Abandonado
definitivamente el aislacionismo que había prevalecido durante el período de
entreguerras, los Estados Unidos toman conciencia de sus intereses mundiales y deciden intervenir en cualquier
lugar amenazado por las revoluciones y el comunismo, y propagar el ideal del American Way of
Life.
Europa Occidental
constituía una posición clave, que debía ser mantenida a toda costa, ya que de
otra manera el equilibrio mundial se rompería en detrimento de los Estados
Unidos.
En 1947, los recursos
del FMI se agotaban, y los 8 millones de dólares en ayudas diversas no
habían producido los resultados deseados.
Estados Unidos, que
tenía el 56% de la producción mundial de acero, y el 87% de la producción de
automóviles, se dirige a toda Europa y plantea un plan de recuperación en
cuatro años, a través de una ayuda de 22 mil millones de dólares para el
período 1948-1951.
El Programa de
Reconstrucción Europea (European Recovery Program), es más conocido como Plan
Marshall, debido a su promotor: el secretario de Estado estadounidense George
Catlett Marshall.
Tras la guerra, la
producción agrícola y carbonífera europea era casi inexistente, con el
consiguiente perjuicio para la población. Los europeos tampoco tenían los
dólares necesarios para comprar las materias primas y la maquinaria
estadounidense que les permitiera reconstruir sus maltrechas economías.
Estados Unidos
reaccionó ante estos hechos por cuatro razones:
En primer lugar, Europa había
sido su principal y mayor mercado, y sin una Europa próspera, Estados Unidos
sufriría una profunda depresión económica.
En segundo lugar, sin la ayuda del
Plan Marshall, Europa Occidental podría haberse orientado hacia posturas
comunistas, por lo que los líderes estadounidenses veían amenazada su
seguridad.
En tercer lugar, Europa Occidental parecía estar dispuesta a dejarse
influenciar por la URSS, potencia que Estados Unidos empezaba a considerar como
su principal rival en el planeta.
Y cuarto, Alemania Occidental, que
históricamente había sido el eje industrial del contintente, tenía que
convertirse en el freno a la expansión soviética. El miedo que los europeos
tenían hacia su enemigo durante la Segunda Guerra Mundial
sólo desaparecería si se conseguía integrar a Alemania en una Europa unida.
A pesar de que el Plan
Marshall constituía un acto intervencionista por parte de los Estados Unidos,
es indudable que Europa necesitaba de esa inyeccción económica para superar la
crisis y ahuyentar el peligro del ascenso de los partidos comunistas y
socialistas en sus respectivos países.
El Plan Marshall se
convirtió de este modo en un instrumento más de la guerra fría entre el Este y
el Oeste desde el momento en que tanto Francia como Inglaterra habían decidido
despreciar la oposición rusa y reunir en torno suyo, con objeto de examinar la
propuesta norteamericana, a Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos, Italia,
Portugal, Islandia, Grecia, Irlanda, Suiza, Turquía, Austria, Dinamarca, Suecia
y Noruega. Como era de esperar, los países adheridos al sistema comunista
rehusaron la invitación de reunirse en París.
España no fue invitada a causa de
la dictadura franquista, como tampoco Alemania Occidental, aún cuando este
último país estuviera allí representado por los comandantes en jefe de las
respectivas zonas de ocupación. El apoyo especial -como consecuencia de la
guerra fría- a Alemania Occidental con una ayuda de mil quinientos millones de
dólares en concepto de donación, colaboraron de manera importante al llamado "milagro
alemán".
Los
"dieciseis" redactaron un informe que fijaba los elementos esenciales
de un programa de recuperación global y mutua: un vigoroso esfuerzo de
producción y de estabilidad financiera, una cooperación lo más estrecha
posible, y la aceptación de la ayuda norteamericana para colmar el déficit de
las balanzas de pago europeas.
De esta manera, los
países firmantes crean una organización permanente encargada de llevar a la
práctica el Plan Marshall: la Organización Europea de Cooperación Económica
(OECE, primer antecedente de la actual Unión Europea).
La OECE alcanzó pronto
resultados positivos. Desde el 1º
de octubre de 1948 entró en vigor un acuerdo sobre pagos intraeuropeos, que
permitiría a determinados países acreedores normalizar sus cuentas con otras
naciones de Europa, sin tener que movilizar para ello reserva de oro o dólares.
Puede señalarse
también la ayuda concedida por los Estados Unidos dando "salida" a
determinados excedentes exportables. Los países de la OECE se dirigían a los de
la zona del dólar para obtener entregas suplementarias de abastecimeitnos y
suministros. Por encima de estos detalles concretos, lo importante era el
nacimiento de una mentalidad nueva. Los pueblos de la Europa occidental
parecían haber tomado conciencia de sus intereses comunes.
Dicha toma de
conciencia se desarrollaba en el mismo momento en que la eclosión popular
revolucionaria, secuela inevitable de la guerra, y apoyada por la Unión Soviética,
cobraba los caracteres más agudos en Asia.
El programa cumplió
con sus objetivos a corto y largo plazo: cuando se acabó en 1952, el peligro de
control comunista sobre Europa Occidental había desaparecido, la producción
industrial era un 35% superior a la de antes de la guerra, Alemania Occidental
era independiente y su economía se estaba recuperando con gran rapidez.
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