lunes, 29 de abril de 2013

El cine en los países del Este europeo



Tras la muerte de Stalin se comenzaron a procesar tímidos deshielos en el panorama del socialismo real en los países del Este europeo, y posteriormente en la Unión Soviética.
Un film como "Los cinco de la calle Barska" de 1954, aparece insinuando que la realidad polaca es bastante más complicada de lo que da a entender el realismo socialista. Otros directores sin embargo, enmarcados en la línea política más ortodoxa, seguirán exaltando al prócer histórico.
En películas como "Una lección de vida" (Yuri Raizman; 1955), "Tres hombres en una balsa" (Mikhail Kalatozov; 1954) y  "El cuarenta y uno" (Grigori Chujrai; 1956) entre historias de amor y comedia, los directores realizan leves apuntes críticos y satíricos acerca de la burocracia, apuntando hacia una reflexión más profunda de la conducta de los personajes, evitando el maniqueísmo tan típico de la época anterior.
Checoslovaquia fue quizás el país más prolífico del bloque del este, con su famosa escuela de cine y de animación; Tuvo entre sus representantes más destacados a Juri Weiss ("Un amor así"; 1959), y el animador Jiri Trnka ("El príncipe Bayaya"; 1954).

En la década del sesenta, con la "Primavera de Praga" surge un nuevo cine donde el desencanto generacional es el rasgo más característico. Es el caso de "Trenes rigurosamente vigilados" de Jiri Menzel o "Los amores de una rubia" (1965) de Milos Forman, por ejemplo, un film distintivo de este período, en la que la crónica de una aventura amorosa entre la rubia del título y un joven pianista, deriva luego en un retrato crítico de unos padres aferrados a su comodidad burguesa y sus frases machaconas y vacías.
El el cine polaco de los años sesenta también se viven años de renovación. Su representante más significativo es Roman Polanski, que con inteligentes libretos y una importante rigurosidad formal compone sus conflictos. Su primer largometraje como director "El cuchillo bajo el agua" (1962), atrajo la atención internacional de la crítica, lo que le permitió trasladarse al Reino Unido donde rodó dos películas muy personales, "Repulsión" (1965) y "Callejón sin salida" (1966); también hizo una apuesta valiente con "Macbeth" (1972).

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