sábado, 8 de junio de 2013

Panorama de la literatura en Latinoamerica: el "boom de la literatura latinoamericana en los años 60



Las circunstancias políticas, sociales y económicas que se vivían en la década de los '60, en especial en América Latina con la revolución cubana, fomentaron una mayor atención y preocupación acerca de lo que acontecía en el continente.

En el campo de la literatura, esto tuvo como consecuencia el lanzamiento a través de diversas casas editoriales -en especial españolas- de grandes escritores latinoamericanos que a partir de ese momento se transformaron en éxitos editoriales, y dieron a conocer el fértil panorama de la literatura latinoamericana contemporánea.

La decadencia en que se encontraba la literatura de las grandes metrópolis y el ascenso de un público lector constituido por intelectuales de clase media, favoreció el éxito de ventas.

El término "boom" está básicamente asociado a la economía, y al éxito comercial promovido por importantes casas editoriales, premios literarios como los de Biblioteca Breve y Formentor, revistas como Mundo Nuevo y Libre (ambas de París), etc.; pero no constituyeron una generación o un movimiento literario específico.
Sin embargo, puede constatarse en ellos algunas reformas técnicas provenientes del surrealismo y de la literatura estadounidense del siglo XX (en particular la influencia notoria de William Faulkner), así como la ruptura con el realismo naturalista de la literatura hispanoamericana de las primeras décadas del siglo XX con soluciones formales nuevas y una nueva visión de lo real llamada realismo mágico, como una actitud ante la realidad, donde lo principal no es la creación de seres imaginados, sino el descubrimiento de la misteriosa relación que existe entre el hombre y su circunstancia. Otro elemento característico de muchos de estos escritores fue que, por razones de exilio político o de distanciamiento cultural, vivieron largas temporadas en Europa, sobre todo en París y Barcelona.
Aunque la figura central del boom es Gabriel García Márquez y su obra "Cien años de  soledad", publicada en 1967, hay muchos autores y obras anteriores a esa fecha, que se han vinculado a este fenómeno.
El cubano Alejo Carpentier, por ejemplo, o el argentino Julio Cortázar, ya estaban consagrados como escritores. Sin embargo, no habían sido "masificados", fenómeno que sólo ocurrió a partir de los '60.
Juan Rulfo, de México; José María Arguedas, de Perú; Guillermo Cabrera Infante y José Lezama Lima, de Cuba; Manuel Rojas de Chile; Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, de Argentina; y Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández, de Uruguay, entran en la renovación temática y estilística de nuestra literatura.

Dos grandes escritores protagonistas de este fenómeno editorial, el mexicano Carlos Fuentes y el peruano Vargas Llosa, consideran al uruguayo Juan Carlos Onetti como el iniciador de la novela contemporánea latinoamericana.
Educado en la escuela de William Faulkner y Céline, Onetti hace ingresar a la literatura latinoamericana en la modernidad con mano tan segura como lo habían hecho para la poesía, Pablo Neruda y Octavio Paz. Con su rigor literario y su concepción de la novela como un organismo autónomo cuyas leyes narrativas son tan fatales como las de la naturaleza para el ser humano, se transforma en referente y figura central de los nuevos novelistas.

Juan Carlos Onetti (1909-1994)
El mundo que crea Onetti con sus narraciones es el de la ciudad rioplatense de este siglo; Llámese Montevideo (como en "El pozo"), Buenos Aires (como en "Tierra de nadie") o Santa María (como en casi todas las demás novelas). Esa ciudad se ha convertido en el personaje central de toda su obra.

Onetti está situado a la entrada de una etapa decisiva: la del descubrimiento del nuevo mundo de la gran ciudad, de sus hombres, sus proyectos, sus muertes. Así como los grandes novelistas de la tierra y la selva (Rivera, Gallegos, Güiraldes, Alegría) marcaron la línea central de un telurismo hondamente enraizado en la nostalgia o en la protesta, es con Onetti y sus pares que el nuevo hombre latinoamericano, el hombre que se ve obligado a ingresar a una modernidad caótica, angustiosa, asume el primer plano.

En la obra narrativa de Onetti hasta la década del 60 se pueden distinguir claramente tres momentos. En su primera novela "El pozo" (1939) surge una especie de existencialismo autóctono, rioplatense, que es anterior al movimiento existencialista francés, y a través del cual enuncia lo que será toda su obra posterior; explora la realidad profunda de Buenos Aires en dos novelas ("Tierra de nadie"; "Para esta noche") y deja la mejor marca de su maestría en un par de cuentos (el mejor es "Un sueño realizado").

En una segunda época Onetti produce su obra más ambiciosa y compleja, "La vida breve", que no sólo marca la culminación de un cierto realismo exasperado sino que abre una nueva perspectiva.

Sin abandonar el realismo, Onetti se compromete cada vez más en la fabricación de un universo onírico: la Santa María que inventa el personaje Brausen de "La vida breve". "Los adioses" y algunos relatos breves marcan la transición hacia sus obras mayores en toda su madurez narrativa: "El astillero" y "Juntacadáveres" son novelas en las que la poesía y un hondísimo humor negro alcanzan perfecciones nuevas.

La crisis política en Uruguay que termina con el golpe militar del año 1973 da un vuelco trágico a su vida. En marzo de 1975 se ve forzado a emigrar y a buscar refugio en Madrid. Habiéndolo perdido todo, parte hacia un destino incierto: "De hecho, ya no me interesaba mi vida como escritor". En el exilio, sin embargo, rompe todas las fronteras: comienzan las reparaciones culturales (reediciones, traducciones, homenajes, etc.) y la proyección inernacional de su obra es ya incuestionable.

Cuando en 1981, los reyes de España le hacen entrega del premio Cervantes (a la fecha sólo había recibido un primer premio a nivel nacional, en 1963), Juan Carlos Onetti dirá en su discurso: "es conveniente que se sepa que el Jurado del premio 'Cervantes' ha tenido, en esta ocasión, la quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien, que, desde su juventud, estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático; a un permanente segundón, que, hasta entonces, sólo había pagado a placé -o colocado, como se dice en España- y que no tenía ninguna victoria en su palmarés".

En su narrativa asoma la huella indeleble de algo que fue puro y que ya no es. En la entraña de sus cuentos duros, cínicos, agresivos, se encuentra una sensibilidad que se resiste a aceptar que la vida sea sólo corrupción y sordidez, y vuelve empecinado al recuerdo de una frescura.

En "Dejemos hablar al viento" escrita desde el exilio, su personaje dirá "Ahora yo quiero una ola, pintar una ola. Descubrirla por sorpresa. Tiene que ser la primera y la última. Una ola blanca, sucia, podrida, hecha de nieve y de pus y de leche que llegue hasta la costa y se trague el mundo... Tengo que descubrir una ola que se parezca a la última. No pido demasiado... Tengo que descubrirla ... la cresta de blancura sucia que lo diría todo. Nunca la vida y su revés, la franja que nos muestra para engañarnos."; y como apoteosis del dolor incendiará Santa María.

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