El régimen de Mussolini facilitó el modelo de fascismo característico de las
décadas de 1920 y 1930. La Gran Depresión y el fracaso de los gobiernos democráticos al abordar las consecuentes
dificultades económicas y el desempleo masivo, alimentaron la aparición de
movimientos fascistas en todo el mundo. Sin embargo, el fascismo en los otros
países se diferenciaba en ciertos aspectos de la modalidad italiana.
El
nacionalsocialismo alemán era más racista; en Rumania, el fascismo se alió con
la Iglesia ortodoxa en vez de con la Iglesia católica romana. En España, el
grupo fascista radical Falange Española fue originariamente hostil a la Iglesia
católica romana, aunque después, bajo la dirección del dictador Francisco
Franco, se unió a elementos reaccionarios y pro-católicos.
El
gobierno autoritario militar de Japón se parecía mucho al de la Alemania nazi.
Dirigido por los militares ensalzaba las virtudes guerreras tradicionales y una
devoción absoluta al emperador divino. Al igual que sus correligionarios
alemanes, los japoneses lanzaron una fanática ofensiva hacia la expansión a
través de conquistas militares.
En
Francia el fascismo estaba dividido en varios movimientos. Mientras que en la
mayoría de los casos el fascismo prosperó en países que estaban atrasados en el
plano económico o marcados por fuertes tradiciones políticas autoritarias, el
fascismo galo avanzó en una de las democracias europeas más consolidadas. En
1934 unas 370.000 personas pertenecían a las diferentes organizaciones
fascistas francesas, tales como Jeunesses Patriotes (Juventudes Patrióticas),
Solidarité Française (Solidaridad Francesa), Croix de Feu (Cruz de Fuego),
Action Française (Acción Francesa) y Francistes (Francistas). Más de 100.000 de
entre ellos se congregaban en París.
En
Gran Bretaña, la Unión de Fascistas Británicos, de Oswald Mosley, disfrutó de
un breve apogeo de publicidad desde su formación en 1932 hasta su colapso
definitivo en 1936 cuando se prohibieron los uniformes paramilitares, pero tuvo
poco apoyo público. Del mismo modo, el fascismo belga tuvo su punto álgido en
la primera mitad de la década de 1930 y se reanimó por poco tiempo bajo la
ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. En Noruega, el
fascismo atrajo a algunos simpatizantes notables como Vidkun Quisling y el
premio Nobel de Literatura Knut Hamsun, pero del mismo modo necesitó de la
ocupación alemana para disfrutar de algún poder político.
El
fascismo disfrutó de un mayor éxito en el periodo de entreguerras en los países
del este y del sur de Europa. En Austria Engelbert Dollfuss, canciller desde
1932, disolvió la República austriaca y dirigió un régimen proto-fascista en
alianza con Mussolini hasta que fue asesinado en 1934 por militantes
nacionalsocialistas que pretendían la unión con la Alemania nazi. El régimen
personal que estableció Miklós Horthy en Hungría, en 1920, precedió en realidad
a Mussolini en Italia como la primera dictadura nacionalista de entreguerras
pero Horthy no era totalmente un fascista y los fascistas húngaros sólo
consiguieron el poder bajo la ocupación alemana, de 1944 a 1945.
En
Rumania, un fuerte antisemitismo inspiró un violento movimiento llamado la
Guardia de Hierro, que convulsionó la política del país desde la década de 1920
hasta su aniquilación por el Ejército rumano bajo Ion Antonescu durante la
contienda civil que siguió a la abdicación del rey Carol II en 1940.
Los
fuertes antagonismos culturales y religiosos en Croacia y Bosnia llevaron a la
creación de la Ustacha - un grupo fascista católico que, bajo los auspicios del
Eje, llevó a cabo terribles pogromos de judíos y serbios ortodoxos desde 1941
hasta 1945.
El
régimen dictatorial impuesto por António de Oliveira Salazar en Portugal en
1932 poseía notables características fascistas, sin exhibir el totalitarismo
extremo del nazismo o de movimientos de otros lugares.
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