sábado, 30 de noviembre de 2013

1994. Genocidio de Ruanda

1994. En África ocurre una de las peores atrocidades del siglo XX: la brutal matanza de unas 800.000 personas en Ruanda.

El 6 de abril de 1994, el avión del presidente ruandés Juvénal Habyarimana fue derribado por atacantes desconocidos cuando se aproximaba a la capital ruandesa, Kigali.
La muerte de Habyarimana desencadenó una serie de acontecimientos en los que vecinos e incluso amigos se enfrentaron entre sí.
Se produjeron asesinatos dentro de las familias al matar los hutus a sus parientes tutsis
Aunque la violencia fue aparentemente espontánea, de hecho había sido planificada. A pesar de que un gran número de medios de comunicación describieron erróneamente lo que ocurría como un conflicto tribal, las verdaderas causas eran otras.


Las raíces del conflicto
El conflicto entre hutus y tutsis en el este de África Central no era el producto de antiguos odios tribales, como se ha afirmado con tanta frecuencia.
Los hutus y los tutsis no son tribus.
Una tribu es una comunidad diferenciada con su propio lenguaje, idioma, costumbres, territorio y religión. Los hutus y tutsis de las naciones de Ruanda y Burundi comparten el mismo territorio, hablan el mismo idioma (kinyarwanda en Ruanda, kirundi en Burundi), tienen las mismas costumbres, practican la misma religión y frecuentemente se casan entre sí.
La diferencia real entre los hutus, que son mayoritarios (entre el 80 y el 85% de la población en Ruanda y Burundi), y los tutsis, que representan una minoría de entre el 12% y el 15% en ambos países, es de carácter sociopolítico.

Los habitantes originales de la zona conocida actualmente como Ruanda eran los twas. Los hutus ruandeses emigraron posteriormente a la región, y ya estaban bien establecidos cuando llegaron los tutsis a principios del siglo XV.
Esta sociedad pre colonial tenía una estructura jerarquizada en la que los tutsis eran la aristocracia dominante. Su posición social estaba ligada a la propiedad de ganado, un símbolo de distinción en muchas sociedades del África Oriental.

Los hutus no estaban autorizados a poseer ganado si no se lo concedía un señor tutsi. La concesión (o retirada) de ganado, era un vínculo esencial entre los patrones tutsis y sus clientes hutus. Por ejemplo, los soldados hutus que servían bien en la guerra a sus jefes tutsis eran a menudo recompensados con ganado.

Las guerras en la región eran frecuentes, pero no enfrentaban a tutsis contra hutus. Se trataba de conflictos civiles entre tutsis de alto linaje -apoyados respectivamente por sus vasallos hutus en un sistema similar al de la Europa medieval- o de guerras externas entre el reino de Ruanda y los reinos vecinos que actualmente forman parte de Uganda y Tanzania.

Ruanda fue colonizada por Alemania (desde 1894 a 1916) y posteriormente por Bélgica (de 1916 a 1962). Bélgica ocupó la región durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y gobernó el país con un mandato de la Sociedad de Naciones y posteriormente de la ONU. Tanto Alemania como Bélgica decidieron ejercer su gobierno a través del sistema social existente en Ruanda, con aristócratas tutsis y clientes hutus. No obstante, sus motivos para hacerlo crearon tensiones entre estos grupos y ayudaron a sentar las bases para los posteriores conflictos en Ruanda.

Basándose en las características físicas -los tutsis solían ser altos, delgados y de aspecto más "europeo" que los hutus, más bajos y robustos-, los colonizadores determinaron que los tutsis y los hutus eran dos razas distintas.
Según las teorías raciales de finales del siglo XIX y principios del XX, los tutsis, con su aspecto más "europeo", eran considerados la "raza superior" y recibían un tratamiento preferente. En 1930, los funcionarios auxiliares de Bélgica en Ruanda eran casi todos tutsis, lo que les hizo ganarse una enemistad duradera de los hutus.

Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), muchas colonias africanas empezaron a avanzar hacia la independencia.
Al haber sido favorecidos en todo, incluida la educación, los tutsis de Ruanda eran más conscientes que los hutus de la tendencia descolonizadora y pidieron la independencia a Bélgica. En un intento desesperado por eludir esta exigencia, los belgas empezaron a
apoyar a los hutus en contra de los tutsis, lo que desencadenó una lucha violenta.
Los combates empezaron en 1959 y acabaron desembocando en la independencia en 1962, con un gobierno dominado por los hutus.

Aunque el número de personas muertas y exiliadas entre 1959 y 1962 fue minúsculo en comparación con 1994, los acontecimientos de aquellos años causaron un grave daño a las relaciones entre hutus y tutsis. Unos 15.000 tutsis murieron y alrededor de 120.000 huyeron de Ruanda para escapar de la persecución del gobierno liderado por los hutus. Muchos huyeron a Burundi, donde los tutsis dominaban el nuevo gobierno independiente, pero también a Uganda, la República Democrática del Congo (que posteriormente se llamó Zaire y actualmente ha recuperado el nombre de República Democrática del Congo) y Tanzania. Algunos llegaron incluso hasta Europa y EEUU.

El acceso de los hutus al poder
En nombre de la justicia social e histórica, el nuevo gobierno dominado por los hutus estableció medidas políticas claramente anti-tutsis en un esfuerzo por vengar años de dominación tutsi.
Mediante cuotas basadas en la etnia, la ideología gubernamental del "poder hutu" -una mezcla de teorías étnicas y sociales cuyo denominador común era la superioridad hutu- limitó los empleos y posiciones sociales que podían ocupar los tutsis. Los tutsis que permanecieron en el país se convirtieron en ciudadanos de segunda clase, y a los que huyeron al extranjero no se les permitió regresar.

Uno de los métodos de dominación empleados por el gobierno encabezado por los hutus consistía en restringir las oportunidades económicas de los tutsis.
La mayoría de los ruandeses intentaba ganarse la vida mediante la agricultura, pero la tierra era escasa. Este problema se veía exacerbado por el pequeño tamaño de Ruanda (unos 26.000 km2) y el masivo crecimiento de la población tras la independencia (alrededor del 3% anual). A menudo, los tutsis que intentaban comprar tierra se veían bloqueados por restricciones del gobierno, y las tierras que se les confiscaron entre 1959 y 1962 no fueron devueltas. Los tutsis también sufrían discriminación en otros terrenos. Por ejemplo, los empleos estatales estaban reservados para los hutus. Esto hizo que muchos tutsis se establecieran por su cuenta o empezaran a trabajar para organizaciones internacionales.

A pesar de sus excesos, la resuelta actitud pro-occidental del gobierno de Ruanda durante la Guerra fría hizo que disfrutara de un sólido apoyo exterior. Muchos gobiernos democráticos, especialmente los de Bélgica, la República Federal de Alemania, Francia y Suiza, apoyaron económica y políticamente al gobierno dirigido por los hutus. Los exiliados tutsis en el extranjero intentaron expresar su preocupación y sus quejas, pero en general no se les hizo caso.

La situación cambió drásticamente con el estallido de la guerra civil en Uganda en 1981. El líder guerrillero y presidente Yoweri Museveni pertenecía a la tribu de los banyankole, del oeste de Uganda. El grupo social de Museveni dentro de los banyankole, los hima, ocupaba la misma posición social que habían ocupado los tutsis antes de la independencia de Ruanda. El gobierno del anterior presidente ugandés Milton Obote consideraba que los himas y los tutsis eran aliados naturales y, recalcando esta asociación, presentaba a Museveni como un extranjero en un intento de desacreditarle.

Atrapados en medio de esta propaganda y perseguidos como aliados de los rebeldes, los refugiados tutsis del oeste de Uganda empezaron pronto a sufrir la represión anti guerrillera y se unieron a los combatientes de Museveni para sobrevivir. Como miembros del ejército de Museveni, los tutsis adquirieron experiencia militar y se hicieron con armas. Cuando finalmente Museveni ganó la guerra y accedió al poder en 1986, los refugiados tutsis de Ruanda entraron a formar parte del ejército regular ugandés.

Desde su nueva posición de poder, los refugiados empezaron a planear su regreso a Ruanda. Era un país que muchos de ellos no conocían, puesto que habían huido de Ruanda a una edad muy temprana o habían nacido ya en el extranjero. A lo largo de los cuatro años siguientes crearon una organización clandestina llamada Frente Patriótico Ruandés (FPR) y se prepararon para invadir Ruanda. En octubre de 1990, atacaron.

La guerra duró hasta agosto de 1993, cuando el presidente ruandés Habyarimana aceptó finalmente un acuerdo para compartir el poder con el Frente Patriótico Ruandés en un tratado firmado en Arusha (Tanzania). Sin embargo, los extremistas hutus de su gobierno no aceptaron el tratado de paz. Algunos de estos extremistas, que ocupaban altos cargos en la administración y las fuerzas armadas, habían empezado a diseñar su propia solución para el "problema tutsi" ya en 1992. La polémica decisión de Habyarimana de firmar la paz con el FPR hizo que otros, incluidos algunos líderes de la oposición, se pusieran de parte de los extremistas. Muchos de los implicados en la planificación del genocidio de 1994 se consideraban patriotas que defendían su país contra una agresión externa. Los hutus moderados que se oponían al genocidio también se convirtieron en un objetivo para ellos.

En abril de 1994, el avión de Habyarimana fue derribado cuando volvía de una conferencia internacional celebrada en Dar es Salaam, la capital de Tanzania. Su muerte marcó el comienzo del genocidio.

El genocidio
Los asesinatos de Ruanda acabaron con la ilusión, mantenida después de la Segunda Guerra Mundial, de que el mundo ya no se mantendría pasivo mientras tenía lugar abiertamente un genocidio.
A diferencia del genocidio de los jemeres rojos de Camboya, que se cobró la vida de casi 2 millones de personas en la década de 1970 cuando Camboya estaba rígidamente cerrada al mundo exterior, las atrocidades de Ruanda quedaban registradas en las informaciones que se emitían todas las noches por televisión.
La Convención de 1948 para la Prevención y el Castigo del Crimen de Genocidio fue violada sin el menor recato, y varios países -incluido EEUU- se abstuvieron cuidadosamente de calificar lo que estaba ocurriendo de "genocidio". Si lo hubieran hecho, la convención de 1948 les habría obligado a intervenir.


La ONU tampoco respondió, al ser incapaz de superar los conflictos de intereses de sus miembros. Esta organización tenía una fuerza de paz de unos 1.500 miembros en Ruanda cuando comenzó la matanza. Sus tropas estaban estacionadas como parte del acuerdo de Arusha de 1993, pero no intentaron detener el genocidio porque a los miembros de la ONU les preocupaba verse involucrados en el conflicto. De hecho, el 21 de abril de 1994, justo cuando se estaban produciendo algunas de las matanzas más sangrientas, el Consejo de Seguridad de la ONU decidió reducir las fuerzas de paz de la ONU en Ruanda.

Debido a la naturaleza caótica del genocidio, nunca se ha determinado sistemáticamente el número total de personas asesinadas, pero la mayoría de los expertos creen que fueron unas 800.000 personas. Esta cifra incluye unos 750.000 tutsis y aproximadamente 50.000 hutus políticamente moderados que no apoyaban el genocidio. Muchos de estos asesinatos fueron cometidos por hordas armadas con palos y machetes. Sólo unos 130.000 tutsis sobrevivieron a las matanzas.

Además de la carnicería organizada también hubo miles de violaciones y palizas, y los que vieron los asesinatos y lograron escapar sufrieron daños indecibles.
Más de 100.000 casas fueron derribadas. Los comercios fueron saqueados y otras propiedades fueron destruidas. Muchos de los ciudadanos más importantes del país fueron asesinados u obligados a huir, entre ellos los más expertos funcionarios estatales, jueces, abogados y médicos, además de un gran número de profesionales. Estas pérdidas continúan afectando a Ruanda en la actualidad en forma de una economía pobre, un sistema judicial con retrasos abrumadores y una administración inexperta.

Los asesinatos también desencadenaron nuevos combates entre el gobierno y el FPR, que intentó detener la carnicería expulsando al gobierno encabezado por los hutus. En su avance, las fuerzas del FPR mataron a unos 50.000 hutus considerados responsables de las matanzas. El gobierno encabezado por los hutus intentó emplear estas muertes para convencer a la población hutu de que el FPR estaba planeando un contra-genocidio y de que todos los hutus debían huir del país.
Hutus en Burundi
 En parte, tuvieron éxito. En agosto de 1994, más de dos millones de hutus (alrededor del 30% de la población hutu de Ruanda) habían huido al Zaire y a Tanzania. Muchos de los responsables de planificar y ejecutar el genocidio les acompañaron, ocultos entre la masa de inocentes. Bajo la influencia de estos extremistas, los campos de refugiados apoyados por la ONU se convirtieron en semilleros de subversión y terrorismo contra el nuevo gobierno encabezado por el FPR, que había asumido sus funciones en julio.

Al principio, la llegada al poder del FPR pareció mejorar el panorama político de Ruanda. El nuevo gobierno mantenía un equilibrio entre representantes del FPR y hutus que se habían opuesto a la dictadura étnica de Habyarimana, y parecía estar bien situado para comenzar la ardua tarea de reconstrucción y reconciliación. Sin embargo, esta situación no duró.

Desde sus bases en los abarrotados campos de refugiados del este de Zaire, el expulsado ejército hutu adquiría armas con dinero sacado del tesoro nacional y realizaba incursiones al otro lado de la frontera. A pesar de los llamamientos de Ruanda para que se cerraran los campos, la atención internacional se centró más en ayudar a los refugiados que en encontrar a los culpables que había entre ellos. Los pocos intentos que se hicieron de cerrar los campos se encontraron con la resistencia de los refugiados, a quienes los extremistas habían dicho que en Ruanda sufrirían represalias.

Entretanto, mientras el tribunal de crímenes de guerra patrocinado por la ONU intentaba despegar, muchos de los que habían planeado el genocidio vivían abiertamente en el extranjero. Funcionarios del gobierno exiliados negaron incluso que el genocidio se hubiera producido, e insistieron en que sus víctimas habían muerto en la guerra.

Estas circunstancias llevaron a una radicalización del gobierno ruandés. Los militares empezaron a exigir un papel mayor en el proceso político, y los miembros de la línea dura del FPR consolidaron su control del gobierno. Los reajustes ministeriales de agosto de 1995 y marzo de 1997 supusieron la retirada del poder o la destitución de muchos políticos hutus, especialmente los que contaban con apoyos políticos independientes. Estas personas fueron sustituidas por hutus que debían su posición destacada al FPR. Incluso los tutsis pasaron a ser elegidos en general más por su apoyo al FPR que por otras cualidades. Esto hizo que el gobierno se volviera cada vez más autoritario y militarizado.

Esta tendencia se vio reforzada por la repentina crisis que surgió a finales de 1996 en lo que entonces era Zaire.
La mayoría de los campos de refugiados hutus en Zaire estaban situados en las dos provincias orientales de Kivu del Sur y Kivu del Norte, justo al lado de la frontera ruandesa. La presencia de tantos elementos anti-tutsis en el este de Zaire intensificó las tensiones que ya existían entre el gobierno zaireño y la población de Zaire de etnia tutsi. En otoño de 1996, los banyamulenges (un grupo de tutsis zaireños de lengua kinyarwanda) se rebelaron contra los esfuerzos zaireños para expulsarlos del país. Ruanda empezó a suministrar apoyo militar a los rebeldes. A la vez que apoyaban a los banyamulenges, los ruandeses también actuaron para cerrar los campos de refugiados. En medio del caos en Zaire, los refugiados hutus que huyeron a Tanzania en 1994 fueron obligados a volver a casa por el gobierno tanzano.

En diciembre de 1996, varios cientos de miles de refugiados habían vuelto a Ruanda. El resto, incluidos muchos de los responsables del genocidio, huyeron a la selva zaireña y fueron empujados hacia el Oeste por el avance de los rebeldes (que para entonces estaban compuestos por varios movimientos además de los banyamulenges, y eran conocidos como la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo (AFDL)). Muchos de estos refugiados murieron en su marcha a través de Zaire, y la ONU ha hallado pruebas de que algunos fueron asesinados por los rebeldes. Bajo el mando del veterano revolucionario Laurent Désiré Kabila, la AFDL derrocó al presidente zaireño Mobutu Sese Seko en mayo de 1997.

La reconstrucción de una nación
Después de que la mayoría de los refugiados hubiera vuelto a Ruanda y el resto se encontrara en desbandada, la amenaza de incursiones fronterizas quedó eliminada. No obstante, la nueva situación planteaba nuevos retos.

La crisis zaireña y la vuelta de los refugiados reforzó al ejército de Ruanda en detrimento de su gobierno civil. La vinculación del ejército con la victoriosa AFDL de Kabila trajo consigo oportunidades económicas -incluida la extracción de oro y la explotación maderera- que le han proporcionado una cierta independencia financiera del gobierno central de Ruanda. No obstante, las fuerzas armadas siguen consumiendo aproximadamente la mitad del presupuesto anual de Ruanda. Además, se otorgó al ejército la responsabilidad de mantener la seguridad interna, un papel que provocó de hecho la transferencia de la autoridad policial de los civiles a los militares.

El nuevo gobierno provocó el descontento de los hutus que regresaron, quienes no reconocieron la legitimidad del mismo. Algunos de los que volvieron comprobaron que sus hogares habían sido destruidos u ocupados por tutsis. Muchos fueron acusados de participar en el genocidio. Más de 100.000 personas están a la espera de juicio en Ruanda por delitos relacionados con el genocidio, pero pueden pasar años antes de que el sistema judicial ruandés, que apenas funciona, resuelva estos casos. Estos prisioneros viven hacinados en condiciones poco higiénicas, a veces con menos de un metro cuadrado por detenido. En los últimos tres años han muerto unos 5.000 presos.

Los tutsis de Ruanda también han tenido problemas. Los coroneles del FPR de origen ugandés han pasado a dominar el gobierno, lo que ha producido tensiones entre los tutsis recién llegados y aquellos que sobrevivieron al genocidio. También han surgido problemas económicos. Los 750.000 tutsis que fueron masacrados durante el genocidio eran en su mayoría campesinos, pero los que volvieron del exilio estaban urbanizados y no les interesaba la agricultura. La economía urbana de Ruanda aún está recuperándose de los efectos de la guerra civil y el genocidio, y aunque no se dispone de cifras precisas sobre el paro en Ruanda, muchos de los antiguos exiliados -y también muchos hutus- están en paro o subempleados.

La economía de Ruanda sigue estando muy deteriorada, y hay pocas esperanzas de una recuperación rápida. Hay varias razones para ello, entre ellas la falta de una infraestructura adecuada. La educación también sufre los efectos de la escasez de colegios, material educativo y profesores, muchos de los cuales murieron en el genocidio. Varios países extranjeros y organismos internacionales han prometido ayuda para contribuir a la recuperación de Ruanda, pero gran parte de esta ayuda no se ha concretado. A menudo, el dinero de las ayudas no repercute en la vida de la mayoría de los ruandeses, y una gran parte va a parar a los bolsillos de funcionarios corruptos.

El país sigue afectado por una fractura étnica: la mayoría de los tutsis viven en las ciudades y una gran parte de los hutus dependen de la agricultura de subsistencia. Como desconfían del gobierno encabezado por los tutsis, un gran número de hutus son reacios a apoyar sus planes económicos. La demanda de tierra es elevada, pero la extensa desforestación -provocada por la necesidad de combustible y nuevas tierras- hace que la erosión esté eliminando la valiosa capa superficial del suelo.

Podría volver a suceder
Los problemas que llevaron a la crisis de 1994 en Ruanda -superpoblación, atraso económico, tensiones étnicas- distan mucho de estar resueltos. La población crece a un ritmo del 3,6% anual. Con una economía subdesarrollada, la presión de la superpoblación podría alimentar futuros conflictos.

Políticamente, el gobierno encabezado por los tutsis parece empeñado en repetir los errores de sus predecesores reprimiendo a sus rivales y aferrándose celosamente al poder. En el vecino Burundi, un sistema similar ha llevado a la formación de movimientos hutus rebeldes y ha provocado una larga guerra civil en la que han muerto cientos de miles de personas.

Por último, Ruanda ha realizado pocos avances hacia una reconciliación. Lo que perciben como indiferencia de la comunidad internacional ha contribuido a un endurecimiento de las posturas de ambas partes. Numerosos tutsis se sienten aislados y no creen que el mundo exterior esté interesado en que los asesinos de Ruanda comparezcan ante la justicia.
Cada vez están más convencidos de que la única forma de garantizar su supervivencia es reprimir a los hutus. Por su parte, un gran número de hutus creen que se les ha declarado culpables por asociación y que sus sufrimientos bajo el actual gobierno liderado por los tutsis no le importan a nadie. Los extremistas de ambos bandos mantienen la creencia de que la única solución es la aniquilación del contrario. Estos grupos se están preparando para un enfrentamiento futuro, que podría incluir otra oleada de carnicerías masivas.

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