jueves, 8 de noviembre de 2012

Panorama de América Latina tras la Segunda Guerra Mundial



El crecimiento económico de América Latina, beneficiado por el contexto de las guerras, se estanca a partir de la década de 1950. La intervención de Estados Unidos en el marco de la guerra fría y su dependencia económica, la forzarán a ubicarse en la periferia de la economía mundial.


Panorama de América Latina tras la Segunda Guerra Mundial
Las dos guerras mundiales sufridas en Europa, provocaron en América Latina un notable crecimiento, y una diversificación en la mayoría de sus sectores económicos.
La nueva industria se atrincheró tras las barreras aduaneras que los gobiernos levantaron para protegerla, y creció gracias a las medidas que el estado adoptó para restringir y controlar las importaciones, fijar tasas especiales de cambio, evitar impuestos, comprar o financiar los excedentes de producción, tender caminos para hacer posible el transporte de las materias primas y las mercaderías, y crear o ampliar las fuentes de energía.

Los gobiernos de Getulio Vargas (1930/1945 y 1951/1954), Lázaro Cárdenas (1934/1940) y Juan Domingo Perón (1946/1955), de signo nacionalista y amplia proyección popular, expresaron  en Brasil, México y Argentina, la necesidad de despegue, desarrollo o consolidación, según cada caso y cada período, de la industria nacional.
El "espíritu de empresa" fue, en América Latina, una característica del Estado, sobre todo en los períodos de impulso decisivo.


Chile, Colombia y Uruguay también vivieron procesos de industrialización sustitutiva de importaciones, en los períodos que aquí se describen.
La política de bienestar aplicada en Uruguay por José Batlle y Ordoñez y posteriormente por Luis Batlle Berres no se limitó a poner en práctica la legislación más avanzada de su tiempo, sino que además impulsó  con fuerza el desarrollo cultural y la educación de masas, y nacionalizó los servicios públicos y varias actividades productivas de considerable importancia económica

Sin embargo, estas políticas no sentaron las bases para un proceso de industrialización sostenido, sino que a nivel global, América Latina seguía formando parte de la periferia mundial.
Los beneficios de su rápido desarrollo económico no se redistribuyeron de forma equitativa entre el conjunto de la población, y cuando Europa se reorganiza tras la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos se afianza como potencia mundial, sobrevendrá la crisis.

Las modificaciones de la economía mundial, en especial la formación del Mercado Común Europeo (1957) y la sustitución de la hegemonía británica por la estadounidense en América Latina, dejó a las producciones exportables latinoamericanas a la deriva.

Los productos que fabrican los países industrializados suben de precio mientras bajan, por lo menos relativamente, los precios de las materias primas que exportan los países en "vías de desarrollo".
La necesidad de asociación de la industria nacional  con las corporaciones, se hacía perentoria a medida que se iban quemando etapas en la sustitución de manufacturas importadas y las nuevas fábricas requerían más altos niveles de técnica y de organización.
Estados Unidos había reemplazado a Gran Bretaña como mercado más importante y como principal inversor de bienes de capital en Latinoamérica, y en el siglo XX estableció su hegemonía a todos los niveles sobre la región, interviniendo con frecuencia en los asuntos internos de la mayoría de los países del continente.
Así, el estancamiento económico de América Latina coincidió con una gran expansión de las empresas norteamericanas en la región.
El dólar se transformó  en un instrumento de acumulación de una liquidez internacional que tendía a crecer con el volumen de las transacciones internacionales. De esta forma, los Estados Unidos adquirieron el privilegio de emitir un papel moneda que, por tener garantía del gobierno norteamericano, poseía poder liberatorio en todos los países del mundo.
El nuevo sistema resultaría de la proyección internacional de un conjunto de empresas norteamericanas. Como las empresas que tendieron a proyectarse a escala mundial estaban estructuradas en oligopolios dentro de la economía de EEUU, tendría que reproducirse un sistema similar de decisiones en escala multinacional.
Así, a diferencia de la antigua economía internacional, fundada en un mercado internacional de productos, la nueva comenzó a definirse como un sistema de decisiones de ámbito multinacional, cuya coherencia derivaba de criterios valorativos establecidos a partir de la realidad interna de la economía norteamericana.
En 1957, en un censo realizado a las empresas norteamericanas en el extranjero, 45 empresas controlaban el 75% del total de las inversiones directas. En el sector manufacturero, 143 empresas controlaban  el 41% de las inversiones totales.
Por otra parte, frente al temor del avance comunista, Estados Unidos promovió diversos acuerdos (Acta de Chapultepec, en 1945; Tratado de Río, en 1947) en los que afirmaba la ayuda mutua entre los países americanos frente a cualquier vulneración de su soberanía por un Estado no americano.
En ese sentido, la creación de la Organización de Estados Americanos (1948) tenía como objetivo poner en práctica la Doctrina Monroe a través del panamericanismo. No obstante, argumentando el temor a que el comunismo se extendiera por Latinoamérica, Estados Unidos emprendió acciones unilaterales contra Guatemala (1954), Cuba (1961), República Dominicana (1965), Chile (1973), Granada (1984), El Salvador y Nicaragua en la década de 1980 sin consultar con sus aliados latinoamericanos.
Desde que terminó la Segunda Guerra Mundial y la mayoría de los imperios reconocidos se disolvieron, ha prevalecido lo que podríamos calificar como el moderno imperialismo económico, donde el dominio no se manifiesta de manera oficial. Por ejemplo, Estados Unidos ejerce un considerable control sobre determinadas naciones del Tercer Mundo debido a su poder económico y su influencia en algunas organizaciones financieras internacionales, tales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Del mismo modo, las potencias europeas han seguido interviniendo de forma significativa en la vida política y económica de sus antiguas colonias, por lo que han sido acusadas de practicar el neocolonialismo, que consiste en ejercer la soberanía de una nación sin que exista un gobierno colonial oficial.
El presidente del Consejo Internacional de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, Phillip Courtney (1959) definía de esta manera la política estadounidense para América Latina: "Históricamente, una de las razones principales de los Estados Unidos para invertir en el exterior es el desarrollo de los recursos naturales, particularmente minerales y, más especialmente, petróleo. Es perfectamente obvio que los incentivos de este tipo de inversiones no puedan menos que incrementarse. Nuestras necesidades de materias primas están en constante aumento a medida que la población se expande y el nivel de vida sube. Al mismo tiempo, nuestros recursos domésticos se agotan...".
Era imprescindible entonces que en América Latina estuvieran al frente gobiernos afines a las inversiones trasnacionales en lugar de gobiernos proteccionistas.
En América Latina, con excepción de la economía venezolana -basada en la exportación de petróleo explotado por grandes compañías extranjeras-, las economías de la región fueron seriamente afectadas, también en grados diversos, por la declinación relativa del comercio internacional de productos primarios.
Esta nueva industrialización, centrada en las inversiones extranjeras en los diferentes países, tendría consecuencias de diversa índole: debilitaría el proceso formativo de los centros nacionales de decisiones, creando una forma de desarticulación de las decisiones económicas; limitaría las posibilidades de integrar el sector industrial en expansión con las actividades exportadoras; y pondría en marcha un proceso de integración multinacional esencialmente basado en la articulación de decisiones al nivel de las grandes empresas extranjeras que se instalaran en la región. Esta expansión no contribuyó a solucionar los problemas de balanza de pagos de los países latinoamericanos, ni tampoco para estimular el crecimiento de sus economías
Los diversos sectores sociales, los sindicatos obreros y de empleados públicos, y las gremiales empresariales en los distintos países latinoamericanos, lucharan entre sí por la distribución de una riqueza cada día menor en medio de una inflación que nada parecía detener. En Cuba, el movimiento revolucionario que se levanta contra la dictadura de Batista, toma el poder en 1959, y será tomado como ejemplo y bandera por movimientos revolucionarios en toda América Latina. (Ver: Revolución Cubana)

En 1960, seis países sudamericanos y México firmaron un tratado que creaba un Acuerdo Latinoamericano de Libre Comercio (ALALC).
Al año siguiente, el presidente John F. Kennedy dio un nuevo enfoque a la ayuda económica para América Latina con la creación de la Alianza para el Progreso.
Era un programa que prometía realizar reformas económicas y sociales en las repúblicas americanas.

En abril de 1967 los países miembros de la alianza se reunieron en Punta del Este, Uruguay, para evaluar el progreso y reafirmar su compromiso con la alianza. El punto más importante que se acordó fue la creación de un Mercado Común Latinoamericano, que reemplazaría a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio. Hacia 1971, diez años después de la creación de la Alianza, surgieron problemas por los decepcionantes resultados, debidos al inesperado aumento de la población, el creciente desempleo y la persistente distribución desigual de la riqueza y de la tierra.
 

La dura conflictividad entre los distintos sectores, sumada a la prolongada crisis económica que se acentuaba, provocó el proceso de deterioro de las instituciones y el surgimiento de movimientos guerrilleros que culminaron en la década de los años '70 con el ascenso de las dictaduras militares en la mayoría de los países del continente.
 

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