A fines
de la década del '20 y durante los años '30, la historia del cine vive una
nueva aventura. La creación del sonido promueve nuevas exploraciones a nivel
formal. La industria cinematográfica crecía de la mano - y a contramano muchas
veces- de los autores, y el cine,
como fenómeno masivo se transforma en el medio de comunicación del siglo.
El nacimiento del
cine sonoro
Hacia 1927 el
cine mudo había alcanzado una culminación de la cual los
films de Einsestein, Pudovkin o Dreyer son prueba evidente.
Fueron
razones estrictamente comerciales las que empujaron el cambio; la empresa
estadounidense Warner Brothers enfrentaba serias dificultades económicas, y
para sortearlas,se jugo a
introducir el sistema
sonoro conocido como Vitaphone, consistente en la grabación de las bandas
sonoras musicales y los textos hablados en grandes discos que se sincronizaban
con la acción de la
pantalla. Parcialmente en "Don Juan" (1926) y
posteriormente con "El cantor de jazz" (1927), Warner hizo la apuesta
al cine sonoro, y contra los vaticinios pesimistas de muchos, logró el éxito.El eslogan de esta última película "aún no has oído
nada", señaló el final de la era muda.
"El
cantor de jazz" fue éxito de público, y las demás empresas productoras
debieron incorporar rápidamente la novedad, lo cual implicaba una reconversión
industrial tal que dejaba atrás a las empresas (y países) más débiles.
Hacia
1931 el sistema Vitaphone había sido superado por el Movietone, que grababa el
sonido directamente en la película, en un tira lateral. Este proceso, inventado
por Lee de Forest, se convirtió en el estándar. El cine sonoro pasó a ser un
fenómeno internacional de la noche a la mañana.
Las primeras
películas habladas
La
transición del cine mudo al sonoro fue tan rápida que muchas películas
distribuidas entre 1928 y 1929 que habían comenzado su proceso de producción
como mudas, fueron sonorizadas después para adecuarse a una demanda apremiante.
Los dueños de las salas se apresuraron también a convertirlas en salas aptas
para el sonoro, mientras se rodaban películas en las que el sonoro se exhibía
como novedad, adaptando obras literarias, e introduciendo extraños efectos de
sonido a la primera oportunidad.
Gran
parte de la producción sonora optó al principio por el camino más sencillo, el de
la película "cien por ciento hablada", o la redundancia: que la
banda sonora repitiera lo que se veía en la imagen.
Hubo
autores sin embargo, que emitieron un manifiesto reivindicando el
"contrapunto audiovisual".
Los
soviéticos Einsestein y Pudovkin, el norteamericano King Vidor ("Aleluya"), el
alemán Fritz Lang ("M, el vampiro negro"), el inglés Alfred Hitchcock ("Chantaje")
y el francés René Clair ("La gran ilusión"), fueron algunos de los cineastas
que dejaron constancia en sus films de que el sonido se podía trabajar
creativamente.
Desde
otro ángulo, guionistas como Ben Hecht, Dudley Nichols y Robert Riskin
comenzaron a inventar diálogos especialmente elaborados para la pantalla, a los
que se despojaba de todo lo que no fuera esencial para que sirvieran a la
acción en vez de estorbarla.
El estilo periodístico rapidísimo que Hetch
preparó para "Un gran reportaje" (1931), de Lewis Milestone,
contrasta con las ingeniosas réplicas que escribiría para la obra de Lubitsch
"Una mujer para dos" (1933). Nichols, por su parte, destacó por sus
diálogos claros, sin ambigüedades, en películas como "María Estuardo"
(1936) de John Ford. Riskin se hizo famoso por sus personajes familiares en las
películas de Frank Capra, entre ellas "Sucedió una noche" (1934),
protagonizada por Claudette Colbert y Clark Gable.
Películas de
gángsters y musicales
Las
películas de gángsters y musicales dominarían la pantalla a comienzos de 1930.
El éxito de "Hampa dorada" (1930), de Mervyn Le Roy, hizo una
estrella de Edward G. Robinson, provocando una serie de violentas reacciones
por todo el país durante la gran depresión y la era de la prohibición. Películas
como "El enemigo público número 1" (1934), de W.S. Van Oyke, o
"Scarface, el terror del hampa" (1932), de Howard Hawks, dieron
dinamismo, vigor y realismo a la pantalla, como los musicales y las comedias
estrafalarias que parecían mostrar una actitud inconformista ante la vida.
El
éxito del musical de la Warner, "La calle 42" (1933), de Lloyd Bacon
y Busby Berkeley, inició una tendencia a producir películas
de baile, con coreografías magistrales de Busby Berkeley. Éstas darían paso a
musicales más intimistas, de baile y canciones, como los de Fred Astaire y
Ginger Rogers, como "Sombrero de copa" (1935), de Mark Sandrich, y
"Swing time" (1936), de George Stevens.
Por
entonces también, gran parte de la violencia y la carga sexual de las primeras
películas de gángsters y de las comedias musicales fue reducida por la
influencia de la
Legión Católica para la Decencia y la creciente fuerza de las
leyes de la censura de 1934.
La nueva comedia y el realismo social norteamericano
El
cine de humor norteamericano deja
atrás los vértigos del slapstick del período mudo, para incorporar elementos
del music hall (Hermanos Marx), formas de elaboración del gag apoyadas en
entramado de situaciones (Laurel & Hardy) y elementos de sofisticación e
ingenio de diálogo (la comedia brillante). Al mismo período corresponde la
tendencia del "realismo social" norteamericano, del que
"Callejón sin salida" de William Wyler parece un ejemplo muy
representativo.
Las estrellas
Las
mayoría de los directores de los años treinta se ocuparon sobre todo de
proporcionar en sus películas medios para el lucimiento de las estrellas más
famosas como Katharine Hepburn, Bette Davis, Humphrey Bogart, Joan Crawford y
Clark Gable, cuyas personalidades se presentaban a la opinión pública como una
extensión de los personajes que interpretaban. La moda de llevar al cine
novelas de éxito (y en concreto novelones románticos), en realidad siempre
presente en la industria de Hollywood, alcanzó su punto máximo en la década de
1930, con las superproducciones de "Historia de dos ciudades" (1935),
de Ralph Thomas, "Cumbres borrascosas" (1939), de William Wyler, y
uno de los grandes hitos de la historia del cine, "Lo que el viento se
llevó" (1939), de Victor Fleming.
Películas
fantásticas
La
tendencia a evadirse de una realidad no demasiado halagüeña se acentuó en
aquellos años. Un ciclo de películas de terror clásico, entre las que se
incluyen "Drácula" (1931), de Tod Browning, "El doctor
Frankenstein" (1931), de James Whale, y "La momia" (1932), de
Karl Freund, salió de los estudios de la Universal, y generó una serie de
secuelas e imitaciones a lo largo de toda la década. Una película
que cosechó un éxito rotundo de taquilla fue "King Kong" (1933), de
Merian C. Cooper. En el género fantástico también destacó "El mago de
Oz" (1939), de Victor Fleming, musical infantil basado en el libro de L.
Frank Baum, protagonizado por Judy Garland, que se convertiría en la primera
artista musical de la década de 1940.
La producción
europea
El cine
artístico
La
producción de películas fantásticas de Hollywood se intentó compensar durante
los años treinta con películas más serias y realistas, como la alemana "El
ángel azul" (1932), de Josef von Sternberg, que dio a conocer a Marlene
Dietrich, o la francesa "La gran ilusión" (1937), de Jean Renoir,
considerada una de las grandes películas antibélicas de la historia del cine.
La
producción del centro y del este de Europa fue esporádica en el periodo previo
a la Segunda Guerra Mundial, reduciéndose en Alemania a películas de
propaganda nazi como el documental "El triunfo de la voluntad" (1935)
de Leni Riefenstahl.
En
la Unión Soviética
el documental se centró en recreaciones de ópera y ballets, y las excelentes
películas por su montaje y por sus innovaciones visuales de Serguei Eisenstein,
como "Alexander Nevsky" (1938).
En
Francia, el cine
alcanzó uno de sus mejores momentos con el realismo poético de preguerra.
Entre
ellas destacan las películas de Jean Renoir: "Los bajos fondos"
(1936) en los que retrata a los sectores menos favorecidos de la sociedad,
según novela de Máximo Gorki; "La gran ilusión" (1937) un alegato
pacifista. Jean Vigo insufló de una enorme fuerza poética a la imagen con
ejemplos como "Cero en conducta" (1933) o "L'Atalante"
(1934). Marcel Carné, por su parte, dirige uno de los grandes ejemplos del
romanticismo negro francés: "El muelle de las brumas" (1938).
El documental
inglés
La
contribución más peculiar del cine británico en las décadas de 1930 y 1940 fue
la escuela documentalista dirigida por John Grierson, que acuñó el término
documental, definiéndolo como "el tratamiento creativo de la
realidad", para diferenciarlo de los noticiarios y de las películas de
viajes. Como resultado del apoyo estatal, se rodaron "Canción de
Ceilán" (1934), "Problemas de la vivienda" (1935) o "Correo
nocturno" (1936), con las que el género maduró, estableciendo una relación
más cercana con el público, mediante la inclusión de entrevistas y recreaciones
dramatizadas de hechos, en un estilo precursor de los actuales docudramas
televisivos.
Los dibujos animados al cine
Walt
Disney (1901-1966), dibujante, productor, y director norteamericano de dibujos
animados, comenzó en 1923 a producir dibujos
animados en Hollywood, asociado con su hermano Roy O. Disney.
De
1926 a
1928 hizo una serie de dibujos, "Oswaldo el conejo", para Universal
Pictures.
"Willie el vapor" (1928), producida por su
propia compañía, supuso la aparición de su primer personaje famoso, el ratón
Mickey, y también el inicio del cine sonoro en los dibujos animados. En 1932
introdujo el color en "Árboles y flores", en 1934 creó al pato Donald
y en 1937 realizó el primer largometraje de dibujos animados de la historia,
"Blancanieves y los siete enanitos", al que siguieron
"Pinocho" (1940), "Fantasía" (1941) y "Bambi"
(1942).
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