En
1938 el actor y director estadounidense Orson Welles hizo cundir el pánico
entre los oyentes radiofónicos con su célebre retransmisión de "La guerra
de los mundos", que anunciaba con absoluto realismo la noticia de una
invasión marciana de la Tierra.
Su
versión radiofónica de "La guerra de los mundos", del autor británico
H. G. Wells, fue tan realista que sembró el pánico entre miles de oyentes, al
hacerles creer que realmente se estaba produciendo una invasión alienígena.
Este
escándalo motivó que la
productora RKO le facilitara su debut en cine con un buen
presupuesto, pero "Ciudadano Kane" (una de las mejores obras de la
historia del cine) fue perjudicada por los periódicos del magnate Willian
Randolph Hearst, cuestionado en la película, no alcanzando el éxito
de público que merecía, por lo que, como toda la obra posterior de este genial
cineasta, quedó más bien como película de culto minoritaria, más reconocida en
Europa que en su propio país.
A
partir de l950, el efecto producido por esta transmision radial dio origen a la realización de
series de televisión enormemente populares, entre las que destaca "Star
Trek". El éxito de ésta se ha convertido en un fenómeno social capaz de
atraer a miles de seguidores a congresos, convenciones y eventos similares de
carácter internacional.
Presentación
radiofónica de "La guerra de los mundos" de H.G. Wells
El
presente guión radiofónico es
una adaptación libre de la famosa novela de H. G. Wells "La Guerra de los
Mundos" (publicada por primera vez en 1895), debida a la pluma de Howard
Koch, y fue presentado por Orson Welles y la compañía del teatro Mercury en la
estación de Radio de Columbia Broadcasting System, el 30 de octubre de 1938 .
La presentación radiofónica de esta pieza,
en la fecha mencionada, dio ocasión a un tremendo pánico que alcanzó a varios
centenares de miles de habitantes de los estados de Nueva York y limítrofes. La
actuación de Orson Welles y de su compañía fue tan perfecta, y los efectos de
sonido tan reales, que los radioescuchas, olvidados de que aquello era una representacion
artística, se sugestionaron y creyeron que los marcianos habían invadido la
Tierra.
I
Tenemos actualmente la completa seguridad
de que, en los primeros años del siglo XX, nuestro planeta era vigilado muy de
cerca por inteligencias mucho más penetrantes y perspicaces que las del hombre,
aunque también estaban albergadas en cuerpos tan mortales como los nuestros.
Sabemos que mientras los hombres se agitaban afanosamente en torno a sus
múltiples ocupaciones y negocios, estaban siendo examinados y estudiados, quizá
tan minuciosamente como el hombre mismo, con un microscopio, estudia e
investiga las vicisitudes de los minúsculos seres que se agitan y se
multiplican en el seno de una gota de agua. La gente se movía alegremente de un
lado a otro, por todo el haz de la Tierra, en torno a sus pequeños quehaceres,
llena íntimamente de una serena seguridad de su dominio sobre todo reducido y
rodante fragmento del torbellino solar, que por casualidad o, mejor dicho, por
designio Superior, el hombre había heredado, sacándolo de la misteriosa
oscuridad del tiempo y del espacio. Sin embargo, a través del inmenso océano
etéreo, mentes que son a nuestras mentes como las nuestras lo son a las de las
bestias de la jungla, inteligencias vastas, frías y carentes de sentimientos de
conmiseración, contemplaban a esta Tierra con ojos llenos de envidia y, poco a
poco, pero con seguridad, trazaban sus planes contra nosotros. En el año
treinta y nueve del siglo XX llegó su gran desilusión.
Era cerca del final del mes de octubre. Los
negocios estaban en su mejor período. El miedo a la guerra se había alejado.
Había vuelto al trabajo un número muy considerable de hombres. En el comercio
las ventas alcanzaban su más alto punto. Este atardecer del 30 de octubre, el
Servicio de Información Crossley estimaba el número de oyentes de las
estaciones de radio en treinta y dos millones.
LOCUTOR PRIMERO. Durante las restantes
veinticuatro horas sin cambios apreciables en la temperatura. Se
anuncia una ligera perturbación atmosférica, de origen indeterminado, sobre
Nueva Escocia, que motivará el que el área de baja presión descienda
rápidamente hacia los estados del nordeste, acompañada con posibles lluvias y
vientos huracanados. Temperatura máxima, sesenta y seis; mínima, cuarenta y
ocho. Esta predicción del tiempo se la hace a ustedes la oficina central de
Meteorología.
LOCUTOR SEGUNDO. Ahora, señores Oyentes,
les trasladamos a ustedes al salón meridiano del hotel Park Plaza, en el centro de
Nueva York, donde escucharán ustedes la música de Ramón Raquello y su orquesta.
(Una canción española... Acaba.)
LOCUTOR TERCERO. Buenas noches, señoras y
caballeros. De la sala meridiana del hotel Park Plaza, de la ciudad de
Nueva York, les invitamos a ustedes a oír la música de Ramón Raquello y su orquesta.
Con un toque de sentimiento hispánico, Ramón Raquello comienza... la
Cumparsita.
(Empieza a sonar la música.)
LOCUTOR SEGUNDO. Señoras y caballeros,
interrumpimos nuestro programa de baile, para comunicar a ustedes un boletín
especial que debemos a la
Radio Intercontinental de Noticias. A las ocho menos veinte,
hora central, el profesor Farrell, del Observatorio de Mount Jennings, de
Chicago (Illinois), comunica que se han observado en el planeta Marte algunas
explosiones de gas incandescente, que se suceden a intervalos regulares.
El espectroscopio revela que el gas es
hidrógeno y que éste se dirige hacia la Tierra con enorme velocidad. El
profesor Pierson del Observatorio de Princeton, confirma las observaciones del
profesor Farrell, y describe este fenómeno como (palabras textuales): un chorro
de llama azul, disparado por un arma de fuego (hasta aquí las palabras
textuales).
Ahora volvemos a ustedes nuevamente a la música de Ramón
Raquello, que toca para ustedes en la sala meridiana del hotel Por!( Plaza,
situado en el centro de Nueva York.
(Durante unos momentos suena la música
hasta que la pieza termina. Ruido de aplausos.)
Ahora una melodía que nunca pierde
popularidad, el siempre famoso Polvo de Estrellas. Ramón Raquello y su
orquesta...
(Música.)
LOCUTOR SEGUNDO. Señoras y caballeros,
continuando con las noticias dadas a ustedes hace unos instantes en nuestro
último boletín, les informamos que la oficina meteorológica del gobierno ha
solicitado de los más importantes observatorios de la nación que mantengan su
vigilancia sobre cualquier otra perturbación que pudiera ocurrir en el planeta
Marte. Debido a la desacostumbrada naturaleza de estos sucesos, hemos dispuesto
una entrevista con el conocido astrónomo, profesor Pierson, que les explicará a
ustedes su punto de vista, con relación a este suceso. Dentro de breves
momentos les trasladaremos a ustedes al observatorio Princeton, Nueva Jersey.
Entretanto les devolvemos a ustedes la música de Ramón Raquello y su orquesta.
(Música.)
LOCUTOR SEGUNDO. Ahora les rogamos a
ustedes nos acompañen al Observatorio Princeton, en Princeton, donde Carlos
Phillips, nuestro comentarista interrogará al famoso astrónomo profesor
Pierson. Estamos ahora en Princeton, Nueva Jersey.
(Cámara de resonancia.)
PHILLIPS. Buenas noches, señoras y
caballeros. Habla para ustedes Carlos Phillips, desde el observatorio de
Princeton. Estoy en una gran sala semicircular totalmente oscura; solamente una
abertura oblonga se advierte en la bóveda del techo. A través de esta abertura
puedo contemplar En cielo tachonado de estrellas, que emiten un brillo frío
sobre el intrincado mecanismo del enorme telescopio. Los ligeros ruidos de
tictac que oyen ustedes no son otra cosa que las vibraciones de su mecanismo de
relojería. El profesor Pierson está en pie, justamente encima de mí, sobre una
pequeña plataforma, mirando a través de la lente gigantesca. Yo les ruego a
ustedes, señoras y caballeros, que tengan un poco de paciencia ante cualquier
demora que pudiera surgir a lo largo de nuestra entrevista. Además de su
incesante vigilancia del firmamento, el profesor Pierson está atento a
cualesquiera comunicaciones telefónicas o de otra clase que pudieran
reclamarle. En estos instantes está en contacto constante con centros astronómicos
de todo el mundo... Profesor, ¿puedo comenzar mi entrevista?
PROFESOR PIERSON. Cuando usted guste, Señor
Phillips.
PHILLIPS. Profesor, ¿quisiera decir a
nuestros oyentes qué es lo que exactamente observa usted en el planeta Marte a
través de su telescopio?
PROFESOR PIERSON. En este mismo momento no
se nota nada extraordinario, señor Phlllips. Un disco rojo flotando en el cielo
azul y fajas transversales que cruzan el disco. Claramente perceptibles ahora,
porque se da la circunstancia de que Marte se encuentra en el punto más cercano
a la Tierra; en Oposición, como nosotros decimos.
PHILLIPS. En su Opinión, profesor Pierson
¿qué significan esas fajas transversales?
PROFESOR PIERSON. Puedo asegurarle, señor
Phillips, que no son canales, aunque tal sea la opinión popular de quienes
imaginan que Marte está habitado. Desde un punto de vista científico, las fajas
mencionadas deben considerarse puramente como el resultado de las condiciones
atmosféricas peculiares en este planeta.
PHILLIPS. ¿Está usted, pues, convencido,
profesor, como hombre de ciencia que es, que no existe en Marte una vida
intelectiva, tal como nosotros la imaginamos?
PROFESOR PIERSON. Puedo asegurarle que las
probabilidades en contra de ello son de mil contra una.
PHILLIPS. No obstante, ¿cuál es su opinión
sobre esas erupciones gaseosas que ocurren a intervalos regulares en la
superficie del planeta?
PROFESOR PIERSON. No tengo formada aún
opinión sobre ello, Señor Phillips.
PHILLIPS. Comprendido, profesor. En
beneficio de nuestros Oyentes ¿podría decimos a qué distancia de la Tierra se
encuentra Marte?
PROFESOR PIERSON. A cuarenta millones de
millas aproximadamente.
PHILLIPS. ¡Bueno, esa parece una distancia
que infunde cierta seguridad...! ¡Un momento, señoras y caballeros! Alguien acaba
de entregar un mensaje al profesor Pierson. Mientras él lo lee, permítanme que
les recuerde que les estamos hablando a ustedes desde el Observatorio de
Princeton, Nueva Jersey, donde estamos entrevistando al astrónomo mundialmente
famoso, profesor Pierson... ¡Un momento, por favor! El profesor Pierson acaba
de pasarme el mensaje que le han entregado. Profesor ¿puedo leer a los oyentes
este mensaje?
PROFESOR PIERSON. Sí, señor Phillips.
PHILLIPS. Señoras y caballeros, voy a
leerles un telegrama dirigido al profesor Pierson por el doctor Gray del Museo
de Historia Natural, de Nueva York, que dice así: NUEVE, QUINCE TARDE, HORA
ESTE. SISMÓGRAFO REGISTRÓ UNA CONMOCIÓN INTENSIDAD PRÓXIMA TERREMOTO DENTRO
AREA DE RADIO VEINTE MILLAS DE PRINCETON. RUEGO INVESTIGUE. FIRMADO. Lloyd
Gray, Jefe División Astronómica. Profesor Pierson, ¿podria tener este suceso
alguna relación con las perturbaciones observadas sobre el planeta Marte?
PROFESOR PIERSON. Difícilmente. Es probable
que se trate de un meteorito de extraordinario tamaño y su caída, en estos
momentos, es una mera coincidencia. No obstante, nosotros iniciaremos una
investigación, tan pronto lo permita la claridad de la mañana.
PHILLIPS. Gracias, Señoras y caballeros,
durante los últimos diez minutos les hemos estado hablando a ustedes desde el
Observatorio de Princeton, para informarles de nuestra especial entrevista con
el profesor Pierson, famoso astrónomo. Les ha hablado Carlos Phillips. Ahora
devolvemos la conexión a los estudios de Nueva York.
(Suena el piano débilmente.)
LOCUTOR SEGUNDO. Señoras y caballeros,
tenemos aquí el ultimo boletín de la Radio intercontinental de Noticias, de
Toronto, Canadá. El profesor Morse de la universidad de Macmillan manifiesta
que se han observado un total de tres explosiones en el planeta Marte entre las
horas siete cuarenta y cinco y nueve veinte de la tarde, hora del este Esta
noticia confirma los anteriores informes recibidos de los observatorios
americanos Ahora, desde un punto muy cercano desde Trenton, Nueva Jersey, nos
llega un aviso especial: manifiéstase que a las ocho cincuenta de la noche un
enorme y llameante objeto, que se supone es un meteorito, ha caído en una
granja de las cercanías de Grovers Mill, Nueva Jersey, a veintidós millas de
Trenton. El resplandor fue visible en el cielo en un radio de algunos
centenares de millas y el ruido del impacto se oyó, hacia el norte, hasta la
ciudad de Elizabeth.
Desde la estación acabamos de despachar un
equipo móvil de radio a la escena misma del suceso, de donde nuestro
comentarista señor Phillips les dará a ustedes una descripción total, tan
pronto llegue allí desde Princeton. Entretanto, les llevamos a ustedes al hotel
Martinet en Brooklyn, donde Bobby Millette y su orquesta les ofrecen un
programa de música de baile.
(Musica de «swing» durante veinte
segundos...)
LOCUTOR SEGUNDO. Les trasladamos ahora a
ustedes a Grovers Mill, Nueva Jersey.
(Ruidos y murmullos de la multitud. ..
Sirenas de la policía.)
PHILLIPS. Señoras y caballeros, con ustedes
nuevamente Carlos Phillips, en la granja Wilmuth, en Grovers Mill, Nueva Jersey. El
profesor Pierson y el comentarista que les habla, hemos hecho el camino desde Princeton
hasta aquí en diez minutos. Bueno... yo apenas sé por dónde comenzar, para
darles a ustedes una relación verbal del extraño escenario que tengo ante mis
ojos; algo que pudiera haberse sacado de una versión moderna de las Mil y una
noches. Acabo de llegar aquí. Todavía casi no he tenido una oportunidad de
echar una mirada en torno mío. Supongo... si, supongo... que es esto que tengo
directamente delante de mi, medio enterrado en un amplio pozo. Ha debido caer
con una fuerza terrorífica. La tierra está cubierta con las astillas de un
árbol con el que debe de haber chocado antes de tocar el suelo. Lo que yo puedo
ver del... objeto mismo no se parece mucho, que digamos, a un meteoro. Al menos
a ninguno de los meteoros que yo he visto en mi vida. Más bien se parece a un
enorme cilindro. Tiene un diámetro de.. ¿de cuánto diría usted, profesor
Pierson?
PIERSON (algo separado) Unas treinta
yardas.
PHILIPS. Unas treinta yardas... El metal de
la cubierta es... Bueno, tampoco he visto nada parecido a eso en toda mi vida.
Su color es algo así como de un blanco amarillento. Algunos espectadores
curiosos están ahora empujando para acercarse al objeto a despecho de los
esfuerzos de la policía para mantenerlos alejados. Están colocándose
precisamente enfrente de mi línea de visibilidad... ¿Quisieran ustedes hacer el
favor de echarse a un lado? ¡Hagan el favor!
POLICIA. ¡Échense a un lado! ¡Ah! ¡Échense
a un lado!
PHILLIPS. Mientras el policía empuja hacia
atrás a la multitud, llega aquí con nosotros el señor Wilmuth, propietario de la granja. Estoy seguro
que tendrá algunas cosas interesantes que añadir a lo que les estamos
refiriendo. Señor Wilmuth, ¿quisiera hacer usted el favor de relatar a los
radioyentes lo que usted recuerde del desacostumbrado visitante que ha caído
justamente en el patio posterior de su casa? Acérquese más, por favor. Señoras
y caballeros; con ustedes está el señor Wilmuth.
WILMUTH. Yo estaba oyendo la radio...
PHILLIPS. ¡Más cerca y más alto, por favor!
WILMUTH. ¡Oh, perdón!
PHSLLIPS. ¡Más alto, por favor, y venga
aquí, más cerca!
WILMUTH. Si, señor... Mientras estaba yo
oyendo la radio, y un poco adormilado, un profesor estaba hablando sobre Marte,
y yo estaba medio dormido y medio...
PHILLIPS. Bien, si; señor Wilmuth. Y ¿qué
pasó entonces?
WILMUTH. Como les estaba diciendo, yo
estaba oyendo la radio un poco adormilado...
PHILLIPS. Sí, si, señor Wílmuth, ¿qué vio
usted entonces?
WILMUTH. Primeramente no vi nada. Lo
primero fue que ni algo...
PHILLIPS. ¿Qué oyó usted?
WILMUTH. Un ruido como un zumbido. Algo
así: sh, sh, sh..., algo así como un cohete un día de fiesta...
PHILLIPS. Y luego ¿qué?
WILMUTH. Volví mí cabeza hacia fuera de la
ventana y juraría que estaba durmiendo y soñando.
PHILLIPS. ¿Sí?, diga.
WILMUTH. Vi una especie de rayo de luz
verdosa y luego ¡pum! Algo que se estrelló contra la tierra. ¡Me tiró al suelo
desde la silla!
PHILLIPS. Bien, ¿se asustó usted, señor
Wilmutb?
WILMUTH. Pues... no estoy muy seguro,
calculo que... supongo que estaba un poco encolerizado.
PHILLIPS. Gracias, señor Wilmuth. Muchas
gracias.
WILMUTH. ¿Quiere usted que diga algo
PHILLIPS. No, muchas gracias; ya es
bastante. Está muy bien... Señoras y caballeros, acaban de oír ustedes al señor
Willmuth propietario de la hacienda donde objeto acaba de caer. Desearía poder
trasladar a ustedes la atmósfera el fondo - de este fantástico escenario. Centenares
de coches se encuentran estacionados en un campo que se encuentra detrás de
nosotros. La policía trata de contener la avalancha que de la carretera se
dirige hacia la granja.
Pero de nada le vale. Ahora mismo rompiendo el cordón
policiaco de un al otro. Los faros de los coches derraman un torrente de luz
sobre el pozo, donde el objeto se encuentra medio enterrado. Algunos de los más
arriesgados espectadores se aventuran hasta casi el borde mismo. Sus siluetas
se recortan contra el resplandor del metal.
(se oye un lejano y sordo zumbido.)
Un hombre se acerca para tocar el objeto.
En estos momentos sostiene una discusión con un policía. Vence el policía...
Ahora señoras y señores, sucede algo que, en la excitación actual, no me he
acordado mencionar, pero que cada vez se deja oír mas distintamente. Acaso
ustedes mismos puedan captar en sus aparatos de radio. ¡Oigan!.. (una larga
pausa)... ¿Lo oyen ustedes? Es un extraño zumbido que parece de dentro del
objeto. Voy a acercar mas el micrófono. Aquí. (Pausa). Ahora estamos a no más
de veinticinco de distancia del pozo. ¿Pueden ustedes ahora? ¡Oh, profesor
Píerson!
PROFESOR PIERSON. Diga, señor, Phillips.
PHILLIPS. ¿Puede usted decirnos qué
significa ese ruido rechinante que se oye dentro del objeto?
PROFESOR PIERSON. Posiblemente proceda del
desigual enfriamiento de su superficie.
PHILLIPS. ¿Cree usted todavía, profesor, se
trata de un meteoro?
PROFESOR PIERSON. No sé ya lo que pensar.
El metal de la envoltura puede considerarse definitivamente como extraterrestre
; desde luego no se encuentra en la Tierra. Por otro lado, la fricción con la
atmósfera de nuestro planeta rasga con numerosos agujeros la superficie de los
meteoritos. Pero este objeto presenta una envoltura totalmente lisa y, según
puede usted apreciar, es de forma cilíndrica.
PHILLIPS. ¡Un momento! ¡Algo sucede!
¡Señoras y caballeros, esto es espeluznante! ¡El extremo más cercano del objeto
está comenzando como a pelarse en escamas! ¡La cabecera empieza a dar vueltas
como un tornillo! ¡El objeto debe de estar hueco!
UNAS VOCES. ¡Se está moviendo!
¡Mira, la maldita cosa esa se está
destornillando!
¡Echarse atrás! ¡Fuera de ahí! ¡Atrás digo!
¡Tal vez hay dentro hombres que tratan de
salir!
¡Pues está ardiendo al rojo vivo! ¡Van a
arder como ascuas!
¡Atrás, atrás, allí! ¡Echa atrás a esos
idiotas! (De repente se oye el sonido rechinante de una gran pieza metálica que
se cae a la tierra.)
VOCES. ¡Ha caído! ¡La tapa se ha soltado!
¡Cuidado! ¡Aquí! ¡Echarse atrás!
PHILLIPS. Señoras y señores, esto es lo más
tremebundo que yo he visto en mi vida. ¡Un momento! Alguien se desliza afuera
por el hueco de la cabecera del objeto. Alguien o... algo. Yo puedo advertir
cómo hacia afuera de ese negro agujero dos discos luminosos miran... ¿Serán ojos?
Pudieran ser de una cara. Pudiera ser...
(Gritos de horror procedentes de la
multitud.)
¡Santo cielo! Algo se arrastra como
serpenteando fuera de la sombra, como una serpiente grisácea. Ahora otra más, y
otra. A mi me parecen como tentáculos. Ahora puedo advertir el cuerpo de ese
ser. Es grande como el de un oso y reluce como el cuero cuando está mojado.
Pero ¡ese rostro...! Es... es algo indescriptible. Apenas puedo contenerme para
no alejar mi vista de él. Los ojos son negros y brillan como los de una
Serpiente. La boca es como una v, de cuyas comisuras cuelgan gotas de saliva,
que parecen temblar y dar latidos. El monstruo -o lo que eso sea- apenas puede moverse. Parece que el peso lo
derrumba... tal vez la fuerza de la gravedad o algo así. El ser ese se está
levantando... La muchedumbre se echa hacia atrás. Sus ojos han visto ya
bastante. Ésta es la más extraordinaria experiencia... Apenas puedo encontrar
palabras... Yo estoy estrechando conmigo y retirando hacia atrás el micrófono,
al mismo tiempo que les hablo. Tengo que hacer un alto en mi narración, hasta
tanto que encuentre una nueva posición. ¡Mantengan la conexión, por favor,
vuelvo en seguida!
(Música pianísima.)
LOCUTOR SEGUNDO. Estamos dando a ustedes
una descripción de un testigo ocular de lo que está sucediendo en la granja de
Wilmuth en Grovers Mill, Nueva Jersey.
(Más música pianísima.)
Devolvemos a ustedes la conexión con Carlos
Philllps, en Grovers Mill.
PHILLIPS. Señoras y caballeros (¿Se me
oye?)... Señoras y caballeros, aquí estoy nuevamente, detrás de un muro de
piedra junto al jardín del señor Wilmuth. Desde aquí puedo abarcar
completamente todo el escenario.
Les voy a dar todos los detalles, en cuanto
me sea posible hablarles. Y también en cuanto me sea posible ver lo que pasa.
Ha llegado más policía del estado. Treinta, de los policías están acordonando
el frente del pozo. No es necesario ahora empujar hacia atrás a la multitud. Esta ya
se cuida mucho de guardar una distancia conveniente. El capitán está
conferenciando con alguien. No podemos ver exactamente con quien. 1Ah, sí! Creo
que es con el profesor Píerson. Sí, es él. Ahora se separan los dos. El
profesor da vueltas por un lado del pozo, estudiando el objeto, mientras el
capitán y dos policías avanzan sosteniendo algo entre sus manos. Ya puedo ver
lo que es. Es un pañuelo blanco atado a una larga vara. Una bandera blanca, de
tregua. ¡Si esos seres saben lo que eso significa! ¡Lo que significa cualquier
cosa!... ¡Aguarden! ¡Algo está pasando.. .!
(Se oye un silbido seguido de zumbidos, que
van aumentando en intensidad.)
Una figura encorbada se levanta del hoyo.
Puedo adivinar algo así como un breve rayo de luz dirigido contra un espejo.
¿Qué es esto? Un chorro de llamas salta de ese espejo y se dirige a los hombres
que avanzan. Los derriba a todos! ¡Santo Dios, todos ellos se están abrasando!
(Alaridos y chillidos extraterrenos.)
Ahora todo el campo comienza a arder. (Se
oye una explosión). Los bosques... los patios de las granjas... los depósitos
de combustible de los automóviles... el fuego se extiende por todas partes. Se
acerca hacia aquí. Unas veinte yardas hacia mi derecha...
(Se oye el chasquido del micrófono... luego
un silencio de muerte...)
LOCUTOR NÚMERO DOS. Señoras y caballeros,
debido a circunstancias que escapan a nuestras previsiones no podemos continuar
transmitiendo para ustedes desde Grovers Mill. Evidentemente se han producido
ciertas dificultades en nuestro equipo móvil de transmisión. Sin embargo,
volveremos a hablarles desde allí, lo más pronto posible. Entretanto, les damos
a ustedes el
ultimo boletín llegado desde San Diego, California. El profesor Indellkoffer, a
los postres de un banquete de la Sociedad Astronómica
de California, ha expresado su opinión de que las explosiones en el planeta Marte
son, sin duda alguna, nada más que ciertas perturbaciones muy agudas de
carácter volcánico en la superficie del planeta. Ahora seguimos con un breve
intermedio de música de piano.
(Piano... Corte.)
Señoras y caballeros, acabo de recibir un
mensaje que llega aquí directamente por teléfono desde Grovers Mill. Aguarden
un momento. Cuarenta personas al menos, incluidos seis soldados, yacen muertos
en un campo al este del pueblo de Grovers Mill. Sus cuerpos aparecen quemados y
contorsionados más allá de toda posibilidad de identificación. Las inmediatas
palabras que ustedes van a escuchar son las del brigadier general Montgomery
Smith, comandante de la milicia del estado en Trenton, Nueva Jersey.
SMITH. He sido requerido por el gobernador
de Nueva Jersey para poner en estado de guerra los condados de Mercer y
Middlesex hasta Princeton por el Oeste, y hasta Jamesburg por el Este. Nadie
podrá entrar dentro de los limites de esta área, a menos que vaya provisto con
un pase especial, expedido por las autoridades estatales o militares. Cuatro
compañías de la milicia del estado están llegando desde Trenton a Grovers Mill
y ayudarán a la evacuación de la población dentro de las normas de las
operaciones militares. Gracias.
LOCUTOR. Acaban ustedes de oír al general
Montgomery Smith, comandante de la milicia del estado en Trenton. Entretanto,
siguen llegando nuevos detalles de la catástrofe en Grovers Mill. Los extraños
seres extraterrenos, después de desatar su mortífero asalto, se han retirado a
su pozo y no han hecho ninguna tentativa para evitar los esfuerzos de los
bomberos para rescatar los cuerpos y extinguir el fuego. Los departamentos
combinados del condado de Mercer para extinción de incendios están luchando
contra las llamas, que amenazan adueñarse de toda la zona.
Hasta ahora no nos ha sido posible
establecer contacto alguno con nuestro equipo móvil de Grovers Mill, aunque
esperamos que podremos volver a radiarles desde allí dentro de poco.
Entretanto, les devolvemos a ustedes... ¡Eh, un momento por favor!
(Sigue una pausa larga... Susurros.)
Señoras y caballeros, acaban de comunicarme
que se ha podido establecer comunicación con un testigo presencial de la tragedia. EI profesor
Pierson ha sido localizado en una granja cerca de Grovers Mill, donde ha establecido
un puesto provisional de observación. Dado su carácter de hombre de ciencia, él
les dará a ustedes una explicación de este desastre. Van ustedes a oír la voz
del profesor Pierson, traída hasta aquí por teléfono directo. Profesor
Pierson...
PROFESOR PIERSON. De los seres salidos del
cohete cilíndrico de Grovers Mill no puedo darles a ustedes una información
autorizada ni en cuanto a su naturaleza, ni en cuanto a su Origen o a sus
propósitos aquí sobre la
Tierra. Por lo que se refiere a sus instrumentos de
destrucción únicamente puedo aventurar una explicación llena de reservas. A la
falta de términos más precisos me referiré a esta arma misteriosa designándola
con el nombre de «rayo de calor». Es absolutamente evidente que estos seres
poseen un conocimiento científico mucho más avanzado que el nuestro. Mi
suposición personal es que están en condiciones de poder generar un intensísimo
calor en una cámara absolutamente adíatérmica. Este intenso calor lo proyectan
ellos por medio de un doble rayo paralelo, contra el objeto elegido, valiéndose
de un cristal parabólico pulimentado, de composición desconocida, análogamente a como el espejo de un
proyector de faro lanza su rayo de luz. Esta es mi suposición sobre el origen
del «rayo de calor».
LOCUTOR SEGUNDO. Gracias, profesor Pierson.
Señoras y caballeros, tenemos aquí un boletín comunicado desde Trenton. Es una
breve declaración que nos informa que el cuerpo carbonizado de Carlos Phillips,
el comentarista de radio, ha podido ser identificado en un hospital de Trenton.
Ahora nos llega otro boletín desde Washington, distrito federal.
La oficina del director de la Cruz Roja nacional
informa que diez unidades de empleados provisionales de la Cruz Roja han sido
asignados al cuartel general de la milicia del estado, estacionada en las
afueras de Grovers Mill, Nueva Jersey.
Otro boletín de la policía del estado de
Prínceton Junction dice lo siguiente: «Los fuegos de Grovers Mill y su contorno
han sido sofocados. Los observadores informan que todo está tranquilo en estos
momentos en el pozo, y que no aparece señal alguna de vida en el morro del
cilindro». Y ahora, señoras y caballeros, les damos un comunicado especial del
señor Harry MacDonald, que actúa de vicepresidente encargado de las
Operaciones.
MAC DONÁLD. Hemos recibido de parte de la
milicia, en Trenton, una demanda para colocar a su disposición todos nuestros
equipos de radio. En vista de la gravedad de ]a situación, y estimando que la
radio tiene una definitiva responsabilidad en el servicio del público interés
en todo tiempo, hemos acordado facilitar a la milicia del estado, en Trenton,
todas nuestras disponibilidades.
LOCÚTOR. Les llevamos a ustedes ahora al
campo del cuartel general de la milicia del estado, establecido cerca de
Grovers Mill, Nueva Jersey.
CAPITÁN. Les habla el capitán Lansíng, del
cuerpo de señales, adscrito a la milicia del estado y en la actualidad
destinado en el campo de operaciones militares en la vecindad de Grovers Mill.
La situación, causada por la anunciada presencia de ciertos individuos de
naturaleza todavía no identificada, está ahora bajo completo control.
El objeto cilíndrico, que yace en un pozo
situado directamente debajo de nuestra posición, está rodeado por todos los
lados por ocho batallones de infantería, sin piezas pesadas de artillería, pero
armadas adecuadamente con rifles y ametralladoras. Cualquier motivo de alarma -
aun dado el caso
que se hubiera podido producir ésta anteriormente - es ahora totalmente carente
de justificación. Esas cosas, sean lo que sean, no se atreven ni aun a asomar
sus cabezas por el borde del pozo. A la luz de los focos instalados aquí, puedo
ver totalmente el lugar donde se esconden. A pesar de todos los recursos de que
se ha informado están dotados, esas criaturas no podrán mantenerse firmes
contra el duro fuego de las ametralladoras. De cualquier manera que sea, ésta
es una interesante experiencia de campo para nuestras tropas. Puedo notar desde
aquí sus uniformes de color caqui, que cruzan adelante y atrás frente a las
luces de los focos. Tiene esto todo el aspecto de un campo real de batalla. En
los bosques que limitan el río Millstone, aparecen ligeras nubecíllas de humo.
Probablemente son de las hogueras prendidas por los allí acampados. Parece
probable que pronto comenzará alguna acción militar. Una de las compañías se
despliega por el flanco izquierdo. Un rápido ataque y todo habrá acabado... ¡Un
momento, por favor! ¡Advierto algo en el morro del cilindro! No, no es más que
una sombra. En este momento las tropas están en los linderos de la granja de
Wilmuth. Siete mil hombres armados se aproximan cerrando el cerco... ¡Esperen
un momento! ¡No era una sombra! ¡Es algo que se mueve... de metal sólido... una
especie de coraza que se alza por la parte exterior del cilindro! ¡Se va haciendo
cada vez más alto! ¡Oh! Está alzándose sobre unos píes... en realidad,
levantándose sobre una especie de bastidor metálico. ¡En estos momentos está
alcanzando una altura por encima de los árboles! ¡Los proyectores lo enfocan!
¡Sostenga esto!
(Silencio.)
LOCUTOR 5EOUNDO. Señoras y caballeros,
tengo que anunciarles un grave suceso. Aunque ello pueda parecer increíble, las
observaciones de carácter científico por un lado y la evidencia de nuestro
propio testimonio por otro, nos hace creer de una manera incontestable, que
estos extraños seres que aterrizaron en la campiña de Jersey esta noche última,
son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte. La
batalla que ha tenido lugar esta noche en Grovers Mill ha terminado en una de
las más desastrosas derrotas, jamás sufridas por un ejercito en los tiempos
modernos: siete mil hombres armados con rifles y ametralladoras se lanzaron
contra una sola máquina guerrera de los invasores marcianos. Se han salvado
solamente ciento veinte hombres. El resto yace en el campo de batalla entre
Grovers Mill y Plainsboro, aplastado y pisoteado hasta haber encontrado la
muerte bajo los pies de metal del monstruo, o haber sido reducidos a cenizas
por sus rayos de calor. El monstruo controla en la actualidad el sector central
de Nueva Jersey y ha dividido en realidad el estado en dos, justamente por su
centro. Están cortadas las líneas de comunicación de Pennsylvania al océano
Atlántico. Las vías de ferrocarril están destrozadas y el servicio desde Nueva
York a Filadelfia, interrumpido, con excepción de algunos trenes entre
Allentown y Phoenixvílle. Las carreteras hacia el norte, sur y Oeste se
encuentran abarrotadas de gente que huye horrorizada. Las reservas de la
policía y del ejército son incapaces de controlar la frenética huida. Durante
la mañana los fugitivos habrán entrado en Filadelfia, Camden y Trenton, en
oleadas humanas, cuyo número puede calcularse, dos veces superior a su
población normal.
En estos momentos se ha decretado la ley
marcial en Nueva Jersey y en el estado de Pennsylvania en su parte oriental.
Ahora les llevamos a ustedes a Washington, para que escuchen una transmisión
especial sobre el estado de urgencia nacional... El secretario del Interior...
SECRETARIO. Ciudadanos de esta nación: No
trataré de ocultar la gravedad de la situación por la que atraviesa este país,
ni la constante preocupación del gobierno en proteger las vidas y propiedades
de su pueblo. Sin embargo, deseo inculcar en vosotros - ciudadanos particulares
y funcionarios públicos en su totalidad - la urgente necesidad de conservar la
calma y de contribuir a ella con vuestros recursos. Afortunadamente, este
formidable enemigo está confinado todavía dentro de un área relativamente
reducida; y nosotros podemos tener la firme confianza de que nuestras fuerzas
militares poseerán la potencia suficiente para contenerlo allí. Entretanto,
puesta nuestra fe en Dios, debemos proseguir todos y cada uno de nosotros en el
cumplimiento de nuestros deberes, de modo que podamos ofrecer a este adversario
destructor, el frente sólido de una nación unida, valiente, y dedicada a la
preservación de la supremacía humana sobre la Tierra. Gracias.
LOCUTOR. Acaban de oír ustedes, al
secretario del Interior que les ha hablado desde Washington. Los boletines,
numerosísimos, que nos llegan a cada instante se van amontonando aquí, en el
estudio. Nos informan que la parte central de Nueva Jersey está privada de la
comunicación por radio, a causa de los efectos del rayo de calor sobre las
líneas de alto voltaje y los equipos eléctricos. Aquí tenemos un boletín
especial transmitido desde Nueva York. Se reciben cables de instituciones
científicas inglesas, francesas y alemanas, que ofrecen su colaboración. Los
astrónomos informan que se producen continuadas explosiones de gases, a
intervalos regulares, sobre el planeta Marte. La mayoría de nuestros
comunicantes opinan que el enemigo trata de enviar refuerzos de nuevos cohetes
con máquinas de guerra. Se han hecho tentativas para localizar al profesor
Pierson, de Princeton, que ha estado observando a los marcianos desde muy
cerca. Témese que haya podido ser muerto en la reciente batalla. Langham Fleid,
Virginia: Aviones de observación informan que tres máquinas marcianas, visibles
por encima de las copas de los árboles, avanzan hacia el norte en dirección a
Somervílle, mientras que la población huye delante de ellos. En estos momentos no usan el rayo de calor;
aunque avanzan a la velocidad de un tren expreso, los invasores eligen
cuidadosamente su camino. Parece que tratan de evitar la destrucción de las
ciudades y de las campiñas. Sin embargo, se detienen para destruir las líneas
de alta tensión, los puentes y las vías de ferrocarril. Su aparente objetivo
actual es hundir toda resistencia, paralizar las comunicaciones, y desorganizar
la sociedad humana.
Aquí tenemos un boletín que nos llega de
Basking Ridge, Nueva Jersey: Unos cazadores negros se han encontrado con un
segundo cilindro, semejante al primero, incrustado en la gran zona pantanosa
situada a veinte millas al sur de Morristown. Piezas de artillería de campo del
ejército de Estados Unidos se dirige desde Newark para destruir la segunda
unidad invasora antes de que el cilindro pueda abrirse y ser izada su máquina
de guerra. En estos momentos están tomando posiciones en las laderas de las
montañas Watchung. Oigan otro boletín remitido desde Langham Field, Virginia:
Los aviones de observación informan ahora que las máquinas enemigas, en número
de tres, aumentan su velocidad hacia el norte, derribando casas y árboles, y
manifiestan una evidente prisa en establecer contacto con sus aliados, caídos
al sur de Morristo\vn. Las máquinas han sido avistadas por un telefonista al
este de Middlesex, a tres millas de Plainfleld. Aquí hay otro boletín de
Winston FIcíd, Long Island:
Una escuadrilla de bombarderos, con
explosivos pesados, vuela hacia el norte en persecución del enemigo. Aviones de
caza hacen las veces de patrulleros. Están avistando al enemigo que marcha
rápidamente ¡Un momento, por favor! Señoras y caballeros, hemos instalado
equipos especiales directos hasta la línea de artillería emplazada en las
localidades adyacentes, con el fin de dar a ustedes una información directa en
la zona de avance del enemigo. Primeramente conectamos con la batería del 21
regimiento de Artillería de campo, situado en las Montañas Watchung.
OFICIAL. Alza treinta y dos metros.
.ARTILLERO. Treinta y dos metros.
OFICIAL. Proyección, treinta y nueve
grados.
ARTILLERO, Treinta y nueve grados.
OFICIAL. ¡ Fuego!
(Estallido de un Cañón pesado... Pausa.)
OBSERVADOR Ciento cuarenta yardas a la
derecha.
OFICIAL. Desviación, treinta y un metros.
ARTILLERO. Treinta y un metros.
OFICIAL. Proyección, treinta y siete
grados.
ARTILLERO. Treinta y siete grados.
OFICIAL. ¡Fuego!
(Estallido de un cañón pesado,.. Pausa.j
OBSERVADOR. ¡Blanco! Hemos hecho blanco,
señor! ¡Le hemos dado al trípode de una de las máquinas! ¡Se han parado! ¡Los
otros están tratando de repararlo!
OFICIAL. ¡Rápido, tome el alza! Variación,
cincuenta a treinta metros.
ARTILLERO. Treinta metros.
OFICIAL. Proyección, veintisiete grados.
ARTILLERO. Veintisiete grados.
OFICIAL. ¡Fuego!
(Estallido de cañón pesado... Pausa.)
OBSERVADOR. No puedo ver la caída a tierra
del proyectil, señor. Están lanzando una nube de humo.
OFICIAL. ¿Qué es eso?
OBSERVADOR. Humo negro, señor. Se acerca
hacia aquí. Viene muy pegado al suelo Avanza rápidamente.
OFICIAL. ¡Ponerse las caretas! (Pausa).
¡Listos para disparar! Variación a veinticuatro metros.
ARTILLERO. Veinticuatro metros.
OFICIAL. Proyección, veinticuatro grados.
ARTILLERO. Veinticuatro grados.
OFICIAL. ¡Fuego! (Estallido).
OBSERVADOR. Sigo sin ver nada, señor. El
humo llega cada vez más cerca.
OFICIAL. ¡Tome el alza! (Tose).
OBSERVADOR. Veinticuatro metros. (Toses).
OFICIAL. Veintitrés metros (Tos).
OBSERVADOR. Proyección, veintidós grados
(Tosiendo).
OFICIAL. Veintidós grados (Se extinguen las
toses).
(Los ruidos se disipan... Sonidos de
motores de aviones.)
COMANDANTE. Bombardero del ejército,
V-8-43, sale de Bayonne, Nueva Jersey, con el teniente Voght, al mando de ocho
bombarderos. Informa al comandante Fairfax. Langham Field. Habla Voght, al
comandante Fairfax de Langham Field... Las máquinas de trípode del enemigo
están ahora a nuestra vista. Han sido reforzadas por otras tres máquinas,
procedentes del cilindro de Morristown. Son seis en total. Una de las máquinas
está parcialmente averiada. Parece haber sido alcanzada por la granada de un
cañón del ejército en las montañas Watchung. Los cañones de la batería están
ahora silenciosos. Una nube muy oscura se extiende rasante con la tierra, una
nube de gran densidad y naturaleza desconocida. No hay señales de rayo de
calor. El enemigo se dirige ahora hacia el este, y cruza el río Passaic hacia
los marjales de Jersey. Otra máquina avanza hacia el horizonte en dirección a Pulaski. El objetivo
aparece evidente: La dudad de Nueva York. Están derribando una central
eléctrica de alto voltaje. Las máquinas se reúnen ahora, y estamos dispuestos a
atacar. Los aviones hacen un giro y se disponen a lanzarse. Estamos a mil
yardas encima de la primera máquina... a ochocientas yardas... a seiscientas...
a cuatrocientas... a doscientas... ¡Ahora! ¡Un brazo gigantesco se levanta...!
¡Un fogonazo verdusco! ¡Nos están rociando con llamas! Dos mil pies. Los
aviones tienen que desistir. No hay oportunidad para soltar las bombas. Sólo
queda una cosa... Lanzarse sobre ellos con avión y todo. Nos arrojamos sobre el
primero! Una de las máquinas queda destruida! Ocho...
OPERADOR PRIMERO. Aquí Bayonne, Nueva
Jersey, llamando a Langham Field... Aquí Bayonne, Nueva Jersey, llamando a
Langham Field... Adelante, por favor... adelante... por favor...
OPERADOR SEGUNDO. Aquí Langham Field...
siga...
OPERADOR PRIMERO. Seis bombarderos del
ejército han entrado en combate con las máquinas-trípode sobre las llanuras de
Jersey. Los aviones han quedado incapacitados por los rayos de calor. Todos se
han estrellado contra el suelo. Una máquina del enemigo ha quedado destruida.
El enemigo está ahora lanzando grandes descargas de humo negro en dirección
a...
OPERADOR TERCERO. Al habla desde Newark,
Nueva Jersey... Aquí Nueva Jersey... Atención! Una negra nube de gases
venenosos se está extendiendo desde los marjales de Jersey. Alcanza hasta la calle Sur. Son
inútiles las mascarillas antigás. Se urge a la población a que se retire a los
espacios abiertos... Los automóviles deben coger las carreteras números 7, 23 y
24... Eviten las áreas congestionadas. El humo va ahora extendiéndose sobre el
bulevar Raymond...
OPERADOR CUARTO. 2X2L... llama a CQ...
2X2L... llama a CQ... 2X2L... llama a 8X3R.
OPERADOR QUINTO. Aquí 8X3R... contesta a
2X2L.
OPERADOR CUARTO. ¿Cómo es la recepción?
¿Cómo es la recepción? K, por favor. ¿Dónde estás, 2K3R? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?
(Volteo de campanas, en gradual
disminución, sobre la ciudad.)
LOCUTOR. Les hablo desde los tejados del
edificio de la Radio de la ciudad de Nueva York. Las campanas que oyen ustedes
están volteando con el fin de avisar a la población que debe evacuar la ciudad
ante la aproximación de los marcianos. En estas dos últimas horas se estiman en
tres millones de personas las que han salido por las carreteras hacia el norte,
por el bulevar del río Hutchison, que todavía permanece abierto para el tráfico
rodado. Eviten los puentes que llevan a Long Island, pues se encuentran
absolutamente aborrotados. Toda clase de comunicaciones con la costa de Nueva
Jersey ha quedado cerrada hace diez minutos. No quedan más defensas. Nuestro
ejército ha sido barrido... La artillería, la aviación... todo ha sido barrido.
Esta puede ser nuestra última emisión. Permaneceremos aquí hasta el final. La
población está asistiendo a los servicios religiosos que se celebran debajo
mismo de nosotros, en la catedral.
(Se oyen voces que cantan himnos
religiosos.)
Echo un vistazo a la parte baja del puerto.
Toda clase de barcos, saturados de gente que huye, salen de las dársenas.
(Sonidos de las sirenas de los barcos.)
Las calles se encuentran abarrotadas de
gente. El ruido de la muchedumbre es semejante al de la noche de Año Nuevo en
el centro de la ciudad: Un momento, ¡atención!... El enemigo está ahora a la
Vista; precisamente encima de Palísades. Se ven cinco grandes máquinas. La
primera cruza en estos momentos el río. Puedo verla desde aquí vadeando el
Hudson como un hombre que atravesase un arroyo. Me entregan ahora un boletín...
Los cilindros marcianos están descendiendo sobre toda la nación. Uno ha caído
en las afueras de Búffalo, otro en Chicago, en San Luis... Su caída parece estar
calculada y espaciada... Ahora mismo la primera máquina llega a esta orilla. Se
queda un rato parada, vigilando y mirando hacia la ciudad. Su cabeza de
acero, a manera de capucha, alcanza la altura de los rascacielos. Parece
aguardando la llegada de las otras máquinas. Allí surgen como una cadena de
nuevas torres en la parte occidental de la ciudad... Ahora
levantan sus manos metálicas... ¡Ha llegado ya el final! Sale el humo... un
humo negro, que avanza sobre la
ciudad. La gente, que corre por las calles, lo ha advertido.
Todos se dirigen ahora corriendo hacía el río del Este... Millares de ellos,
caen en el agua como ratas. El humo se expande con mayor rapidez. Ha llegado a
Times Square. La gente trata de escapar de él, pero de nada le sirve. Caen como
moscas. Ahora el fuego está cruzando la Sexta Avenida... La
Quinta Avenida... Lo tengo a cien yardas... Está sólo a cincuenta pies...
OPERADOR CUARTO. 2X2L llama a CQ...
2X2L llama a CQ... 2~L llama a CQ... Nueva York, ¿No
hay nadie en el aire? ¿No queda nadie...? 2X2L...
II
PIERSON. Mientras redacto estas notas sobre
el papel, estoy obsesionado con el pensamiento de que puedo ser tal vez el
último ser viviente que queda sobre la Tierra. He permanecido oculto en esta casa vacía
cerca de Grovers Mill... Una pequeña isla de claro dia, separada por el negro
humo del resto del mundo. Todo cuanto ha ocurrido antes de la llegada de esos
monstruosos seres a la Tierra me parece en estos momentos un fragmento de otra
vida... Una vida, que no guarda continuidad con la presente, furtiva existencia
del único superviviente abandonado, que traza estas palabras sobre la cubierta
de un cuaderno de notas astronómicas, que llevan la firma de Ricardo Pierson.
Contemplo mis manos ennegrecidas, mis zapatos destrozados, mi traje hecho
jirones, y me esfuerzo en relacionar todo con un profesor que vivía en
Princeton y que, en la noche del 30 de octubre, miraba a través de su
telescopio una explosión luminosa de una tonalidad anaranjada sobre un distante
planeta. Mi mujer, mis colegas, mis alumnos, mis libros, mi observatorio, mí...
mí mundo... ¿Dónde están? ¿Existieron en algún tiempo? ¿Soy yo Ricardo Pierson?
¿Qué día es hoy? ¿Existen los días sino hay calendario? ¿Pasa el tiempo cuando
no hay manos humanas para dar cuerda a los relojes? Al consignar aquí mi vida de hoy, me
digo que he de preservar la historia humana entre las negras cubiertas de este
pequeño libro, que se había hecho simplemente para registrar los movimientos de
las estrellas. Pero para escribir debo vivir, y, para vivir, debo comer... Me
he encontrado en la cocina un pan enmohecido, y una naranja sólo parcialmente
averiada y que me la puedo comer. Desde la ventana mantengo constante
vigilancia. De cuando en cuando, puedo ver a un marciano por encima del negro humo.
El humo todavía retiene a la casa en que
estoy, totalmente cercada con su negro anillo... Pero, por último, se produce
un sonido silbante y, de repente, veo a un marciano, montado sobre su máquina,
que rocía el aíre con un chorro de vapor, como si tratara de disipar el humo.
Desde una esquina puedo observar cómo sus enormes piernas metálicas casi rozan
esta casa.
Consumido por el terror, he caído como
dormido.
Es de mañana. El sol lanza un torrente de
luz contra la ventana. La
negra nube de gas se ha desvanecido y los prados agostados, que se extienden
hacia el norte, aparecen como si una tormenta de nieve negra hubiera descargado
encima de ellos. Me aventuro a salir de la casa. Me dirijo hacia una carretera. No hay
tráfico alguno. Aquí y allí se ven un coche destrozado, un equipaje caído, un
esqueleto ennegrecido. Me encamino hacia el norte. Por alguna razón, me siento
más seguro siguiendo las huellas de estos monstruos que escapándome lejos de
ellos. Mantengo siempre una cuidadosa vigilancia. He visto comer a los
marcianos. Si alguna de estas máquinas apareciese por encima de las copas de
los árboles, estoy dispuesto en todo momento a dar un brinco y echarme
extendido sobre el suelo. Me acerco a un castaño. En octubre las castañas están
maduras. Lleno de ellas mis bolsillos. Debo conservar la vida. Hace dos días que
ando errabundo, siguiendo vagamente la dirección norte a través de un mundo
desolado. Por último, advierto a una criatura viviente... Una pequeña y rojiza
ardilla que se mueve sobre la rama de un haya. La contemplo lleno de un
sentimiento de profunda admiración. El animalito vuelve su cabecita y me mira.
Creo que, en este momento, el animalito y yo compartimos la misma emoción... La
alegría de encontrar a otro ser que vive, que vive también... Sigo hasta el
norte. Encuentro unas vacas muertas en un campo nauseabundo. Más allá destacan
las calcinadas ruinas de una lechería. La torre de un silo permanece en píe...,
como un guardián sobre la llanura destrozada, como un faro desierto junto al mar.
A horcajadas sobre la techumbre del silo, se yergue el gallo de la veleta. La flecha
señala hacia el norte.
Al día siguiente, llego a una ciudad cuyos
contornos me son vagamente familiares. Sin embargo, sus edificios aparecen
extrañamente recortados y aplastados hasta el suelo, cual si un gigante hubiera
partido en rebanadas sus más altas torres, de un caprichoso y descomunal
manotazo. Llego hasta las afueras. He encontrado a Newark abatida, pero sin
demoler, por algún capricho de los marcianos en su avance. Repentinamente,
experimento una rara sensación de que soy vigilado, y entonces advierto algo
que se agazapa en un portal. Me dirijo allí, y en seguida ese algo se levanta y
se convierte en un hombre... Un hombre, armado con un ancho cuchillo.
FORASTERO. ¡Alto! ¿De dónde viene usted?
PIERSON. Vengo de... muchos sitios. Hace
mucho tiempo, desde Princeton.
FORASTERO. ¿Princeton? Mmm... Eso era cerca
de Grovers Mill. ¿no?
PIERSON. Sí.
FORASTERO. Grovers Mill... (Se ríe como si
hubiera oído un buen chiste). Allí no hay alimentos. Esta es mi tierra. Toda
esta parte final de la ciudad hacia abajo, hasta el río. Sólo hay alimentos
para uno... ¿Hacia dónde se dirige usted?
PIERSON. No lo sé. Creo que estoy
buscando... gente.
FORASTERO. (Nerviosamente) ¿Qué es eso?
¿Entonces ha oído usted algo?
PIERSON. ¡Tan sólo un pájaro! ¡Un pájaro
vivo!
FORASTERO. Usted debería saber que en estos
días los pájaros tienen sombra... Oiga! Aquí estamos al aire libre. Vamos a
refugiarnos en un portal y allí hablaremos.
PIERSON. ¿Ha visto usted a los marcianos?
FORASTERO. Se fueron a Nueva York. Durante
la noche el cielo palpita con sus luces. Exactamente como si todavía viviesen
allí sus vecinos. Durante el día no se les puede ver. Hace cinco días un par de
ellos llevaban algo muy grande desde el aeropuerto a través de la Plana. Creo que están
aprendiendo a volar.
PIERSON. ¡Volar!
FORASTERO. Sí, a volar.
PIERSON. Entonces podemos decir que la
Humanidad se acabó ya, forastero; Solo quedamos usted y yo. Sólo dos supervivientes.
FORASTERO. Los monstruos se han establecido
en una tierra firme: han arruinado a la nación más grande del mundo. Esas
estrellas verdes... probablemente seguirán cayendo todas las noches en diversas
partes. Tan sólo han perdido una máquina. No nos queda nada que hacer. Estamos
deshechos. Estamos exterminados.
PIERSON. ¿Dónde estuvo usted? Usted lleva
uniforme...
FORASTERO. Lo único que me queda. Yo estaba
en la milicia, en la Guardia nacional. ¡Bueno va! No hubo más guerra que la que
hubiera podido haber entre los hombres y las hormigas.
PIERSON. Pero nosotros ¿ramos hormigas
comestibles. Eso es lo que yo he averiguado. ¿Qué van a hacer con nosotros?
FORASTERO. Yo lo tengo ya todo pensado.
Hasta ahora nos cogían a medida que nos necesitaban. Un marciano no tiene más
que ir andando unas pocas millas y coger de paso toda una multitud. Pero en
adelante no lo harán así. Nos cogerán sistemáticamente... Escogerán a los
mejores y los guardarán en jaulas o algo así. ¡Todavía no han comenzado con
nosotros!
PIERSON. ¿Que no han comenzado?...
FORASTERO. ¡No han comenzado todavía! Todo
lo que ha pasado hasta ahora, es porque no hemos tenido suficiente buen sentido
para estarnos quietos; y les hemos estado molestando con cañones y toda esa
porquería y perdido nuestra cabeza, corriendo en grandes manadas. Ahora en vez
de andar moviéndonos como ciegos, nosotros tenemos que sujetarnos a vivir
conforme a la actual situación. Ciudades, naciones, civilización, progreso...
PIERSON. Pero si eso fuera así, ¿qué razón queda
para vivir?
FORASTERO. Ya no será posible
establecer conciertos que duren un millón de años o algo así, ni habrá cenitas
en los restaurantes. Si son diversiones tras lo que anda usted, creed que corre
usted en vano.
PIERSON. ¿Qué es pues lo que queda?
FORASTERO. ¡La vida! Esto es lo que queda!
¡Yo lo que necesito es vivir! ¡Y usted también! No vamos a dejarnos exterminar.
Yo no quiero dejarme coger tampoco, ni que me domestiquen ni que me ceben y
engorden como a un buey.
PIERSON. Y ¿qué es lo que va a hacer usted,
entonces?
FORASTERO. Yo me voy... justamente
siguiendo sus pasos. Tengo un plan. Nosotros, los hombres, como hombres estamos
liquidados ya. Todavía no lo sé bien, pero nosotros tenemos todavía que
aprender mucho antes de que se nos ofrezca una oportunidad. Y tenemos que vivir
y seguir libres hasta tanto que podamos aprender. Como ve usted, yo lo he
pensado todo.
PIERSON. Dígame, dígame todo lo que piensa.
FORASTERO. ¡Bueno! No todos nosotros
servimos para bestias salvajes, y así es como debe de ser. Por eso yo le
vigilaba a usted. Todos los pequeños trabajadores de oficio y artesanos que
solían vivir en estas casas, no hubieran valido. No tienen correa para eso. No
servían más que para ir corriendo a su trabajo. He visto centenares de ellos,
corriendo como animales, para coger su tren matutino de abonados, con miedo de
que, si no lo alcanzaban, tendrían que ir luego como sardinas en lata, y otras
veces corriendo también por la noche, con miedo de que no llegarían a tiempo a
cenar. Tenían sus vidas aseguradas, e invertida una cantidad para el caso de un accidente. Y los
domingos se aburrían soberanamente pensando en su porvenir. Los marcianos serán
para ellos como un buen golpe de fortuna. Tendrán bonitas jaulas, buena comida,
buena educación, y ninguna preocupación. Después de una semana o cosa así de
andar errantes por los campos con cl estómago vacío, darán la vuelta y se verán
contentos cuando los cojan.
PIERSON. Usted ha pensado en todo ¿no es
así?
FORASTERO. ¡Vaya que si! Pero aún hay algo
más. Esos marcianos cogerán a algunos de ellos como animalitos domesticables y
les enseñarán a hacer algunos trucos. ¿Quién sabe? Tendremos que lamentar al
niño que fue comenzado a domesticar, después creció y tuvieron que matarlo. Y a
algunos, quizá, los enseñarán para que nos cazen a los demás.
PIERSON. No, eso es imposible. Ningún ser
humano...
FORASTERO. Si, claro que lo harían. Hay
muchos hombres que harán esto con mucho gusto. Si uno de ellos viniera detrás
de mí...
PIERSON. Entretanto, usted y yo, y otros
como nosotros ¿dónde vamos a vivir cuando los marcianos sean dueños de la
Tierra?
FORASTERO. También me he preocupado de eso.
Viviremos bajo tierra. Me he acordado de las alcantarillas. Bajo Nueva York se
extienden millas y más millas de alcantarillado. Las principales son bastante
grandes para cualquiera. Además, hay en el subsuelo bodegas, bóvedas, almacenes
subterráneos, túneles de los ferrocarriles y del metro. ¿Me empieza a
comprender usted, eh? Y conseguiremos reunir un puñado de hombres fuertes. Nada
de gente débil. Esos desperdicios humanos ¡afuera!
PIERSON. ¿Y dice usted que vaya yo ahí con
usted?
FORASTERO. Bueno..., yo le doy a usted una
oportunidad para hacerlo, si quiere.
PIERSON. No nos pelearemos por eso. Siga.
FORASTERO. Y tendremos que buscarnos
lugares bien seguros donde permanecer ¿sabe? Y deberemos conseguir todos los
libros que podamos..., libras de ciencias se entiende. Ahí es donde los
hombres, como usted, acostumbran a ir ¿no es así? Penetraremos furtivamente en los
museos y espiaremos siempre a los marcianos. Puede que no tengamos que aprender
durante demasiado tiempo antes de que... Imagínese nada más que esto: cuatro o
cinco de sus máquinas de guerra que de repente echan a andar lanzando rayos de
calor a derecha e izquierda sin ningún marciano dentro. ¡Sin ningún marciano
dentro!, ¿me comprende? Si no sólo hombres, hombres que han aprendido lo mismo
que ellos. Podría suceder esto, incluso en nuestro tiempo. ¡Oh! ¡Imagínese qué
sería poseer uno de esos aparatos con su rayo de calor! Lo lanzaríamos contra
los marcianos, lo lanzaríamos también contra los hombres. Pondríamos a todos de
rodillas delante de nosotros.
PIERSON. ¿Es ése su plan?
FORASTERO. Usted y yo y unos pocos más,
seriamos dueños del mundo.
PIERSON. Ya, ya lo veo.
FORASTERO. Oiga ¿qué le pasa? ¿Adónde se va
usted ahora?
PIERSON. A un sitio distinto de su mundo.
Adiós, forastero...
Después de dejar al artillero, llegué
finalmente al túnel Holland. Entré por este silencioso camino subterráneo,
ansioso por conocer cuál había sido el destino de la gran ciudad situada al
otro lado del río Hudson. Con gran precaución, salí del túnel y me encaminé por
la calle Canal.
Llegué a la calle Catorce, y
allí volví a encontrar polvo negro y algunos cuerpos, y también un mal olor
lleno de presagios, a través de las verjas de los sótanos de algunas casas.
Seguí errante atravesando las calles Treinta y Cuarenta, y me paré solitario en
la plaza del Times. Me fijé en un perro escuálido que corría par la avenida Dieciséis
abajo con un pedazo de carne Oscura entre sus dientes, y a un montón de chuchos
hambrientos siguiéndole. El perro dio un amplio rodeo en torno a mí, como si
temiera que yo fuese un adversario recién llegado. Seguí marchando, Broadway
arriba, en pos de las huellas de ese polvo extraño. Dejé atrás los escaparates
silenciosos de las tiendas, que mostraban sus mudas mercancías a las aceras
desiertas; atrás dejé también el
teatro Capitol, silencioso, negro; pasé por una exposición de
objetos de caza, en la que una hilera de rifles descargados apuntaban a una
fila de patos de madera. Cerca del circulo Columbus vi un coche, modelo 1939,
en las salas de exposición, que hacían frente a las calles solitarias. Desde la
terraza del último piso del edificio de la compañía General Motors
me fijé en un banderín de negros pájaros que daban vueltas en el cielo. Me
apresuré a bajar. De repente, advertí la capucha de una máquina marciana, que
se erguía en alguna parte del parque central, resplandeciente al último sol de
la tarde. ¡Qué absurda idea se me Ocurrió! Corrí atrevidamente a través del
círculo Columbus y entré en el parque. Subí a una pequeña colina sobre el
estanque, a la altura de la calle Sesenta. Desde allí pude contemplar a
diecinueve de aquellos grandes titanes metálicos, erguidos en una muda fila a
lo largo del Malí, con sus capuchas vacías y sus brazos de acero colgando
pesadamente a sus lados. Traté en vano de ver los monstruos que habitaban esas
máquinas.
Al punto, mis ajos se sintieron atraídos
hacia la inmensa bandada de negros pájaros que planeaban directamente debajo de
mí. Dando grandes y pesados giros llegaron hasta posarse sobre la tierra, y
allí ante mis ojos, duras y silenciosos, pude contemplar a los marcianos,
desparramados por el suelo, y a las negras aves que picoteaban sus cuerpos y
rasgaban jirones negruzcos de carne de sus cuerpos muertos. Más tarde, cuando
estos cuerpos pudieron ser examinados en los laboratorios, se halló que habían
sido exterminados por las bacterias de la putrefacción y de las enfermedades,
contra las que sus sistemas fisiológicos no se hallaban preparados... Muertos,
después que todas las defensas del hombre habían fallado, por la más humilde
criatura que Dios en su sabiduría había puesto en esta Tierra.
Antes de que cayera el primer cilindro,
existía la creencia general de que, a través de las profundas distancias del
espacio, no existía otra vida que la que bullía en la insignificante superficie
de nuestra minúscula esfera. Pero ahora miramos más allá, Admirable aunque borrosa
es la visión que, yo me he atrevido a hacer surgir en mi mente, sobre una vida
que lentamente se irá esparciendo desde esta minúscula semilla del sistema
solar a través de las inanimadas extensiones del espacio sideral. Pero esto es
un sueño remotísimo. Puede ser que la destrucción de los marcianos sea
solamente un acto dilatorio. O tal vez a ellos, y no a nosotros está
encomendado el futuro. Ahora me parece extraño el poder estar sentado en mí
apacible estudio de Princeton, escribiendo el ultimo capítulo de mis memorias,
comenzadas en una granja abandonada de Grovers Mill. Me parece extraño el
contemplar desde mi ventana las torres de la Universidad, difuminadas y
azulencas, a través de la bruma abrileña. Extraño me parece el mirar a los
niños que juegan en las calles. Extraño me parece ver a los jóvenes que pasean
sobre el césped, donde las nuevas hojas primaverales van borrando las últimas
huellas negruzcas de una tierra lastimada. Extraño me parece ver entrar a los
curiosos en el museo en donde se exponen ante el público las piezas
desarticuladas de una máquina marciana. Extraño, por último, me parece todo
cuanto recuerdo de la primera vez que la vi, brillante y limpiamente recortada,
fría y silente, en el atardecer de aquel último gran día.
FIN
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