viernes, 14 de septiembre de 2012

El fin del Imperio Otomano


El siglo XX encuentra al imponente Imperio Otomano en crisis y decadencia. El gran imperio guerrero y multicultural que se extendió desde el año 1300 hasta 1922, recibió su golpe de gracia tras su participación en la Primera Guerra Mundial.

Sobre sus orígenes:
Los turcos de raza mongólica descendieron del Turquestán al califato de Bagdad (siglo IX), donde constituyeron la guardia personal de los sultanes. Poco a poco se hicieron tan poderosos que en 1058 lograron derrocar a la dinastía de los abasidas y fundar la suya propia, la de los seyúcidas, bajo las órdenes de Otmán I "El victorioso", de quien el pueblo turco tomó el nombre para su imperio.
Los historiadores destacan como características principales de esta población su vocación guerrera, y la gran influencia que ejercía sobre ellos el Islam, y en ella su lucha contra el Imperio Bizantino.
El Imperio Otomano se extendió en el tiempo desde el año 1300 hasta 1922, y durante su mayor extensión territorial abarcó tres continentes, desde Hungría al norte hasta Adén al sur, y desde Argelia al oeste hasta la frontera iraní al este, Ucrania y sur de Rusia, aunque su centro de poder se encontraba en la región de la actual Turquía.

 
Las incesantes guerras y alianzas supusieron el éxito de los otomanos, que expulsaron a los bizantinos de Asia Menor y comenzaron a avanzar hacia el sureste de Europa.
La principal ocupación del Estado otomano era la guerra, y su institución más importante era el Ejército.
Las primeras fuerzas otomanas estaban compuestas por una caballería turca pagada a través de concesiones de gobierno (normalmente ganancias en tierras) conocidas como timares. Cuanta más tierra era conquistada, más ingresos tenían los "gazis" turcos musulmanes. Pero la caballería ligera "gazi" no era suficiente para la guerra constante, y desde mediados del siglo XIV los otomanos comenzaron a reclutar otras tropas asalariadas de mercenarios, esclavos, prisioneros de guerra y (desde mediados del siglo
XV) una leva de jóvenes cristianos de los Balcanes. A partir de estas nuevas fuerzas surgió la famosa y muy disciplinada infantería otomana, cuyos miembros eran conocidos como los "jenízaros", que fue el factor principal de los éxitos militares otomanos desde finales del siglo XV en adelante. La administración otomana, por su parte, operaba en función de las necesidades de estas fuerzas.
La población del Imperio otomano era una mezcla cultural, lingüística y religiosa.
La mayoría de la población de las provincias europeas era cristiana y pertenecía a la Iglesia ortodoxa, muchos de los cuales aceptaron el dominio otomano porque era menos oneroso que la dominación católica. En Tracia, Macedonia, Bulgaria y Albania había un extenso asentamiento musulmán, y en Bosnia se produjo una conversión en masa al Islam. En las provincias asiáticas sucedía lo contrario: la mayoría de la población era musulmana aunque había muchos cristianos en las ciudades; en Anatolia había cristianos griegos al oeste y armenios al este, y grupos numerosos de cristianos en Siria y Egipto.
El pueblo se agrupaba desde un punto de vista económico en torno a tribus o villas, así como en gremios en las ciudades. El mayor número estaba compuesto por campesinos, quizá el 15% de la población eran habitantes de las ciudades y una proporción bastante superior nómades o seminómades. Cada una de estas formas organizativas se manejaba con cierta autonomía, teniendo un jefe que intermediaba con la autoridad del imperio.
Durante sus primeros tres siglos, el Imperio otomano fue próspero, y esa prosperidad se reflejó en el desarrollo de una brillante cultura a nivel de la música, literatura (especialmente historia, geografía y poesía), pintura y, sobre todo, en la arquitectura.


En 1453 el sultán Mehmet II conquistó Constantinopla (Estambul) y la convirtió en la tercera y última capital otomana. Las conquistas continuaron durante el siglo XVI, anexando Siria, Egipto, Irak y los Balcanes. Pero la invulnerabilidad del Imperio quedó puesta de manifiesto en 1571 con la importante derrota de su flota en Lepanto, a manos de la Liga Santa formada por el Papado, Venecia y la Monarquía Hispánica (cuyo rey era Felipe II).

Crisis y caída del Imperio
La serie de derrotas militares que sufre con Austria y posteriormente a manos de Rusia, provoca una serie de cuestionamientos a nivel interno.
Para algunos, las instituciones otomanas, empezando por el ejército, habían perdido el esplendor de los viejos tiempos, y la respuesta era volver a la antigua situación. Para la poderosa burocracia civil, el problema estaba en la decadencia del ejército respecto a los avances a nivel militar realizados por los países europeos.
Durante el siglo XIX esta segunda concepción dominó y, durante el reinado de Mahmud II se inicia un proceso de reformas: se intenta abolir el antiguo ejército y suplantarlo por una fuerza asalariada, disciplinada y reclutada, que se convirtió en el principal instrumento de centralización política durante el último siglo del imperio otomano. Esta transformación ocasionaba más gastos: debían pagarse más impuestos de las poblaciones, y de las instituciones no gubernamentales para financiar una burocracia más eficaz que recaudara. No pudiendo sostener tal aparato el imperio comenzó a endeudarse y tuvo que aceptar cierto control financiero europeo (1881), con las consecuentes presiones desde el punto de vista político y religioso.
Durante el último siglo de su existencia, la cuestión ante la que se encontraba el Imperio otomano era si a través de la coerción podría mantenerse unido, hasta que los frutos de la modernización satisfacieran a los ciudadanos no musulmanes para que continuaran formando parte del Imperio. En sus provincias europeas fracasó porque los cristianos no acataban el poder otomano y las potencias europeas no permitían que éste les coaccionara. Gradualmente las provincias se hicieron autónomas: Grecia (1829), Serbia (1830) y los principados de Moldavia y Valaquia (actual Rumania) que se unificaron en 1859. Grecia se independizó en 1830, Serbia, Rumania y Montenegro en 1878, así como parte de Bulgaria.
Hacia 1885 los territorios otomanos en Europa se redujeron a Macedonia, Albania y Tracia, y todos ellos, exceptuando Tracia, dejaron de pertenecer al Imperio como resultado de las Guerras Balcánicas de 1912-1913. También los otomanos perdieron el control del norte de África: Argelia fue tomada por Francia en 1830 y Túnez en 1881. Inglaterra ocupó Egipto en 1882 e Italia anexionó Libia en 1912. Los otomanos conservaron las provincias asiáticas e incluso aumentaron su poder en Arabia. Aunque había algunas muestras de oposición nacionalista en las provincias árabes, se limitaron a una pequeña minoría, y en 1914 no había razones que hicieran pensar que el poder otomano no perduraría en Asia.
El colapso y la extinción del Imperio otomano fue consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
El gobierno cometió el error de entrar en la guerra del lado de los Imperios Centrales, y la derrota de Alemania significó el final de los otomanos. Éstos no tuvieron demasiados problemas durante los dos primeros años de la guerra, aunque sufrieron derrotas a manos de Rusia al este de Asia Menor. Pero en 1917-1918, cuando comenzaron en Irak y Siria nuevas ofensivas británicas, las fuerzas otomanas comenzaron a declinar y tras la firma del Armisticio de Mudros (octubre de 1918) los otomanos habían perdido todo menos Anatolia. Los otomanos se vieron obligados a firmar el Tratado de Sèvres (1920), a través del cual no sólo perdían las provincias árabes sino también sufrían la división de Anatolia.
En oposición a los planes aliados y a la invasión a Grecia en mayo de 1919, surgió un movimiento nacionalista bajo el liderazgo de Mustafá Kemal Atatürk que  llevó a cabo la resistencia armada contra el gobierno de Abdul Hamid II, hasta que en 1922 los griegos fueron derrotados y expulsados de Anatolia y del este de Tracia. El  1 de noviembre de 1922 se abolió la dinastía otomana y el Imperio llegó a su final. Un año después fue sustituido por la República de Turquía.

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