Científicos descubren en la década de 1970,
que la capa de ozono que protege la vida en la tierra, estaba descendiendo a
niveles peligrosos debido al uso indiscriminado de ciertos componentes
químicos. La amenaza de destrucción del planeta por el pasaje de radiación
ultravioleta sigue en pie.
Progresiva
destrucción de la capa de ozono
La destrucción de la capa de ozono es uno
de los problemas ambientales más graves que debemos enfrentar hoy día. Podría
ser responsable de millones de casos de cáncer de la piel a nivel mundial y
perjudicar la producción agrícola.
Desde el descubrimiento del problema en la
década de 1970, las constantes pruebas científicas presentadas demuestran que
la destrucción de la capa de ozono está ocurriendo más rápidamente de lo
previsto.
La
capa de ozono
La vida en la Tierra ha sido protegida
durante millones de años por una capa de un gas (el ozono) azul
pálido de olor fuerte y altamente venenoso de 19
a 48 km por encima de la
superficie de la Tierra.
Esta capa, sirve de
escudo para proteger a la Tierra contra las radiaciones ultravioletas
del sol.
Hasta donde sabemos, es exclusiva de nuestro planeta. Si
desapareciera, la luz ultravioleta del sol esterilizaría la superficie del
globo y aniquilaría toda la vida terrestre.
El ozono es una forma de oxígeno que se forma por la acción de la luz
solar sobre el oxígeno, cuya molécula tiene
tres átomos, en vez de los dos del oxígeno común. El tercer átomo es el que
hace que el gas que respiramos sea venenoso, mortal, si se aspira una
pequeñísima porción de esta sustancia.
Por medio de procesos
atmosféricos naturales, las moléculas de ozono se crean y se destruyen
continuamente. Las radiaciones ultravioletas del sol descomponen las moléculas
de oxígeno en átomos que entonces se combinan con otras moléculas de oxígeno
para formar el ozono. El ozono no es un gas estable y es muy vulnerable a
ser destruido por los compuestos naturales que contienen nitrógeno, hidrógeno y
cloro.
Cerca de la superficie de la Tierra (la
troposfera), el ozono es un contaminante que causa muchos problemas; forma
parte del smog fotoquímico y del coctel de contaminantes que se conoce
popularmente como la lluvia ácida. Pero en la seguridad de la estratosfera, de 15 a 50 km sobre la superficie, el
gas azulado y de olor fuerte es tan importante para la vida como el propio
oxígeno.
El ozono forma un frágil escudo, en
apariencia inmaterial pero muy eficaz.
Está tan esparcido por los 35 km de espesor de la
estratosfera que si se lo comprimiera formaría una capa en torno a la Tierra,
no más gruesa que la suela de un zapato.
Descubrimiento del problema
Los científicos
se preocuparon al descubrir, en la década de 1970, que ciertos productos
químicos llamados clorofluorocarbonos, o CFC (compuestos del flúor), usados
durante largo tiempo como refrigerantes y como propelentes en los aerosoles,
representaban una posible amenaza para la capa de ozono.
Al ser liberados en la
atmósfera, estos productos químicos, que contienen cloro, ascienden y se
descomponen por acción de la luz solar, tras lo cual el cloro reacciona con las
moléculas de ozono y las destruye. Por este motivo, el uso de CFC en los
aerosoles ha sido prohibido en muchos países. Otros productos químicos, como
los halocarbonos de bromo, y los óxidos nitrosos de los fertilizantes, son
también lesivos para la capa de ozono.
Durante varios años, a partir de finales de
la década de 1970, los investigadores que trabajaban en la Antártida detectaron
una pérdida periódica de ozono en las capas superiores de la atmósfera por
encima del continente.
El llamado agujero de la capa de ozono aparece durante
la primavera antártica, y dura varios meses antes de cerrarse de nuevo. Otros
estudios, realizados mediante globos de gran altura y satélites meteorológicos,
indican que el porcentaje global de ozono en la capa de ozono de la Antártida
está descendiendo.
Vuelos realizados sobre las regiones del Ártico,
descubrieron que en ellas se gesta un problema similar.
En 1985, una convención
de las Naciones Unidas, conocida como Protocolo de Montreal, firmada por 49
países, puso de manifiesto la intención de eliminar gradualmente los CFC de
aquí a finales de siglo. En 1987, 36 naciones firmaron y ratificaron un tratado
para la protección de la capa de ozono. La Comunidad Europea
(hoy Unión Europea) propuso en 1989 la prohibición total del uso de CFC durante
la década de 1990, propuesta respaldada por el entonces Presidente de Estados
Unidos, George Bush.
Con el fin de estudiar la pérdida de ozono a nivel global,
en 1991 la NASA lanzó el Satélite de Investigación de la Atmósfera Superior,
de 7 toneladas. En órbita sobre la Tierra a una altitud de 600 km, la nave
mide las variaciones en las concentraciones de ozono a diferentes altitudes, y
suministra los primeros datos completos sobre la química de la atmósfera
superior.
Problemas
a nivel de la salud humana y de las demás especies vivas
Según los datos actuales una disminución
constante del 10% conduciría a un aumento del 26% en la incidencia del cáncer
de la piel. Las
últimas pruebas indican que la
radiación UVB es una causa de los melanomas más raros pero
malignos y virulentos. La gente de piel blanca que tiene pocos pigmentos
protectores es la más susceptible al cáncer cutáneo, aunque todos están
expuestos al peligro.
El aumento de la radiación UVB
también provocará un aumento de los males oculares tales como las cataratas, la
deformación del cristalino y la presbicia. Se espera un aumento considerable de
las cataratas, causa principal de la ceguera en todo el mundo. Una reducción
del 1% de ozono puede provocar entre 100.000 y 150.000 casos adicionales de
ceguera causada por cataratas. Las cataratas son causa de la ceguera de 12 a 15 millones de personas
en todo el mundo y de problemas de visión para otros 18 a 30 millones. La radiación UVC es más
dañina que la UVB en causar la ceguera producida por el reflejo de la nieve,
pero menos dañina en causar cataratas y ceguera.
La exposición a una mayor radiación UVB
podría suprimir la eficiencia del sistema inmunológico del cuerpo humano.
La
investigación confirma que la
radiación UVB tiene un profundo efecto sobre el sistema
inmunológico, cuyos cambios podrían aumentar los casos de enfermedades
infecciosas con la posible reducción de la eficiencia de los programas de
inmunización. La inmunosupresión por la radiación UVB ocurre
independientemente de la pigmentación de la piel humana. Tales efectos
exacerbarían los problemas de salud de muchos países en desarrollo.
El aumento de la radiación UVB además
provocaría cambios en la composición química de varias especies de plantas,
cuyo resultado sería una disminución de las cosechas y perjuicios a Ios
bosques. Dos tercios de las plantas de cultivo y otras sometidas a pruebas de
tolerancia de la luz ultravioleta demostraron ser sensibles a ella. Entre las
más vulnerables se incluyeron las de la familia de los guisantes y las
habichuelas, los melones, la mostaza y las coles; se deterrninó también que el
aumento de la radiación
UVB disminuye la calidad de ciertas variedades del tomate, la
patata, la remolacha azucarera y la soja.
Casi la mitad de las jóvenes plantas de las
variedades de coníferas con las que se experimentó fue perjudicada limitando el
crecimiento de algunas plantas (por ejemplo el centeno, el maíz y el girasol).
Sin embargo, es difícil hacer predicciones cuantitativas ya que otros factores
ambientales entran en juego.
De igual manera, la radiación UVB afecta
la vida submarina y provoca daños hasta 20 metros de profundidad,
en aguas claras. Es muy perjudicial para las pequeñas criaturas del plancton,
las larvas de peces, los cangrejos, los camarones y similares, al igual que
para las plantas acuáticas. Puesto que todos estos organismos forman parte de
la cadena alimenticia marina, una disminución de sus números puede provocar
asimismo una reducción de los peces. La investigación ya ha demostrado que en
algunas zonas el ecosistema acuático está sometido a ataque por la radiación UVB cuyo
aumento podría tener graves efectos detrimentales.
Los países que dependen del pescado como
una importante fuente alimenticia podrían sufrir consecuencias graves. Al mismo
tiempo, una disminución en el número de las pequeñas criaturas del fitoplancton
marino despojaría a los océanos de su potencial como colectores de dióxido de
carbono, contribuyendo así a un aumento del gas en la atmósfera y al calentamiento global consecuente.
Los materiales utilizados en la
construcción, las pinturas y los envases y muchas otras sustancias son
degradados por la
radiación UVB. Los plásticos utilizados al aire libre son los más
afectados y el daño es más grave en las regiones tropicales donde la
degradación es intensificada por las temperaturas y niveles de luz solar más
elevados. Los costos de los daños podrían ascender a miles de millones de
dólares anuales.
La destrucción del ozono estratosférico
agravaría la contaminación fotoquímica en la troposfera y aumentaría el ozono
cerca de la superficie de la Tierra donde no se lo desea.
La contaminación
fotoquímica ocurre principalmente en las ciudades donde los gases de escape y
las emisiones industriales tienen su mayor concentración. Esto tendría sus
propios efectos sobre la salud humana, al igual que sobre las cosechas, los
ecosistemas y los materiales de los que dependemos.
La Tierra y sus habitantes tienen mucho en
juego en la preservación del frágil escudo de la capa de ozono. Pero
inconscientemente hemos venido sometiendo a la capa de ozono a ataques
subrepticios y sostenidos.
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