jueves, 14 de noviembre de 2013

1991. Guerra en los Balcanes: la desintegración de Yugoslavia. III. 1998. Guerra de Kosovo

Guerra en Kosovo
La crisis de Kosovo no estalló hasta la primavera de 1998, tres años después de que el resto de la antigua federación hubiera vuelto a la paz. Eso sí, una vez iniciado el conflicto, éste adquirió gran similitud con las guerras que tuvieron lugar en las antiguas repúblicas yugoslavas de Bosnia-Herzegovina y Croacia.

A comienzos de julio, el enfrentamiento serbo-kosovar había alcanzado las cercanías de Pec, la segunda ciudad de Kosovo. En los alrededores del pueblo de Lodja, los proyectiles estallaban a razón de uno por minuto. La población civil, en un intento desesperado por huir de la violencia, se aglomeraba en las terminales de autobuses y en las gasolineras.
Más de la tercera parte del territorio kosovar estaba entonces bajo el control de los rebeldes de etnia albanesa, organizados con el nombre de Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), mientras la policía y el Ejército serbio de la República Federal de Yugoslavia intentaban cortar las líneas de abastecimiento de los rebeldes y reabrir las carreteras.
Pero los miembros del ELK ya habían conseguido, a través de la vecina Albania, suficiente armamento pesado como para hacerse fuertes. Los rebeldes se mezclan con facilidad con la población en la mayoría del territorio de Kosovo. Aunque esta provincia autónoma es oficialmente parte de Serbia, que junto con Montenegro forma la República Federal de Yugoslavia, la población de origen albanés supera a los habitantes serbios en una proporción de nueve a uno.
El Grupo de Contacto -encargado de supervisar el proceso de paz en los territorios de la antigua Yugoslavia, e integrado por Francia, la República Federal de Alemania, Italia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos- acordó coordinar los esfuerzos para la pacificación, como había hecho antes en Bosnia. Richard Holbrooke, el duro diplomático estadounidense que negoció los Acuerdos de Dayton -los cuales, en 1995, pusieron fin a la guerra en la antigua Yugoslavia-, fue llamado de nuevo para sentar las bases de un tratado en Kosovo. Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se declararon dispuestos a intervenir. El secretario general de la OTAN, Javier Solana, afirmó que "no se va a tolerar otra guerra como la de Bosnia. La comunidad internacional no permitirá que ocurra".
Antecedentes
Para los nacionalistas serbios, Kosovo siempre será la ‘Antigua Serbia’, la cuna de su nación. El Estado serbio medieval se localizaba en Kosovo y sus alrededores, así como el patriarcado de la Iglesia ortodoxa serbia, establecido en 1219. El Ejército serbio llevó a cabo un levantamiento heroico, aunque frustrado, en 1389 contra el avance de los turcos otomanos en Kosovo Polje -en las proximidades de Pristina, actual capital de Kosovo-. El aniversario de esa derrota es el día más importante en el calendario nacional serbio. En el monumento que conmemora esta batalla se encuentra una inscripción que reza: "todo aquel que sea serbio o de origen serbio y no venga a luchar a Kosovo, que se quede sin descendencia, ni masculina ni femenina".
Pero los albaneses lucharon al lado de los serbios en la batalla de Kosovo. De hecho, precedieron a los serbios en la región. Los serbios se instalaron en los Balcanes junto con otras tribus eslavas en los siglos VII y VIII. Sin embargo, los albaneses son descendientes de los antiguos ilirios, que llegaron a la zona al menos 1.500 años antes.
La presencia albanesa en Kosovo ha variado con el paso de los años. Durante la época de esplendor serbio, los albaneses eran una minoría, pero en otros periodos han sido la fuerza predominante. Durante el dominio otomano, que llegó hasta el comienzo del siglo XX, muchos albaneses emigraron a Kosovo. El nacionalismo albanés moderno nació en Kosovo con la creación de la Liga de Prizren en 1878, cuya intención era mantener al pueblo albanés unido en un sólo Estado, haciendo frente a las diversas particiones de las tierras albanesas.
Cuando Kosovo fue integrado en Yugoslavia, país surgido de las cenizas del Imperio Austro-Húngaro en 1918, los serbios regresaron en masa y los albaneses fueron expulsados por la
fuerza. Pero durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los serbios se vieron forzados a huir. La mayor parte de la península de los Balcanes estaba entonces controlada por las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón).
Kosovo, la parte occidental de Macedonia y Albania quedaron bajo jurisdicción de Italia. Esta acción creaba de hecho una ‘Gran Albania’ que abarcaba la mayor parte del territorio donde vivían los albaneses, al margen de las fronteras políticas anteriores.
Kosovo fue devuelta a Yugoslavia después de la Segunda Guerra Mundial. La Constitución yugoslava de 1946 otorgaba a esta región, así como a la de Voivodina, un estatus de autonomía dentro de Serbia. Durante el periodo de postguerra los serbios siguieron siendo una minoría en Kosovo, pero controlaban las fuerzas de seguridad y la policía provincial.
Josip Broz Tito permitió el uso de la lengua albanesa en las escuelas y universidades de Kosovo. En 1974, una nueva Constitución elevó a Kosovo la categoría de ‘provincia constituyente’. Aunque quedó oficialmente integrada dentro de Serbia, Kosovo funcionó virtualmente como una república yugoslava de pleno derecho, con su propia representación en la presidencia colectiva de ocho miembros de la Federación.
La agitación nacionalista creció en Kosovo durante la década de 1980. En la primavera de 1981, los albaneses promovieron manifestaciones exigiendo que se otorgara a Kosovo el rango de una república federada yugoslava plena. Los mítines fueron reprimidos violentamente por el Ejército y la policía serbia y decenas, quizás cientos, de albaneses kosovares fueron asesinados. Los serbios que vivían en Kosovo denunciaron, por su parte, que estaban siendo maltratados por la mayoría albanesa.
Slobodan Milosevic, como presidente de Serbia, proyectó una revisión constitucional que suprimió la autonomía de Kosovo. Los albaneses kosovares se vieron obligados a firmar juramentos de lealtad a Serbia para no perder sus puestos de trabajo. Muchos fueron despedidos. Entre otras medidas, se suspendió la enseñanza en la lengua albanesa en las escuelas de Kosovo.
En junio de 1989, en el 600 aniversario de la batalla de Kosovo, ante un millón de serbios llegados de todo el mundo hasta el Campo de los Mirlos, Milosevic se jactó de que Kosovo formaría parte de Serbia para siempre. No hizo mención de la mayoría albanesa de la provincia, ni habló de necesidad alguna de cooperación interétnica o de una reconciliación.
Los líderes albaneses kosovares respondieron incitando a su pueblo a detener la cooperación con el gobierno de Belgrado, capital de Serbia y de la República Federal de Yugoslavia. En 1990, los dirigentes kosovares promulgaron una ‘Declaración de Independencia’ y proclamaron de manera unilateral el establecimiento de una ‘República de Kosovo’. Organizaron un Estado paralelo, independiente de la República federal, con su propio parlamento, sus propias escuelas y clínicas, e incluso su propio sistema impositivo. Los albaneses kosovares no tuvieron otra elección que usar la moneda, los pasaportes y los servicios postales yugoslavos, pero boicotearon otras instituciones estatales.
En unas elecciones clandestinas celebradas en mayo de 1992, los votantes albaneses kosovares eligieron como presidente a Ibrahim Rugova, profesor de literatura educado en Francia, ferviente defensor de los métodos no violentos en la contienda política, quien aconsejó paciencia y convenció a su pueblo de que la comunidad internacional forzaría a Serbia a otorgar la independencia a Kosovo.
Pero la atención del mundo a comienzos de la década de 1990 estaba centrada en Bosnia. Aunque los líderes occidentales elogiaron a Rugova por su adhesión a la no violencia, no apoyaron la lucha independentista de los albaneses kosovares. Como consecuencia, Rugova y otros dirigentes kosovares lograron pocos avances en sus objetivos políticos. Debido al debilitamiento del liderazgo albano-kosovar, los Acuerdos de Dayton no trataron la situación de Kosovo.
Hacia 1996, muchos albaneses kosovares acusaban de pasivo a Rugova. Sobre todo los jóvenes manifestaban claros deseos de emplear la desobediencia civil e incluso de desafiar a la policía serbia, que entonces actuaba con acusada brutalidad. En diciembre de ese año, la Asamblea General de Naciones Unidas votó una resolución por la que se exigía al gobierno yugoslavo la puesta en libertad de los presos políticos de Kosovo, el cese de la persecución a las organizaciones defensoras de los derechos humanos, el respeto a la voluntad de los albaneses y un intento de diálogo con sus representantes. Estas demandas fueron ignoradas.
A comienzos de 1997, se produjo en la vecina Albania un estallido social, tras el fraude del denominado sistema financiero piramidal, por el que mucha gente perdió todos los ahorros de su vida. Las comisarías de policía albanesa fueron asaltadas y desaparecieron más de un millón de armas. Muchas de ellas acabaron en la frontera de Kosovo. En el plazo de algunos meses, se armó a la milicia kosovar que empezó a atacar las comisarías serbias de la provincia. Las autoridades serbias en Kosovo respondieron con una represión aún mayor.
El Ejército de liberación de Kosovo, hasta esta fecha casi desconocido, hizo su primera aparición pública en noviembre de 1997, al atribuirse los ataques contra la policía serbia en Kosovo, quien devolvió el golpe con violencia: el 28 de febrero, atacó varios pueblos donde se consideraba que el ELK tenía sus bases de operaciones. En menos de una semana, al menos 82 albaneses habían sido asesinados, entre ellos mujeres y niños. La sangrienta represión sólo logró sumar adeptos a la causa del ELK.
Tres meses más tarde, la policía serbia y las fuerzas armadas yugoslavas lanzaron otra ofensiva mayor en Kosovo, esta vez en el territorio limítrofe con Albania. El objetivo de la operación era obtener el control pleno de la región fronteriza, a fin de bloquear el suministro de armas a los rebeldes. Pueblos enteros fueron bombardeados indiscriminadamente y las escenas recordaban a los primeros días de la guerra de Bosnia.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informó, en junio, que esta operación había forzado a más de 40.000 albaneses kosovares a abandonar sus hogares y huir para salvar sus vidas. Robert Gelbard, enviado especial del presidente de Estados Unidos en la antigua Yugoslavia, explicó ante un comité del Senado que lo que las fuerzas serbias estaban haciendo "se parece terriblemente a una limpieza étnica; han estado intentando expulsar a la población de Kosovo y conducirla a Albania". La limpieza étnica se refiere a un programa organizado para purgar un territorio de un grupo étnico no deseado.
La respuesta internacional
Las potencias mundiales habían estado poco dispuestas a intervenir en Bosnia-Herzegovina, debido a que no veían sus intereses estratégicos amenazados. Sin embargo, la posibilidad de que una guerra en Kosovo pudiera extenderse más allá de sus fronteras era una opción bastante obvia.

Los ministros de defensa de la OTAN ordenaron el 11 de junio a sus comandantes en jefe elaborar planes para una posible intervención en Kosovo y sus alrededores. Al día siguiente, los ministros de Asuntos Exteriores del Grupo de Contacto exigieron a Milosevic, presidente de la República Federal de Yugoslavia, que diera la orden de retirada de sus fuerzas de seguridad de todas las zonas de Kosovo donde se había realizado operaciones represivas contra los civiles albaneses.
Occidente consideró a Milosevic como principal responsable del empeoramiento de la crisis de Kosovo, en gran parte debido a que las autoridades serbias habían sometido a la etnia albanesa de Kosovo a políticas de segregación durante casi una década. Se enviaron negociadores a Belgrado con la intención de persuadir a Milosevic para que iniciase conversaciones serias de paz con los dirigentes albaneses kosovares.
Pero la diplomacia sobre Kosovo se hizo cada vez más complicada. A diferencia de Bosnia, que internacionalmente era reconocida como un país soberano, a Kosovo se le considera todavía como parte de Serbia. Cualquier intervención de la OTAN en la zona contra los deseos de la República Federal de Yugoslavia podría ser interpretada como un acto de guerra. Varios mandatarios de la OTAN llegaron a la conclusión de que la Alianza no podía actuar en la provincia sin un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, donde Rusia estaba tratando de imponer su veto para bloquear tal aprobación, proponiendo una solución que fuera vía diplomática.
Además, Rugova y otros dirigentes albaneses declararon no estar dispuestos a un diálogo con la República Federal de Yugoslavia hasta que Milosevic ordenara el fin de la represión policial en Kosovo. Otro problema fue el creciente poder del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). En febrero de 1998, Gelbard había calificado al ELK como un "movimiento terrorista", lo que llevó a Washington a afirmar que sólo se colaboraría con Rugova y con los representantes albaneses kosovares que hubiesen sido democráticamente elegidos. Así que, cuando Milosevic manifestó que conversaría con Rugova pero no con el ELK, Estados Unidos y otros gobiernos occidentales apenas pudieron poner objeciones, incluso aunque el ELK se hubiera convertido en una fuerza con la que era imprescindible contar, ya que controlaba más de un tercio del territorio de Kosovo.
El proceso de negociación llegó al caos en julio, cuando un portavoz del ELK declaró a un periódico de Pristina que no existía partido político en Kosovo que tuviera derecho a usurpar la voz del ELK, que su movimiento no reconocía a Rugova como presidente, y llamó a los albaneses kosovares a aceptar que el ELK era un ejército nacional que operaba en un estado de guerra. Sugirió que no había nada que negociar con los líderes serbios y rehusó explicar otra cosa que no fuera que el ELK buscaba la independencia de Kosovo.
Por su parte, Rugova negó que el ELK fuese una voz independiente en Kosovo y rechazó una propuesta de otros líderes albaneses kosovares para la creación de un Consejo Nacional Albanés de Kosovo que incluyera a representantes de todos los partidos y fuerzas kosovares, entre ellos el ELK.
Hoolbroke y Gelbard habían llegado, por entonces, a la conclusión, de que necesitaban empezar un contacto directo con el ELK, pero se encontraron con la oposición europea, fiel a Rugova. El gobierno griego, temeroso del desarrollo del movimiento guerrillero kosovar, apeló a la comunidad internacional para mantener una postura firme frente al ELK.
Las circunstancias cambiantes han dado lugar a una la situación cada vez más difícil y casi es imposible imaginar un acuerdo político para Kosovo que pueda satisfacer a todas las partes. Ni la República Federal de Yugoslavia ni los albaneses kosovares deseaban aceptar la vuelta de Kosovo a una situación de autonomía similar a la mantenida hasta 1989, que es, en resumen, la propuesta de la comunidad internacional. Las autoridades serbias insisten en que la provincia tiene que seguir como parte integrante de Serbia, mientras que los albaneses kosovares solo aceptan la plena independencia.
Los gobiernos occidentales se han opuesto firmemente a la secesión completa de Kosovo, temerosos de que pueda llevar a los serbobosnios a exigir similares derechos separatistas en Bosnia, con lo que los Acuerdos de Dayton quedarían invalidados. Más alarmante ha sido aún la perspectiva, manifestada informalmente por varios comandantes del ELK, de que los rebeldes cuentan con el apoyo de los albaneses que habitan en los países vecinos para iniciar la lucha por una ‘Gran Albania’, que abarcaría todo el territorio donde vivan albaneses, tal como la Liga de Prizren había propuesto en 1878. Una campaña de estas características implicaría una guerra a escala regional.
Ni los serbios ni el ELK parecen capaces de una victoria militar. El combate en Kosovo ha estado costando a la República Federal de Yugoslavia casi 2 millones de dólares al día, según estimaciones de los servicios de inteligencia estadounidenses, y las reservas de la tesorería gubernamental caen alarmantemente. Por su parte, los rebeldes albaneses kosovares no se encuentran en una posición lo bastante fuerte como para defender el territorio frente a una posible operación militar coordinada de sus adversarios serbios.
En setiembre de 1998 la OTAN da un ultimátum al presidente yugoslavo Slobodan Milosevic para que detenga la violencia en Kosovo si no quiere enfrentarse a ataques aéreos.
La "enorme guerra aérea" ensayada por primera vez por la OTAN sobre la República Federal de Yugoslavia y Kosovo, provocó nuemerosos daños materiales y enormes bajas entre la población civil. A pesar de los bombardeos de la OTAN, el ejército yugoslavo al fin de la guerra, todavía dispone del 80 al 90 por ciento de sus tanques, el 75 por ciento de los sofisticados proyectiles tierra-aire y con 380 de los 450 aviones MIG con que contaba al comienzo de la guerra, según estimaciones de fuentes militares estadounidenses divulgadas en Washington.
La OTAN -amparada en el acuerdo de Dayton de 1995, en el que Belgrado se comprometía a respetar los derechos humanos y aceptar el monitoreo internacional del proceso- justificó su intervención militar en la región como un estrategia para detener la violación de los derechos humanos, por parte de la República Federal de Yugoslavia en Kosovo, y para obligar al gobierno en Belgrado a regresar a la mesa de negociaciones, minando su capacidad de gobierno para cometer estos actos.
Con esta actitud, la propia OTAN estaba incurriendo en una violación al derecho Internacional Público, debido a que es el Consejo de Seguridad de la ONU quien tiene la responsabilidad primaria para el mantenimiento de la paz y seguridad internacional, y en lugar de ubicarse en un punto equidistante para la resolución del conflicto, tomó partido por una de las partes en pugna.
La intervención de la OTAN, consolidó el consenso del "pueblo serbio", que logró revertir hacia la OTAN la acusación de estar haciendo "etnopolítica". Por otro lado, la intervención dio la posibilidad a Milosevic de intensificar la destrucción y el vaciamiento de Kosovo, y de presentarla como una respuesta legítima frente a los bombardeos. De hecho, el número de refugiados, tanto en Kosovo como en Yugoslavia, aumentó significamente con el inicio de los bombardeos.
Robert Hayden, director del Centro de Estudios para Rusia y Europa del Este, de la Universidad de Pittsburgh, ofreció un pequeño resumen de los efectos de la "enorme guerra aérea": "las bajas de civiles serbios en los tres primeros meses de guerra son más altas que todas las bajas producidas en ambos bandos en Kosovo durante los tres meses que llevaron a esta guerra, y sin embargo, se suponía que esos tres meses habían sido una catástrofe humana".
El fin de la guerra supuso la retirada de las tropas yugoslavas de Kosovo y la llegada de los soldados de una fuerza internacional de paz liderada por la OTAN.
La situación, sin embargo, no deja de ser irónica. Hasta hace poco, eran los albaneses -víctimas de la "limpieza étnica" serbia- quienes dejaban la provincia. Concluída la guerra, son los serbios los que se van. Pese a que la fuerza de paz tiene por cometido verificar el regreso de los refugiados y velar por la minoría serbia de los intentos de venganza albaneses, la mayoría de los serbios desconfían de esa promesa.

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