lunes, 30 de julio de 2012

Revoluciones del siglo XX: la revolución mexicana

México. 1910.
Los problemas económicos y sociales en torno a la cuestión agraria desembocan, tras 35 años de dictadura, en el levantamiento campesino dirigido por Emiliano Zapata desde el centro-sur del territorio y Pancho Villa en el norte.
La revolución mexicana comprende el período de la historia de México entre la caída de la dictadura de Porfirio Díaz en 1910 y el ascenso al poder de la burguesía, tras superar los intentos de revolución social protagonizados por los campesinos en 1919-20.
Para quienes no recuerden cómo venía la historia en México, tengan en cuenta que con una riquísima historia indígena en la región y una imponente cultura, el territorio mexicano se vio sometido a casi tres siglos de colonización, hasta que en 1810 se inició la lucha por la independencia, como en casi toda Latinoamérica.
Pero la independencia mexicana no fue sencilla y de hecho, sufrió una serie de agresiones de España, Francia y Estados Unidos, que tuvo como consecuencias, por ejemplo, la pérdida de los territorios de Texas, Nuevo México y California.
Para hacerse una idea del caos reinante piensen que en un período de 29 años -de 1821 a 1850- el país tuvo ¡50! gobiernos distintos.


En 1876, el general Porfirio Díaz que había participado en las luchas contra la intervención francesa tomó el poder y gobernó durante 35 años. En ese período México abrió sus puertas a los capitales extranjeros, modernizó la economía, y ello trajo consigo la acentuación de las desigualdades sociales.


En 1910, poco más de ochocientos (800) estancieros latifundistas -muchos de ellos extranjeros- poseían casi todo el territorio nacional. De una población total de 15 millones de habitantes, doce millones dependían de los sumergidos salarios rurales.
Por otro lado, Díaz otorgó concesiones y privilegios a compañías inversoras (especialmente norteamericanas) para el desarrollo de la minería. Hacia 1910, el capital extranjero controlaba casi todas las minas, la industria petrolera, las principales plantas eléctricas, gran parte de los ferrocarriles, y buena parte de los emprendimientos comerciales, todo esto sin volcar algo de esos beneficios al trabajador, al que se le prohibía organizarse y reclamar por sus derechos.
Comenzó en el país una intensa actividad política y ese mismo año apareció el libro "La sucesión presidencial en 1910",escrito por Francisco Ignacio Madero, que se convirtió en el manifiesto político de los grupos de oposición a la dictadura: las clases medias, los campesinos y los obreros, contrarios a la reelección de Díaz para un nuevo mandato presidencial, pero también opuestos a las costumbres aristocráticas y al afrancesamiento dominante, a la política económica del colonialismo capitalista y a la falta de libertades políticas bajo el régimen dictatorial.
En abril de ese mismo año Madero fue designado candidato a la presidencia por el Partido Nacional Antirreeleccionista, con un programa a favor del sufragio efectivo y la no reelección, pero sin claros contenidos sociales y económicos.
Las promesas de reforma agraria se esfumaron en una nebulosa institucionalista, y el descontento no se hizo esperar.
En mayo del mismo año se produjo en Morelos la insurrección de Emiliano Zapata al frente de los campesinos, que ocuparon las tierras en demanda de una reforma agraria. Zapata proclamó su Plan de Ayala, donde denunciaba la traición de Madero a la revolución en favor de su interés personal, y reclamaba su caída. El plan propugnaba la nacionalización y expropiación de los bienes de los enemigos de la revolución, y la devolución a los legítimos propietarios de las tierras usurpadas por el latifundio.
Cerca de diez años duró la lucha. Contra Díaz, contra Madero, luego contra Huerta, y más tarde contra Venustiano Carranza. El largo tiempo de guerra fue también un período de intervenciones norteamericanas con los marines.
Orozco, tras ser nombrado por los agraristas jefe supremo de la revolución, se sublevó en Chihuahua en marzo de 1912, y otro tanto hicieron los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz en Nuevo León y Veracruz respectivamente. El Ejército federal, al mando de Prudencio Robles y Victoriano Huerta, reprimió con dureza los levantamientos, estableciendo campos de concentración, quemando aldeas y ejecutando a numerosos campesinos.
En la ciudad de México tuvo lugar en febrero de 1913 la que se denominó ‘Decena trágica’, enfrentamiento entre los insurrectos y las tropas del general Huerta, que causó alrededor de 2.000 muertos y 6.000 heridos.
Con la insólita mediación del embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, el general Huerta llegó a un acuerdo con el general Díaz, destituyó a Madero y se autoproclamó presidente el 18 de febrero de 1913. Cuatro días después el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados por órdenes de Huerta.
El gobierno de Huerta no fue reconocido por el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, quien el 26 de marzo de 1913 proclamó el Plan de Guadalupe, bandera de la revolución constitucionalista, por el que se declaraba continuador de la obra de Madero y procedía a la formación del Ejército constitucionalista, al que no tardaron en sumarse el coronel Álvaro Obregón en Sonora, y Pancho Villa en el norte, mientras Zapata volvía a dominar la situación en el sur y este del país.
La oposición a Huerta en la capital se realizó a través de la Casa del Obrero Mundial, de tendencia anarquista y defensora de las clases obreras urbanas, pero cercana a los planteamientos agrarios del movimiento zapatista, al que dotaron de una ideología más definida, y del lema "Tierra y Libertad", que los alejaba tanto de Huerta como de Carranza.
Las tropas constitucionalistas, formadas por campesinos y gentes del pueblo, derrotaron al Ejército federal por todo el territorio nacional: Villa ocupó Chihuahua y Durango con la División del Norte; Obregón venció en Sonora, Sinaloa y Jalisco con el Cuerpo de Ejército del Noroeste; y Estados Unidos, tomando partido por los oponentes a Huerta, hizo desembarcar su infantería de Marina en Veracruz el 21 de abril de 1914.
Después del triunfo constitucionalista en Zacatecas el 24 de junio de ese mismo año y la ocupación de Querétaro, Guanajuato y Guadalajara, Huerta presentó la dimisión el 15 de julio siguiente y salió del país. En el Tratado de Teoloyucan se acordó la disolución del Ejército federal y la entrada de los constitucionalistas en la capital, que se produjo el 15 de agosto de 1914.
Pronto surgieron diferencias entre los revolucionarios, divididos en tres grupos: los villistas, que ofrecían un programa político y social poco definido; los zapatistas, que mantenían los principios formulados en el Plan de Ayala; y los carrancistas, vinculados a la burguesía y deseosos de preservar los beneficios obtenidos por los generales, empresarios y abogados adictos a Carranza.
En la Convención de Aguascalientes, en noviembre de 1914, se acordó el cese de Carranza como jefe del Ejército constitucionalista y de Villa como comandante de la División del Norte, así como el nombramiento de Eulalio Gutiérrez como presidente provisional. Carranza se trasladó a Veracruz, Gutiérrez llevó el gobierno a San Luis Potosí y la ciudad de México quedó en poder de Villa y Zapata, cuya colaboración inicial terminó un mes más tarde con la salida de ambos de la capital y la reanudación de las hostilidades.
Con los decretos de finales de 1914 y la Ley Agraria de enero de 1915, Carranza ganó para su causa a amplios sectores de la población, mientras los ejércitos carrancistas al mando del general Obregón ocuparon Puebla el 4 de enero de 1915 y derrotaron a Villa en Celaya, Guanajuato, León y Aguascalientes, entre abril y julio del mismo año, por lo que Estados Unidos reconoció al gobierno de Carranza en el mes de octubre. Villa inició en el norte una guerra de guerrillas y trató de crear conflictos internacionales con Estados Unidos, cuyo gobierno, en 1916, envió tropas en su persecución, aunque éstas no lograron capturarlo. En el sur, Zapata realizó repartos de tierras en Morelos y decretó algunas medidas legales para intentar consolidar las reformas agrarias y las conquistas sociales logradas, pero también los zapatistas fueron derrotados por las tropas constitucionalistas al mando de Pablo González y obligados, entre julio y septiembre de 1915, a replegarse en la montaña.
En setiembre de 1916, Carranza convocó un Congreso Constituyente en Querétaro, donde se elaboró la Constitución de 1917, que consolidaba algunas de las reformas económicas y sociales defendidas por la revolución, en especial la propiedad de la tierra, la regulación de la economía y la protección de los trabajadores.
En las elecciones posteriores, Carranza fue elegido presidente de la República y tomó posesión de su cargo el 10 de mayo de 1917.
Zapata mantuvo la insurrección en el sur hasta que, víctima de una traición preparada por Pablo González, cayó en una emboscada en la hacienda de San Juan Chinameca, donde el 10 de abril de 1919 fue asesinado.
Las distintas corrientes revolucionarias se unificaron en 1929 en el Partido Nacional Revolucionario, antecesor del actual Partido Revolucionario Institucional que se instaló en el poder desde esa fecha y ha dominado el espectro político mexicano durante todo el siglo XX. 

En 1934, Lázaro Cárdenas, continuador indiscutido y uno de los más importantes propulsores de la obra revolucionaria, estableció los pilares básicos de la reforma agraria, la nacionalización del petróleo, la expropiación de los bienes de las empresas petroleras extranjeras, la industrialización del país, y la universalización del sistema educativo.

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