jueves, 14 de noviembre de 2013

1991. Guerra en los Balcanes: la desintegración de Yugoslavia. I



1989. La muerte de Tito y la caída del socialismo en el este europeo, precipitan una crisis económica que provocará en Yugoslavia, el advenimiento de rivalidades étnicas y luchas fraticidas. La guerra terminará con el que fuera uno de los países más prósperos de la Europa Oriental.


Guerra en los Balcanes: la desintegración de Yugoslavia
La guerra contra Yugoslavia pone un broche cruento al siglo más breve y más feroz, poniendo en cuestión los principios que rigieron el mundo hasta hace muy poco tiempo: soberanía y autodeterminación, intervención y no intervención, nacionalismo e internacionalismo.
Introducción
Tras la Segunda Guerra Mundial, en la región de los Balcanes se constituyó la República Federal Socialista de Yugoslavia, que comprendía seis repúblicas: Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia; Serbia englobaba las provincias autónomas de Kosovo y Voivodina.
La población estaba compuesta por cuatro grandes grupos: serbios (42%), croatas (24%), eslovenos (9%) y macedonios (5%); el resto eran húngaros, italianos, albaneses y otras minorías.
De todos ellos, el 42% profesaba la fe ortodoxa (principalmente serbios), el 32% el catolicismo (principalmente croatas y eslovenos) y el 12% la fe musulmana (principalmente, parte de la población bosnia y de los habitantes de Kosovo).
El gobierno de Josip Broz "Tito", introdujo en la naciente formación política un esquema federal de repúblicas y comunidades autónomas con sus propias autoridades, contemplando las diferencias étnicas existentes. Esto unido a la articulación de un proyecto económico, político y militar que le diera cabida y participación a las diferentes etnias en los procesos de producción y de distribución de las riquezas.
En 1970, el presidente Tito anunció que después de su dimisión, la dirección del país debía ser ejercida por un organismo formado por las repúblicas federadas y sus provincias autónomas.
La lucha por el poder reavivó entonces los viejos conflictos étnicos, sobre todo entre serbios y croatas; así como el ascenso del movimiento separatista albanés en Kosovo.
Tras la muerte de Tito en abril de 1980, el poder pasó a una presidencia colegiada, compuesta por un representante de cada república y de cada provincia autónoma y por el presidente de la Liga Comunista Yugoslava (LCY).
La presidencia se ejercía en forma rotativa y por un año. El nuevo régimen ratificó la opción de Tito por el socialismo autogestionario y el no alineamiento a nivel internacional.
Pese a la recesión mundial de la década de 1980, la economía yugoslava mantuvo su solidez. Sin embargo, el empeoramiento de la situación económica pocos años más tarde promovió una mayor intensidad de los conflictos étnicos ya presentes.
En marzo y abril de 1981, en la provincia autónoma de Kosovo, lindante con Albania, estallaron disturbios que se reiteraron en 1988 y 1990.
Con una población de origen albanés de 1.900.000 personas (90% del total), es la provincia más pobre de Yugoslavia y tiene el mayor índice de natalidad de Europa.
El gobierno federal acusó a fuerzas nacionalistas y separatistas extremistas, instigadas desde el extranjero (desde Albania, más precisamente) de buscar la secesión de Kosovo de Serbia y de Yugoslavia. Muchos serbios y montenegrinos abandonaron la región, alegando haber sido discriminados por grupos contrarrevolucionarios apoyados por Albania.
La dura represión de Kosovo produjo numerosas muertes y heridos, mutuas reclamaciones de Belgrado y Tirana, así como la renuncia, en marzo de 1990, del jefe de gobierno de Kosovo, Jusuf Zejnullahu.
La situación política y económica de Yugoslavia a fines de los años '80 comienza a entrar en crisis. La inflación, que llegaba al 90% en 1986, superó los cuatro dígitos en 1989 (2.600%); la apertura de varios procesos judiciales por corrupción en el gobierno, evidenciaron el desmoronamiento del sistema.
El fin del crecimiento económico agudiza las desigualdades sociales y emergen con mayor fuerza las diferencias entre las regiones  ricas y pobres. Al profundizarse las desigualdades regionales, los lazos de solidaridad son vistos como una pesada carga para las zonas más ricas, que empiezan a mostrarse remisas a aportar a las finanzas federales.
Desde abril de 1988 los ejecutivos del FMI negociaron la concesión de tres créditos a Yugoslavia, a cambio de que el país implementara un duro plan de ajuste que pasaba por la liberación total de los precios y de las importaciones.
Este planteo perjudicaba directamente a Eslovenia, la república que monopolizaba el suministro de manufacturas al resto de la federación, y a Croacia, receptora directa de las divisas que dejaba el turismo en Yugoslavia. Es decir, el ajuste al que estaban obligados para obtener el préstamo, perjudicaba a las dos repúblicas que tenían recursos propios, suficientes para hacer frente al pago de su parte de la cuota de la deuda externa.
Pero la aplicación de las medidas fondomonetaristas no trajo la contrapartida esperada. En todo el año 1989 Yugoslavia no recibió ni un dólar de ayuda extranjera, y pagaba cada año de 3.700 a 3.800 millones de dólares a sus acreedores.
Con la celebración de las elecciones en las distintas repúblicas, viene el triunfo de grupos de centro derecha, de tendencia nacionalista, que plantean su independencia de la federación. En estas elecciones emergen seis líderes nacionalistas que cambiarán la configuración geopolítica del territorio de nuevo en esta década: Milan Kucan (Eslovenia), Franjo Tudjman (Croacia), Slobodan Milosevic (Serbia), Alija Izetbegovic (Bosnia-Hercegovina), Momir Butalovic (Montenegro) y Kiro Gligorov (Macedonia).
La situación económica cada vez más desesperante hace insostenible la situación, y las guerras intestinas se desatan.
En marzo de 1991, cuando la guerra era ya imparable, el FMI sólo había entregado a Yugoslavia uno de los tres créditos prometidos.
A nivel internacional, tanto el presidente norteamericano George Bush, como los doce países de la Comunidad Europea dan su apoyo verbal a la continuidad del plan económico emprendido, pero sin otorgar ninguna ayuda concreta, y exigiendo como condición para dicho apoyo, mantener la integridad territorial de Yugoslavia.
Ante esa situación, al gobierno del primer ministro Ante Markovic no le quedan muchos caminos.
Eslovenia y Croacia, que habían planteado como solución al conflicto la creación de una confederación de Estados Soberanos, declaran su independencia en 1991.
A su vez, la población serbia de Krajina declara su intención de separarse de Croacia y los croatas destituyen a la policía local, provocando el primer conflicto armado. El ejército federal interviene alegando que la separación representaba una amenaza para la integridad de Yugoslavia. La guerra se desató con numerosísimas bajas de ambas partes.
Es así entonces que los hechos se precipitan: el presidente de la federación, Borislav Jovic dimite, advirtiendo ante el mundo el peligro inminente de una guerra civil en el país.
El mismo día de la declaración de la Comunidad Europea antes mencionada, estalla la guerra en Eslovenia, y 48 horas más tarde se producen los primeros combates en Croacia.
A diferencia de la actitud de Occidente en casos como el de Rusia con Chechenia, en el que no se le han aplicado sanciones al gobierno de Ieltsin, en el caso yugoslavo la suspensión de la ayuda financiera fue la primera medida adoptada por el Primer Mundo
Paralelamente, la ONU impuso el bloqueo total a Yugoslavia a propuesta de Estados Unidos, reclamando que las autoridades de la federación continuaran actuando de acuerdo a sus consideraciones, es decir, manteniendo la política económica de ajuste y la integridad territorial de Yugoslavia, pero condenando las conquistas efectuadas mediante el uso de la fuerza.
La importancia estratégica que tenía Yugoslavia durante la guerra fría, se había desvanecido junto a la desaparición de la URSS.
Según expresiones de Henry Kissinger, los aliados occidentales, que se habían negado a reconocer a los nuevos estados independientes por desconfianza a que se desconociera a las minorías étnicas, terminaron reconociendo a todas, lo cual garantizaba una guerra civil.
En 1991 declaran su soberanía Macedonia y Bosnia-Herzegovina. En 1992, Serbia y Montenegro constituyen la actual República Yugoslava, que se proclama como la heredera de la antigua Yugoslavia, pero que no es reconocida internacionalmente.
El embargo de armas propuesto por la comunidad internacional, se planteó una semana después del estallido de la guerra en Eslovenia. Desde que se destinaron efectivos para controlar el cumplimiento del embargo, entraron a Yugoslavia más armas que en los diez años anteriores, y varios países ganaron con ello varios millones de dólares: Israel, Argentina, Panamá, Estados Unidos, España, Bélgica, Gran Bretaña, suiza, Austria, Alemania y la República Checa.

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