domingo, 4 de agosto de 2013

1972. El caso Watergate




Un robo inexplicado paralizó al gobierno de los Estados Unidos y abrió la caja de Pandora de los secretos de la Casa BIanca. Por primera vez en la historia del país un presidente es obligado a renunciar y sus asesores más cercanos son enviados a prisión.



Complejo Watergate

EL CASO WATERGATE


Watergate, fue el nombre dado al mayor escándalo político estadounidense, iniciado con el allanamiento e intervención de las líneas telefónicas del cuartel general electoral del Partido Demócrata, que sirvió para acusar posteriormente al presidente Richard Nixon y a muchos de sus colaboradores de haber llevado a cabo una serie de actos ilegales. El escándalo culminó con la primera dimisión de su cargo efectuada por un presidente de Estados Unidos.


Por entonces, el presidente Richard Nixon, abanderado de los republicanos, parecía destinado a obtener una fácil victoria sobre el candidato demócrata, el senador George McCovern.
Aun cuando uno de los asaltantes resultó ser James McCord, un agente de seguridad del Comité para la Reelección del Presidente (CRP), Nixon aseguró que "la Casa Blanca no estaba de ninguna manera involucrada en esto". Pero Lawrence F. O'Brien, director nacional de los demócratas, denunció que el asalto era "un descarado acto de espionaje político" y demandó al CRP por un millón de dólares. Más y más líneas de investigación Ilevaban hacia la Casa Blanca.

El allanamiento fue cometido el 17 de junio de 1972 por cinco hombres que fueron detenidos en las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata en el edificio Watergate de la ciudad de Washington.
Con el paso del tiempo, su arresto reveló un plan de espionaje promovido por la Casa Blanca contra sus oponentes políticos, que implicó a altos cargos del país, como el antiguo fiscal general John Mitchell, el consejero presidencial John Dean, el jefe de Personal de la Casa Blanca H. R. Haldeman, el asesor especial de la Casa Blanca para Asuntos Nacionales John Ehrlichman y el propio presidente Nixon.

El 9 de mayo de 1969, pocos meses después de la primera toma de posesión de Richard Nixon, éste se enfureció cuando el diario The New York Times informó que los Estados Unidos bombardeaban en secreto bases norvietnamitas en Laos y Camboya.
Se ordenó intervenir los teléfonos de los sospechosos de dar esta información. Dos años después, el 13 de junio de 1971, el mismo diario publicó fragmentos de un informe confidencial del Pentágono acerca del papel de los Estados Unidos en Vietnam. Era claro que alguien del gobierno entregó el estudio de 7.000 páginas, pues sólo existían 15 ejemplares. Luego se supo que el informe fue entregado por Daniel Ellsberg, un exanalista que trabajaba en el Departamento de Defensa.
Decidido a que las deliberaciones privadas de su administración no se ventilaran públicamente, Nixon habló con sus dos asesores más allegados, H.R. Haldeman y John D. Ehrlichman. Ordenaron a Egil Krogh, asistente de Ehrlichman, que formara un grupo secreto encargado de "tapar goteras", que se Ilamaron a sí mismos "plomeros". Hunt y un fiscal de provincia aficionado a las armas Ilamado G. Gordon Liddy se unieron a este proyecto, pero fallaron en su primera misión. Queriendo desacreditar a Daniel Ellsberg, contrataron a cubanos anticastristas para que entraran a la oficina de su psicoterapeuta, pero los ladrones no hallaron el expediente de su tratarniento.

El 30 de abril de 1973, Nixon aceptó la dimisión de Haldeman y Ehrlichman, y anunció el cese de Dean. El procurador general Richard Kleindienst también presentó la dimisión. Su sucesor, Elliot Richardson, nombró un procurador especial, Archibald Cox, para que dirigiera una investigación sobre las escuchas del Watergate.

En mayo de 1973 el Comité del Senado sobre Actividades Presidenciales inició las comparecencias, que dieron como resultado una serie de asombrosas revelaciones. Dean testificó que Mitchell ordenó el allanamiento y que se había intentado encubrir la implicación de la Casa Blanca. Además, manifestó que el presidente había autorizado el pago a los asaltantes para que guardaran silencio. La administración Nixon negó vehementemente esta acusación.

Las cintas magnetofónicas de la Casa Blanca

El 16 de julio de 1973, Butterfield, asesor de la Casa Blanca, testificó que Nixon había ordenado la instalación en la Casa Blanca de un sistema para grabar automáticamente todas las conversaciones; de este modo podría ser verificado lo que el presidente hubiera dicho. 
Cox exigió la entrega inmediata de ocho grabaciones, que confirmarían el testimonio de Dean. Nixon se negó a entregarlas y el sábado 20 de octubre de 1973 ordenó a Richardson que cesara a Cox. Richardson presentó su dimisión y fue el fiscal general del Estado quien cesó a Cox. La destitución provocó la unánime protesta de la opinión pública. En respuesta, Nixon nombró otro procurador especial, Leon Jaworski.


De las nueve cintas requeridas por los investigadores, Nixon sólo entregó siete, una de las cuales tenía un lapso de silencio de 18 minutos. La leal secretaria presidencial, Rose Mary Woods, afirmó haber borrado sin querer esa parte al poner el pie en un botón de control. Pero cuando trató de demostrar lo ocurrido a los periodistas, no pudo hacerlo. Las cintas tenían otras interrupciones que, en muchos casos, fueron aumentadas electrónicamente por expertos en sonido. Así, suficiente material incriminatorio se hizo audible y uno de los abogados de Nixon, al oír las cintas por primera vez, murmuró: "Se acabó todo."

Nixon estaba grabado en una discusión del encubrimiento hecha el 23 de iunio de 1972, sólo seis días después del robo y mucho antes de lo informado por John Dean. En julio de 1974, la Suprema Corte de Justicia afirmó, por unanimidad, el derecho de la corte a oír las demás cintas. El Comité Judicial, que inició una investigación de inculpación, recibió 19 cintas, pero pidió 42 más, con conversaciones sostenidas entre junio de 1972 y junio de 1973.

Durante el proceso de inculpación, Nixon fue el primer presidente que recibió un citatorio del comité. La Casa Blanca entregó las cintas y una transcripción de unas 1 200 páginas. Nixon explicó que, debido al lenguaje vulgar y asuntos de seguridad nacional, la transcripción era más una versión editada que un recuento textual. Cuando se supo cuánto se había editado y se comparó la transcripción con las cintas, su credibilidad se desgastó aún más. El comité, luego de audiencias públicas, votó el 30 de iulio de 1974 a favor de transmitir a la Cámara de Diputados tres causas de inculpación (impeachment): obstrucción de justicia, abuso de poderes presidenciales e intento de impedir el mismo proceso de inculpación.


En marzo de 1974, el Gran Jurado acusó a Mitchell, Haldeman, Ehrlichman y otros cuatro funcionarios más de la Casa Blanca de participar en el encubrimiento del caso Watergate y consideró a Nixon como 'conspirador sin encausar'. El Tribunal Supremo ordenó a Nixon la entrega de la totalidad de las grabaciones.

Más revelaciones

Tan pronto como el escándalo Watergate salió a la luz, fueron develadas una serie de actividades ilegales paralelas: desde 1971 un grupo perteneciente a la Casa Blanca, había intentado obstaculizar las filtraciones de información a los medios de comunicación. El Gran Jurado acusó a Ehrlichman, al consejero especial de la Casa Blanca, Charles Colson y a otros funcionarios de irrumpir en el despacho de un psiquiatra a fin de obtener documentos para ser utilizados en contra de Daniel Ellsberg, quien había publicado los denominados 'papeles del Pentágono'.

Además, los investigadores descubrieron que la administración Nixon había solicitado grandes cantidades de dinero durante una campaña ilegal de donativos (utilizadas para financiar el espionaje político y para pagar más de 500.000 dólares a los asaltantes del edificio Watergate) y que ciertos funcionarios gubernamentales habían mentido sistemáticamente sobre su participación en la intervención de las comunicaciones y en el posterior encubrimiento de los hechos. Por otra parte, funcionarios de la Casa Blanca testificaron que en 1972 habían falsificado documentos para implicar al presidente John Fitzgerald Kennedy en el asesinato del presidente survietnamita Ngô Dinh Diêm (1963) y para acusar al senador Hubert Horatio Humphrey de conducta inmoral.

La dimisión de Nixon

Todo este proceso erosionó la imagen de Nixon. El 5 de agosto de 1974, tres nuevas grabaciones revelaron que el presidente había ordenado que el FBI (Oficina Federal de Investigación) dejara de investigar las escuchas del Watergate. También demostraban que el propio Nixon estaba involucrado de forma directa en el encubrimiento de la participación de la administración en el escándalo.

Nixon aseguró públicamente que lo sucedido en el asunto de Watergate y sus propios actos no justificaban un acto tan extremo como su renuncia. Pero intervino la amarga realidad. Algunos de los más viejos amigos políticos de Nixon, incluyendo al senador conservador Barry Goldwater, le advirtieron que podría ser inculpado por la Cámara. Le dijeron que sólo la renuncia le evitaría el vergonzoso espectáculo de ser juzgado ante todo el Senado. La noche del 9 de agosto, Nixon apareció en televisión nacional para anunciar que renunciaría al mediodía siguiente. Lejos de admitir su culpa o expresar remordimiento, explicó que su decisión era necesaria solamente por carecer de una base política en el Congreso.

La amenaza de ser procesado pendió sobre él hasta que un mes más tarde su sucesor, el presidente Gerald Ford, proclamó una amnistía "por todos los delitos" que Nixon cometiera contra los Estados Unidos durante su periodo presidencial. Nixon quedó entonces a salvo de cualquier acusación.


La cordial rectitud de Ford le produjo una inmediata popularidad en la Casa Blanca, pero su acto -que bien pudo estar motivado por su compasión hacia un ser humano deprimido y caído en desgracia- fue visto por muchos con suspicacia. Algunos piensan que esto contribuyó en gran medida a que fuera derrotado en 1976 por Jimmy Carter. Ford esperaba "cerrar y sellar firmemente este libro" al dar el perdón, pero en realidad espoleó el misterio aún más. El legado de Watergate fue en realidad una mayor desconfianza por parte del pueblo estadunidense hacia los altos funcionarios. A falta de pruebas, algunos votantes prefirieron creer lo peor.


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