viernes, 23 de agosto de 2013

LA ERA DE LAS DICTADURAS MILITARES EN AMÉRICA LATINA



La profundización de la crisis económica en Latinoamérica que se venía arrastrando de fines de los años '50, provocó especialmente en el Cono Sur, un viraje en su historia política.
Se iniciaría en la década de los años '70 la era de las dictaduras militares.
 



La instauración de regímenes militares en el Cono Sur, a partir de 1964 determinó una profunda transformación de su historia política. Se puso fin al periodo de movilizaciones sociales que le antecedieron y que significaron un crecimiento inusitado de sectores sociales y populares. Crecimiento que derivó en algunos países como Uruguay y Argentina en movimientos de guerrilla urbana cuyo objetivo era impulsar una revolución social por esa vía.

Estos regímenes, apoyados por las Fuerzas Armadas se caracterizaron por su afán desmovilizador y su represión exacerbada en contra de la disidencia política.
En Argentina, Chile y Uruguay esta represión comenzó inmediatamente a la usurpación violenta del poder y el derrocamiento de los gobiernos constitucionales. Brasil tuvo su represión más cruda al finalizar la década de los años sesenta cuyo objetivo era aplastar los focos guerrilleros que se habían levantado durante los cuatro años anteriores de dictadura. Argentina y Chile fueron los países en los que se vivió la represión clandestina de manera más violenta. En Uruguay la represión se caracterizó por ser más selectiva y dirigirse principalmente a un control de la sociedad civil impidiendo la apertura de canales de participación. Pero fue la dictadura del General Stroessner en Paraguay (1954-1989) el modelo articulador para el resto de las dictaduras latinoamericanas. Éste fue elogiado por sus análogos y por el gobierno norteamericano, al resaltar su capacidad para mantener la "paz social a cualquier costo", en otras palabras, por su eficacia en el control de la subversión.

Pese a esta diferencia en el mayor o menor grado de represión, lo cierto es que todos ellos redundaban en ciertas características comunes: su incapacidad política para dotarse de bases de legitimidad que les permitiera crear una forma de Estado diferente de la democracia política; sus violaciones reiteradas y persistentes a los derechos humanos producto de la implementación de una metodología represiva sistemática y a gran escala. Estas violaciones a los derechos fundamentales teñidas del carácter ideológico que imponía la eliminación de toda disidencia política, y se materializaron a través de diferentes figuras delictivas tales como detenciones ilegales y secuestros, seguidas en la mayoría de las ocasiones de homicidios, asesinatos y desapariciones forzadas, previa tortura de las víctimas, todas ellas propias de las prácticas del terrorismo de Estado. Otra característica común fue una marcada cooperación a nivel internacional en el control y en la eliminación de la disidencia política, cuyo blanco principal era la izquierda política, en especial los Partidos Comunistas y Socialistas, amén de los focos guerrilleros.

Desde el punto de vista económico, los gobiernos militares, asesorados por técnicos de ideas neoliberales, procedieron a cierta apertura de la economía al exterior, procurando atraer al capital extranjero y limitar la intervención del Estado. El deterioro del salario real tuvo consecuencias imprevistas en un gobierno conservador ya que forzó la entrada masiva de la mujer al mercado del trabajo fuera del hogar, estrategia familiar de sobrevivencia que adoptaron los sectores populares y la clase media.

El escritor y político mexicano Carlos Fuentes en su introducción al Informe de la Comisión Latinoamericana y del Caribe a la Conferencia Mundial sobre Desarrollo Social (Copenhague; 1995) exponía la situación actual de los países retrotayéndose a dicho periodo histórico.
Según Fuentes, tanto los Estados nacionales como los sectores productivos crecieron notablemente a partir de la primera guerra mundial; lo que no creció fue el acceso al crédito, la asistencia técnica, la inversión en capital humano, y medidas compensatorias hacia los sectores de la pobreza extrema y grupos vulnerables.
En estos años, durante la Guerra Fría, las políticas sociales fueron confundidas con las políticas del comunismo soviético, y satanizadas, en consecuencia.
Las sociedades exigían reformas. Los poderes políticos y económicos las obstruían. Las doctrinas de la seguridad continental paralizaron múltiples iniciativas de cambio que buscaban mayor igualdad, mejor distribución, un grado superior de justicia.
Los Estados nacionales de Latinoamérica, agobiados por las demandas insatisfechas de obreros, campesinos, el sector cultural, empresarios, militares y acreedores extranjeros, sucumbieron, en muchos casos, a las dictaduras castrenses, a la necesidad de purgas macroeconómicas en seguida y, finalmente, a la consagración democrática.
En la década de los ochenta, la crisis económica redujo drásticamente el poder adquisitivo, retrajo los salarios reales a los niveles de 1960, aumentó el desempleo, la malnutrición y la mortalidad infantil, disminuyó el gasto y los servicios sociales y, generalizó la pobreza. Para Carlos Fuentes, no fue sólo el efecto de una crisis financiera, sino la consecuencia del aplazamiento de reformas indispensables.
La mayoría de los países latinoamericanos, con una pesada carga de endeudamiento externo, y un contexto internacional diferente, fueron de diversas formas, restaurando sus respectivas democracias.

Las dictaduras latinoamericanas han reducido su alcance en los años recientes. Apenas quedan algunos débiles amagos de reinstalar a los caudillos autoritarios. Lino Oviedo intentó en Paraguay deponer a Juan Carlos Wasmosy y fue rechazado por el pueblo. No le ha quedado sino escoger el camino de las urnas para llegar a la Presidencia.
Sin embargo, hay algunos síntomas débiles de reimponer dictaduras o de resistir a la autoridad civil. El almirante Mauro César Pereira, rechazó el intento del Presidente Fernando Henrique Cardoso de pasar una ley que indemnice a las familias de los desaparecidos durante las dictaduras brasileñas. En los 90 en Honduras hay ruido de sables y amagos de golpe; el ejército ha sacado los tanques a la calle en varias ocasiones. El golpe contra Aristide, en Haití en 1991, fue seguido de su restitución, mediante las bayonetas estadounidenses. En El Salvador se alcanzó la paz en 1992, después de treinta años de guerra contra regímenes militares con fachada civil. En Perú se adivina el puño castrense detrás del impasible Fujimori, pero éste, al menos, retiene el mando visible.

El caso chileno: El gobierno socialista de Salvador Allende y el golpe de estado militar

Con el ingreso a la década del sesenta, los pueblos latinoamericanos fueron conociendo los límites de un modelo de crecimiento y distribución que perdía su dinámica y se manifiestaba incapaz de incorporar a amplios sectores populares. Es entonces, en el marco mundial de la Guerra Fría, en donde se inicia un periodo de confrontación y de luchas sociales y políticas.
Las visiones utópicas ganaban un creciente espacio y pocos de quienes trataban de realizarlas dudaban de que el futuro inmediato deparaba una sociedad más justa y más libre.
Mientras en varios países latinoamericanos los movimientos populares eran reprimidos por una escalada militar creciente, en Chile el político Salvador Allende asumía el gobierno mediante elecciones y buscaba una vía al socialismo por medios democráticos.
Sin embargo pocos años más tarde, esta inusual experiencia de socialismo democrático sería abortada violentamente por el golpe militar con Augusto Pinochet a la cabeza.


El 4 de Setiembre de 1970, Salvador Allende obtiene la primera mayoría relativa (36 %) en las elecciones presidenciales, apoyado por la coalición de izquierda Unidad Popular. A partir de allí se inicia un tortuoso camino destinado a obtener que el Congreso Nacional ratifique el triunfo en las urnas, por lo que los parlamentarios deben optar entre las dos primeras mayorías relativas.
El Congreso respaldó a Allende frente a su opositor de derecha, el anterior presidente Alessandri. Allende entonces se convirtió en el primer presidente elegido con un programa socialista en un país no comunista de Occidente.
Salvador Allende es elegido Presidente de la República y asume, en medio de la expectación nacional e internacional, el 4 de Noviembre de 1970, iniciándose la denominada "vía chilena al socialismo", bautizada más graficamente como "la revolución de empanada y vino tinto", atendiendo el particular carácter del triunfo de la izquierda chilena, obtenido limpiamente en las urnas, merced al masivo apoyo ciudadano al proceso de reformas que propuso al país.

Durante el gobierno popular, dicho respaldo se incrementa, contra toda la campaña desestabilizadora impulsada por la derecha y la Democracia Cristiana. La Unidad Popular obtiene la mayoría absoluta de los sufragios en la elección municipal de 1971 y más del 43 % de los sufragios en las parlamentarias de 1973, superando ampliamente su votación de 1970.

Con el gobierno de Allende se instituyó el control estatal de la economía, se nacionalizaron los recursos mineros, los bancos extranjeros y las empresas monopolistas, y se aceleró la reforma agraria. Además, Allende lanzó un plan de redistribución de ingresos, aumentó las salarios e impuso un control sobre los precios.
La oposición a su programa político fue muy vigorosa desde el principio y hacia 1972 se había producido una grave crisis económica y una fuerte polarización de la ciudadanía. La situación empeoró aún más en 1973, cuando el brutal incremento de los precios, la escasez de alimentos (provocada por el recorte de los créditos externos), las huelgas y la violencia llevaron al país a una gran inestabilidad política. Esta crisis se agravó por la injerencia de Estados Unidos, que colaboró activamente para desgastar al régimen de Allende. Por otra parte crecen las discrepancias en el seno de la Unidad Popular acerca de cómo responder a la creciente violencia de los sectores conservadores.
El clima de agitación provocado por los sectores reaccionarios con respaldo foráneo crean el clima para el Golpe de Estado que el 11 de Setiembre de 1973, pone fin al gobierno popular y desata una ola de persecución y muerte que tiñe de sangre las calles de Chile.

El Presidente Allende muere en el Palacio de La Moneda, dejando un legado inconmensurable para las futuras generaciones. en medio del bombardeo sobre el palacio presidencial, El presidente chileno da un mensaje a los ciudadanos que se transmite por radio; eran las 8:45 a.m.:

"(...) Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo (...)"  

Allende estaba persuadido de que la institución de la Presidencia de la República y por extensión el estado en su dimensión democrática era el único frente de contención militar y política contra el desencadenamiento de la violencia y la guerra civil. Sin los recursos del gobierno, las organizaciones de los trabajadores -partidos, sindicatos, cordones industriales, comandos comunales, etc.- se le aparecían como divisiones enteras de un ejército a la merced del adversario, impotentes de ofrecer por ellas mismas una asistencia orgánica equivalente al nivel de la agresión de que eran objeto desde 1972.
A través de la decisión de defender hasta el fin la legalidad democrática. Allende deseaba imposibilitar a los sectores conservadores la reconstrucción del aparato del estado tradicional, condenándola a entrar en conflicto con el sentido de la evolución histórica del país en su configuración socioeconómica contemporánea. Su propia vida era el último recurso que se había reservado el hombre político singular que era Allende.

El régimen de Pinochet
Tras el asalto al Palacio de la Moneda y el asesinato del presidente Allende, se estableció una Junta Militar encabezada por el general Augusto Pinochet Ugarte que suspendió inmediatamente la Constitución, disolvió el Congreso, impuso una estricta censura y prohibió todos los partidos políticos. Asimismo, lanzó una fuerte campaña represiva contra los elementos izquierdistas del país: miles de personas fueron arrestadas, y centenares de ellas ejecutadas o torturadas; muchos chilenos se exiliaron, mientras que otros pasaron largos años en prisión o "desaparecieron".
Durante los años siguientes, la Junta Militar gobernó al país con gran rigor. En 1978 se levantó el estado de sitio (aunque siguió en vigor el estado de emergencia), e ingresaron más civiles en el gabinete. Sin embargo, Chile siguió siendo esencialmente un Estado policial. Una nueva constitución, sometida a referéndum el día del séptimo aniversario del golpe, legalizó el régimen hasta 1989; Pinochet inició en marzo de 1981 otro periodo de gobierno, ahora como presidente, por un lapso de ocho años.
En el ámbito económico, el gobierno de Pinochet -con sus medidas de austeridad- recortó la inflación y estimuló algunos sectores de la producción entre 1977 y 1981, abriéndose al mercado externo y aplicando las medidas neoliberales desarrolladas en el resto de América Latina. No obstante, a partir de 1982, la recesión mundial y la caída de los precios del cobre provocaron un retroceso de la economía chilena. En 1983 se produjeron amplias protestas contra el gobierno, seguidas de una serie de atentados en las grandes ciudades. El aumento de la tensión popular y el progresivo deterioro de la economía llevaron a Pinochet a reinstaurar el estado de sitio en noviembre de 1984. A finales de ese mes, se firmó un tratado con Argentina, en el que se ratificaba la soberanía chilena sobre tres islas del canal de Beagle (Picton, Nueva y Lennox). Tras un fallido intento de atentar contra la vida de Pinochet, en setiembre de 1986, se desarrolló por parte del gobierno una nueva campaña represiva.
El restablecimiento del poder civil
En agosto de 1988 se levantó finalmente el estado de emergencia, y en octubre se permitió a los chilenos organizar un plebiscito sobre si debía o no prorrogarse hasta 1997 el mandato de Pinochet, que terminaba en marzo de 1989. Cuando casi el 55% del electorado votó por el "No", el mandato de Pinochet se prorrogó automáticamente hasta marzo de 1990, a la espera de la celebración de las elecciones presidenciales y legislativas.
En diciembre de 1989, en los primeros comicios presidenciales en diecinueve años, los votantes eligieron por mayoría al candidato democratacristiano Patricio Aylwin, quien promovió una serie de reformas económicas y nombró una comisión para investigar las violaciones de los derechos humanos cometidas por el régimen de Pinochet. Las reformas económicas iniciadas por Aylwin permitieron que más de un millón de chilenos salieran de la pobreza. En las elecciones presidenciales de 1993, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del antiguo presidente Eduardo Frei Montalva, salió triunfador. Augusto Pinochet, por su parte, se mantuvo en su cargo de comandante en jefe del Ejército. En 1994, Chile solicitó su entrada en el Tratado de Cooperación Económica Asia-Pacífico (CEAP) y en el Tratado de Libre Comercio Norteamericano (NAFTA). 

El realizador chileno Patricio Guzmán tiene varios documentales que narran este período histórico y que valen la pena ver para comprender más cabalmente la historia de este país. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te gusta el fútbol, entrá aquí: