jueves, 19 de diciembre de 2013

1997. Detectan calentamiento global de la tierra

La emisión de "gases invernadero" por el alto grado de industrialización mundial está llevando progresivamente a un proceso de calentamiento de la tierra. Las consecuencias catastróficas de este deterioro, fueron discutidas en la cumbre internacional celebrada en Kioto en pro de reducir este problema que aqueja a la sociedad mundial.

El mundo actúa para frenar el calentamiento global
¿El mundo actúa para frenar el calentamiento global?

En la cumbre internacional celebrada en Kioto (Japón) en diciembre de 1997, los líderes mundiales acordaron por vez primera fijar objetivos concretos y calendarios aproximados para reducir las emisiones de "gases invernadero". Los científicos llevan años advirtiendo que estas emisiones podrían contribuir sustancialmente al calentamiento global (un aumento de la temperatura de la superficie terrestre) en las próximas décadas.


No obstante, las negociaciones entre los participantes en la cumbre han estado marcadas por disputas y desacuerdos profundos. Todo indica que probablemente los debates acalorados se prolongarán durante varios años, mientras los organismos gubernamentales, el sector empresarial, la comunidad científica y los grupos ecologistas tratan de influir sobre la ratificación del protocolo de Kioto en los parlamentos nacionales de todo el mundo.
 

La Tercera Conferencia del Convenio Marco sobre el Cambio Climático, denominación oficial de la Cumbre de Kioto, es la culminación de cinco años de disputas internacionales encaminadas a conformar una solución mundial al problema del calentamiento del planeta. El origen de la reunión está en la Cumbre de la Tierra convocada por las Naciones Unidas (ONU) en 1992 en Río de Janeiro (Brasil). En esta conferencia, los signatarios del tratado se comprometieron a evitar actividades humanas que pudieran resultar "peligrosas" para el clima mundial, aunque no se llegó a un acuerdo sobre la definición precisa del término "peligrosas".

La cumbre se celebró en el enorme centro de conferencias de Kioto, construido sobre un lago artificial y rodeado de montañas de color otoñal. Acudieron miles de diplomáticos, miembros de organizaciones no gubernamentales (ONGs), periodistas y líderes políticos de más de 150 países. Los representantes nacionales y varios jefes de Estado, entre ellos el primer ministro de Japón, Ryutaro Hashimoto, y el vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, hicieron declaraciones formales en la gigantesca sala principal del centro.

Efecto invernadero y calentamiento global
Hace más de un siglo que los científicos saben que determinados gases de la atmósfera, especialmente el vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y los clorofluorocarbonos, contribuyen al calentamiento atmosférico. Estos gases invernadero permiten el paso de las radiaciones solares de onda corta que calientan la superficie terrestre. Al mismo tiempo, absorben las radiaciones reflejadas que emite la superficie caliente de la tierra, como, por ejemplo, las infrarrojas, que tienen mayor longitud de onda.

Esta propiedad de absorber el calor que tiene la atmósfera es lo que se conoce popularmente como "efecto invernadero". Pese a las polémicas en torno al calentamiento global, el efecto invernadero natural es un hecho científico demostrado. Si no fuese por la capacidad de capturar el calor que tienen las nubes, el vapor de agua, el dióxido de carbono y otros gases, la temperatura media de la tierra sería unos 33 ºC inferior a la actual. En dicho clima, probablemente nunca se habrían desarrollado las plantas de gran tamaño ni los mamíferos superiores de sangre caliente.

La mayor parte de la comunidad científica afirma que la rápida expansión de las actividades agrícolas e industriales en el curso de los últimos siglos ha elevado considerablemente la proporción de dióxido de carbono y metano en la atmósfera. Sin embargo, no todos los expertos están de acuerdo en que estos cambios sean los causantes del aumento documentado de casi 0,5º C que ha experimentado la temperatura de la superficie terrestre durante el último siglo. Un gran número de científicos cita como prueba irrefutable de la actividad humana como factor del cambio climático el hecho de que 1997 haya sido el año más caluroso de todos los tiempos, tras una década en la cual se han dado nueve de los once años más cálidos del siglo. Otras opiniones defienden que esta tendencia de la temperatura obedece a una variación natural.

Asimismo se debate si el crecimiento previsto de la población, que superará los 10.000 millones de habitantes en el año 2100, duplicará o triplicará la concentración atmosférica de dióxido de carbono. Si se produce semejante acumulación, como predicen numerosos científicos, la temperatura global podría aumentar entre uno y cuatro grados centígrados durante el próximo siglo. Aunque sólo fuera la mitad, este aumento de temperatura sería muy superior a cualquier otro experimentado por las civilizaciones humanas desde el final de la última glaciación, hace unos 10.000 años. Durante esta última glaciación, la temperatura media terrestre era sólo unos cinco grados centígrados inferior a la actual.

Un aumento de temperatura de varios grados centígrados provocaría una elevación del nivel del mar entre aproximadamente 10 cm y 1 m. Medio metro sólo se apreciaría en las zonas más vulnerables, es decir, las islas y litorales bajos. Los incrementos importantes causarían inundaciones generalizadas de playas, humedales y asentamientos costeros. Además, el aumento del nivel de los océanos multiplicaría el riesgo de tormentas catastróficas en las franjas costeras, pues las aguas se adentrarían en tierra firme rebasando los máximos niveles históricos.

Un aumento de temperatura también acentuaría la sequía en algunas regiones, desestabilizaría ecosistemas y provocaría el retroceso o la extinción de varias especies animales y vegetales. Como el dióxido de carbono estimula la fotosíntesis, algunos científicos han calculado que su mayor concentración atmosférica aumentaría la productividad de cultivos y bosques. Sin embargo, el calentamiento podría favorecer la difusión de plagas destructivas, la proliferación de malas hierbas y de insectos portadores de enfermedades.

Juicio de valor
La mayor parte de la comunidad científica considera que la quema de combustibles fósiles y otras actividades industriales han provocado la acumulación en la atmósfera de gases invernadero. También se acepta como hecho consumado que la tierra se ha calentado durante el último siglo y que es probable que en el curso del próximo se produzca un nuevo incremento de varios grados centígrados. Este consenso científico generalizado ha sido decisivo para convencer a un importante número de gobiernos de la necesidad de adoptar medidas inmediatas para limitar la emisión de gases invernadero.

Sin embargo, la enorme complejidad del sistema climático dificulta la elaboración de previsiones fiables sobre los riesgos y costes del calentamiento global. A la vista de estas incertidumbres, la cuestión de invertir recursos escasos para evitar alteraciones del clima posiblemente peligrosas se convierte en un problema ético. Así, las industrias relacionadas con combustibles fósiles, cuyos ingresos dependen de la emisión de gases invernadero, intentan minimizar la importancia del calentamiento global. Los grupos de defensa del medio ambiente, por el contrario, subrayan la certeza de que los seres humanos estamos alterando el clima y de que las consecuencias serán graves en el futuro.

En definitiva, los delegados nacionales presentes en la Cumbre de Kioto negociaron reducciones moderadas de gases invernadero que afectaban sobre todo a las emisiones de las grandes naciones industrializadas. Pero incluso este acuerdo limitado se enfrenta a duras negociaciones en el proceso de ratificación, particularmente en el Senado de los Estados Unidos, pues la mayor parte de sus miembros se han opuesto públicamente al protocolo de Kioto. Si no se ratifica el acuerdo en Estados Unidos -el mayor productor de gases invernadero del mundo- el apoyo internacional al tratado se verá muy deteriorado.

Los productores de carbón, petróleo y gas natural, junto con las compañías eléctricas, fabricantes de automóviles, agricultores y otros sectores relacionados con los combustibles fósiles, lanzaron una campaña masiva en los medios de comunicación para socavar el apoyo al tratado, de manera más visible en Estados Unidos. La campaña tenía por objeto convencer a los ciudadanos de que ningún tratado que excluyese a los países menos desarrollados frenaría el calentamiento global. En los anuncios difundidos en televisión y prensa por el sector se afirmaba también que la reducción sustancial de emisiones en los países industrializados perjudicaría injustamente a la economía estadounidense y crearía puestos de trabajo en otros países a expensas de los trabajadores norteamericanos.

Sin embargo, la campaña obviaba el hecho de que los países industrializados sean los responsables de la mayor contaminación hasta la fecha y que sus emisiones per cápita de gases invernadero superen en al menos diez veces a las de los países más pobres. Pero sí es verdad que estos últimos ganan posiciones rápidamente: en este momento China es el segundo productor de gases invernadero del mundo -aventajada sólo por Estados Unidos-  y ocupará el primer puesto en el curso de las dos primeras décadas del siglo XXI.

Pese al fuerte desacuerdo, a las interminables negociaciones y a la confusión generalizada, en las últimas horas de la cumbre de diez días surgió un compromiso. El hecho ocurrió poco después de que el vicepresidente Gore se apartara inesperadamente del texto que llevaba preparado para pedir a la delegación de Estados Unidos una postura negociadora "más flexible". En general, lo ocurrido se consideró un milagro diplomático, si bien es verdad que este protocolo podría frenar sólo en parte las emisiones de gases invernadero. Únicamente debe considerarse un éxito en caso de ser la primera de una serie de acciones verdaderamente globales orientadas a solucionar el calentamiento global.

El protocolo de Kioto exige a 38 naciones industrializadas haber reducido en el año 2012 sus emisiones medias hasta un nivel inferior en un 5,2% a las concentraciones de 1990. Estados Unidos, que actualmente emite más del 20% de todo el dióxido de carbono del mundo procedente de combustibles fósiles, acordó un recorte del 7% por debajo de los valores de 1990, mientras que los 15 países de la Unión Europea se comprometieron a alcanzar una reducción del 8%. Japón aceptó una reducción del 6%. El pacto no exige ninguna reducción vinculante a los países en desarrollo, pero en los próximos años se convocarán nuevas rondas de negociaciones para abordar éste y otros asuntos.

Rusia y Ucrania acordaron estabilizar las emisiones de gases en los niveles de 1990. No obstante, debido al escaso rendimiento económico de estos países desde la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991, se les ha permitido mantener sus niveles de contaminación actual, que son un 30% inferiores a los de 1990. Por tanto, Rusia y Ucrania esperan vender a otras naciones industrializadas la cuota no utilizada de las emisiones a que tendrían derecho. Un comprador probable es Estados Unidos, que podría tener dificultades para cumplir sus propios objetivos, de no adoptar pronto una política interior que resultaría impopular, como un impuesto sobre los combustibles fósiles o la concesión de subvenciones para tecnología.

Soluciones hacia el futuro
Según el Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC) patrocinado por las Naciones Unidas (ONU), para el año 2050 deberá haberse eliminado entre el 50 y el 75% de las emisiones generadas por la quema de combustibles fósiles para impedir que la concentración atmosférica de gases invernadero se duplique o triplique en el próximo siglo. Esto significa que durante las décadas venideras deberán ponerse en marcha programas de investigación, desarrollo y funcionamiento de nuevas tecnologías energéticas limpias.

El costo potencial de estos programas ha generado enormes polémicas. Los sectores más optimistas afirman que pronto surgirán soluciones innovadoras de tecnología avanzada con costes de aplicación enormemente inferiores a los actuales. Como ejemplo de esta tendencia se señalan los recientes avances tecnológicos sobre células de combustible para automóviles eléctricos. Pero otros analistas afirman que aplicar programas eficaces costará a las economías nacionales al menos un uno o un dos por ciento de su producto bruto interno.

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