamente extraños en unos cuentos de misterio poblados de alucinaciones y situaciones fantásticas.
La Revolución Mexicana, iniciada en 1910, coincidió con un rebrote del interés de los escritores latinoamericanos por sus características distintivas y sus propios problemas sociales. A partir de esa fecha, y cada vez en mayor medida, los autores latinoamericanos comenzaron a tratar temas universales y, a lo largo de los años, han llegado a producir un impresionante cuerpo literario que ha despertado la admiración internacional.
En el terreno de la poesía, numerosos autores reflejaron en su obra las corrientes que clamaban por una renovación radical del arte, tanto europeas -cubismo, expresionismo, surrealismo- como españolas, entre la cuales se contaba el ultraísmo, denominación que recibió un grupo de movimientos literarios de carácter experimental que se desarrollaron en España a comienzos del siglo. En ese ambiente de experimentación, el chileno Vicente Huidobro fundó el creacionismo, que concebía el poema como una creación autónoma, independiente de la realidad cotidiana exterior, el también chileno Pablo Neruda, publicó en 1923 su primer libro "Crepusculario" y en 1924 "Veinte poemas de amor y una canción desesperada" que se convirtió en un éxito de ventas (ha superado el millón de ejemplares), y lo situó como uno de los poetas más destacados de Latinoamérica. Neruda trató, a lo largo de su producción, un gran número de temas, cultivó varios estilos poéticos diferentes e incluso pasó por una fase de comprometida militancia política. Por otro lado, surgió en el Caribe un importante grupo de poetas, entre los que se encontraba el cubano Nicolás Guillén, que se inspiraron en los ritmos y el folclore de los pueblos negros de la zona.
A partir de comienzos de siglo, la novela latinoamericana en español ha experimentado un enorme desarrollo que ha pasado por tres fases: la primera, dominada por una gran concentración en temas, paisajes y personajes locales se vio seguida por otra en la que se produjo una extensa obra narrativa de carácter psicológico e imaginativo ambientada en escenarios urbanos y cosmopolitas, para llegar finalmente a una tercera en la que los escritores adoptaron técnicas literarias contemporáneas, que condujeron a un inmediato reconocimiento internacional y a un continuo y creciente interés por parte del mundo literario.
La narrativa de carácter regional tuvo en el argentino Ricardo Güiraldes, autor de "Don Segundo Sombra" (1926), la culminación de la novela gauchesca; al colombiano José Eustasio Rivera creador de "La vorágine" (1924), y al venezolano Rómulo Gallegos Freire, autor de "Doña Bárbara" (1929), de la novela de las planicies.
La revolución mexicana inspiró a novelistas como Mariano Azuela, autor de "Los de abajo" (1915), y a Gregorio López, que escribió "El indio" (1935). La situación de los indígenas atrajo el interés de numerosos escritores mexicanos, guatemaltecos y andinos, como el boliviano Alcides Arguedas, que trató el problema en "Raza de bronce" (1919)
En Chile, Eduardo Barrios se especializó en novelas psicológicas como "El hermano asno" (1922). Otros escritores, entre los que se cuenta María Luisa Bombal, autora de la novela "La última niebla"(1934), cultivaron el género fantástico.

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