1979. La coyuntura política
regional y su ubicación estratégica definirá el destino de Afganistán. Un nuevo
capítulo de la guerra fría se procesaría con la entrada de tanques soviéticos,
y el apoyo norteamericano a los grupos fundamentalistas islámicos.
La
invasión a Afganistán y el apoyo al fundamentalismo islámico
Últimos
capítulos de la guerra fría
Los problemas de Afganistán se arrastraban desde mucho tiempo atrás.
En
los años sesenta la monarquía de este país había intentado impregnarse de un
carácter democrático, pero la radicalización de la sociedad y la lucha de
facciones por el poder impidieron la institucionalización prevista en su
Constitución de 1964.
En 1973 la agudización de los conflictos condujo al derrumbe de la
monarquía y la instalación de un régimen republicano, bajo la presidencia de
Mohammed Daúd. Éste intentó aplicar una política moderada, manteniéndose
neutral en el esquema de la guerra fría.
En 1978, en Irán, un frente popular
encabezado por los fundamentalistas musulmanes shiítas del Ayatollah Khomeini
derroca a la monarquía del Shah. Aunque el carácter del golpe es nacionalista,
el gobierno estadounidense recibe un duro golpe ya que el nuevo gobierno
expulsa a sus tropas y barre con las bases militares que Estados Unidos había instalado
a lo largo de la frontera con la URSS. Este hecho marcaría el destino de
Afganistán.
Ante la posibilidad de
que Estados Unidos buscara sustituir las bases perdidas emplazando otras nuevas
en la frontera soviético-afgana, la URSS decide actuar.
Un sector del ejército encabezado por el general Mohammed Taraki, de
tendencia comunista, derrocó a Mohammed Daúd y estrechó los vínculos con la
URSS. Pese a que no realizó grandes modificaciones en la estructura económica
del país, impulsó una serie de reformas resistida por amplios sectores,
fundamentalmente las relativas a la igualdad de derechos de las mujeres
respecto a los hombres.
En 1979 Hafizuli Amin fue designado primer
ministro, y poco después Taraki era asesinado. Ante la incapacidad de Amin para
manejar la situación, los soviéticos decidieron intervenir directamente, y en
diciembre de ese año cruzaron la frontera afgana y apuntalaron el golpe de
estado de Brabak Kamal.
De inmediato se produjo la resistencia
armada de las guerrillas islámicas, con apoyo norteamericano, la cual se
extendió a todo el país -con el apoyo logístico de gobiernos pro
estadounidenses como el de Pakistán- y obligó a los soviéticos a mantener un
numeroso contingente expedicionario.
La organización de la guerrilla antisoviética
se basó en antiguas organizaciones militares campesinas, que si bien tenían que
recibir un extenso entrenamiento militar antes de estar en condiciones de
luchar con los soviéticos, tenían la ventaja de conocer a la perfección los
difíciles terrenos montañosos en que se libraban las batallas.
El motivo por el
que a la guerrilla financiada desde el exterior le fue tan sencillo encontrar
una base social en el campesinado no sólo hay que buscarlo en los "lazos
ancestrales" de estos campesinos con los jefes regionales y con el islam,
sino sobre todo en la política del gobierno frentepopulista, que nunca llevó a
cabo una verdadera reforma agraria, aunque tomara algunas medidas parciales en
favor de los campesinos (por ejemplo, la eliminación de la usura y el establecimiento
de tasas de interés fijas y relativamente bajas, o la expropiación indemnizada
de un reducido número de latifundios).
En las ciudades, en cambio, los
trabajadores y las mujeres habían recibido conquistas más importantes y apoyó
masivamente al gobierno popular. Pero los campesinos, puestos a elegir entre
dos regímenes que aparentemente no les significaban una gran diferencia, y en
segundo lugar presionados por lealtades y prejuicios ancestrales, se alinearon
en su mayoría con los fundamentalistas.
Entre mayo de 1988 y
febrero de 1989 la URSS retiró todas las tropas, pero la guerra civil continuó.
Afganistán dejó de ser un escenario más de la Guerra fría y se convirtió en una
pieza fundamental en el tablero de las potencias regionales por hacerse con el
control de un territorio estratégicamente situado.
Aun con sus intereses en juego, la
estrategia de la burocracia de la URSS fue esencialmente defensiva, tanto en lo
militar como en lo político. En vez de enfrentar la condena internacional, hizo
repetidas declaraciones de su intención de retirarse, y en la práctica limitó
el número de tropas, que nunca fue mayor de un millón.
En los primeros cinco años los mujaheddin
no pasaron de ataques locales, pero a partir de 1986, y en el marco del
"principio del fin" de la URSS, el Kremlin empieza a ceder terreno.
Karmal es reemplazado por Najibullah, que poco después anuncia medidas
conciliatorias, un cese de fuego y amnistías, lo que los rebeldes rechazan. En
marzo de 1988, el ministro de Relaciones Exteriores Abdul Wakil acepta en Ginebra
un plazo de nueve meses para el retiro de tropas, que Gorbachov y Najibullah
confirman en abril, firmando un acuerdo entre Pakistán, Afganistán, la URSS y
Estados Unidos.
El 15 de febrero de 1989 terminan de
retirarse las tropas soviéticas, pero, el gobierno del Partido Democrático
Popular Afgano (PDPA) no cayó inmediatamente. El consejo fundamentalista
(Shura) había hecho cálculos de entrar a Kabul el mismo día 15, pero después de
cuatro días de intensos combates se ve obligada a formar un gobierno fuera de
la capital.
En Kabul, además de los restos del ejército
regular, se forman milicias en las que participan obreros fabriles y mineros y
muchísimas mujeres, que habían conquistado importantes derechos durante la
ocupación soviética y sabían que un gobierno islámico sólo podría traer una
brutal represión, no sólo por el fuerte componente machista de la ideología
islámica, sino porque los derechos de las mujeres eran un símbolo de la
ocupación.
A partir de 1989, los fundamentalistas avanzan con relativa
facilidad sobre las provincias del interior, pero Kabul y sus alrededores
resisten hasta 1992. Cuando entran las tropas fundamentalistas, venciendo a la
población de Kabul por el hambre después de un sitio resistido heroicamente,
inician una horrible masacre de comunistas y colaboradores del régimen del
PDPA.
La
victoria de los mujaheddines y sus disputas internas
Los
talibanes entran en escena
El consejo fundamentalista había elegido
para el gobierno a dos representantes de fracciones irrelevantes, mientras las
más importantes, la de Massud y la dirigida por Hekmatyar, se disputaban el
poder. En 1992, cuando expira el plazo de ese gobierno, y coincidiendo con la
toma de la capital, Rabbani, de la fracción de Massud, se hace cargo legalmente
del gobierno, enfrentando la oposición militar de Hekmatyar y de otras
fracciones menores. En este enfrentamiento, Rabbani tenía el respaldo de Irán y
Hekmatyar respondía a los intereses pakistaníes. En 1994 termina el período de
Rabbani, pero éste se niega a dejar el gobierno y se enfrenta militarmente con
Hekmatyar, cuyo fuerte está al este de Kabul, en la ciudad de Jalalabad.
Aprovechando la caótica
situación política generada por la lucha entre las facciones, surgen con fuerza
en 1994 los talibanes, un grupo integrado por estudiantes de teología
procedentes del sur del país (de la región de Kandahar) y de etnia pashtún.
Durante los meses siguientes avanzaron en dirección a Kabul: entre noviembre de
1994 y enero de 1995 tomaron las ciudades de Kandahar y de Ghazni, y en febrero
alcanzaron los alrededores de Kabul. Rechazados por las fuerzas
gubernamentales, los talibanes optaron por avanzar hacia el oeste y el este,
con el fin de cercar la capital.
Motivaciones
económicas
Los conflictos étnicos y religiosos sin
duda existen en Afganistán, y millones de hombres están convencidos de luchar
por esos motivos. Sin embargo, detrás de las motivaciones étnicas y religiosas
hay intereses económicos concretos que son los que realmente mueven el conflicto.
Aunque Afganistán no tiene salida al mar,
está ubicado estratégicamente en el camino entre las aguas del Océano Indico y
las repúblicas ex soviéticas del Asia Central, donde se estima que hay
abundantes reservas de petróleo aún no explotadas; Afganistán es, pues, el
único territorio a través del cual se podría construir un oleoducto para sacar
el petróleo a los puertos pakistaníes o iraníes y permitir su comercialización
internacional, y esto constituye su principal importancia estratégica actualmente.
Mientras en los tiempos de la URSS el petróleo de Tayikistán se consumía dentro
de la Unión y se transportaba por tierra, hoy los países limítrofes y Estados
Unidos saca cuentas sobre cuánto queda aún por extraer y cómo garantizar una
vía de transporte y comercialización por mar.
El país, además, cuenta
con considerables riquezas mineras y, sobre todo, con la "flor
nacional", la amapola de la que se extrae el opio, sustancia de la que
Afganistán es el segundo productor mundial después de Birmania. Una parte de
este opio es destinada a usos médicos legales, y otra parte entra en el
circuito de procesamiento y distribución ilegal, sobre todo en la forma de
heroína, pasando por Pakistán para luego circular internacionalmente. La lucha
por el control de esta producción está en el fondo de la "guerra contra
las drogas" de los Taliban.
El
régimen Taliban: el reino del terror
A fines de setiembre de 1996 Afganistán
volvió a ocupar, por primera vez después de la década de los ’80, las primeras
planas de los grandes periódicos. Una guerrilla fundamentalista musulmana
conocida como Taliban (estudiantes del Corán) avanzó entonces sobre la capital,
Kabul, derrocando al gobierno de Burhanuddin Rabbani y colgando de un semáforo,
junto con su hermano, al ex presidente frentepopulista Najibullah, que había
sido respaldado por la ocupación soviética hasta la retirada del Ejército Rojo
en 1989.
Los talibanes
procedieron a establecer allí donde se extendieron su visión restrictiva del
islam: radical separación de sexos en público, prohibición a las mujeres de
ocupar un puesto de trabajo, persecución de actividades consideradas ‘impías’
(salas de juego, consumo de bebidas alcohólicas) y modificación de la
legislación penal para aplicar leyes más severas, entre otras.
Los talibanes, liderados por el mulá
Mohammad Omar ha venido aplicando desde esa fecha una política absolutamente
violatoria de los derechos humanos.
A los afganos cuya lengua no era el pashto
se les prohibió desplazarse libremente por el país. A muchos los hicieron
prisioneros únicamente por pertenecer a determinada etnia. Los guardias
talibanes mataron deliberada y sistemáticamente a millares de civiles de etnia
hazara durante los días siguientes a la toma de Mazar-e Sharif, en agosto de
1996. La gran mayoría de las víctimas eran residentes de los barrios árabes de
Zara'at, Saidabad y Elm. Las mataron en sus casas o en la calle, o fueron
ejecutadas en puntos entre Mazar-e Sharif y Hairatan. Los talibanes dispararon
contra mujeres, niños y ancianos que intentaban huir de la ciudad. Al menos un
grupo de prisioneros fueron ejecutados públicamente cerca de la ciudad de
Hairatan. Según informes, en Mazar-e Sharif se ejecutó a alrededor de setenta
hombres degollándolos.
La persecución a los disidentes políticos y
fundamentalmente a los pertenecientes al Partido Democrático Popular se ha
llevado adelante mediante encarcelamientos masivos, torturas y ejecuciones
públicas.
Por otra parte, el gobierno taliban ha
llevado adelante una dura guerra contra las mujeres, a quienes se les prohibió acudir a centros de
enseñanza y ocupar puestos de trabajo; debiendo permanecer confinadas en el
hogar y sólo salir a la calle acompañadas por un familiar cercano de sexo
masculino.
La prohibición de que las mujeres trabajen
tiene un efecto tanto peor cuanto que, después de más de quince años de guerra
ininterrumpida, muchas mujeres son el único sostén económico de sus hijos, ya
porque sus maridos murieron o están lisiados a consecuencia de la guerra, ya
porque integran alguna de las diez o doce milicias islámicas que se disputan el
país. Se calcula que sólo en la capital afgana, con 750.000 habitantes, unas
30.000 mujeres son cabeza de familia.
Centenares de hombres han estado recluidos
durante días o semanas y fueron maltratados por no acatar edictos talibanes.
Entre ellos había individuos que no habían asistido a rezos públicos o que se
habían recortado la barba, así como taxistas que habían llevado a mujeres en su
vehículo y sastres que habían confeccionado prendas femeninas.
Mujeres profesionales como catedráticas,
traductoras, médicos, abogadas, artistas y escritoras han sido sacadas de sus
trabajos y metidas en la casa, lo que hace que la depresión esté siendo tan
común que está alcanzando límites de emergencia.
Las casas en donde haya mujeres, deben
tener las ventanas pintadas para así no ser vistas nunca por transeúntes. Deben
llevar zapatos silenciosos para no ser oídas.
Las mujeres viven temiendo por sus vidas
por la mínima conducta inadecuada. Como no pueden trabajar, aquellas sin
familiares varones o sin maridos se estan muriendo de hambre o estan mendigando
en las calles, incluso las que tienen doctorados.
Una adolescente totalmente cubierta, pero
que no tenía zoquetes y se le veía un milímetro del tobillo desnudo, fue castigada
a latigazos. Siempre con el Corán en la mano, los talibanes castigan también a
los bebedores, a los consumidores de cualquier droga, a los narcotraficantes, a
los "corruptos" y a los adúlteros. Estos últimos tienen un ‘status’
especial: en vez de ahorcarlos, los apedrean. Los que no rezan a las horas
preestablecidas son golpeados con fusiles; a los ladrones se les cortan dedos o
manos enteras.
Sin embargo, si bien el
gobierno talibán ejecutó a varios barones del opio, con la heroína no son tan
puritanos como aseguran ser, ya que según expertos en temas de drogas, en el
último año Afganistán inundó los mercados europeo, americano y de Oriente con
más de 75.000 millones de dólares de heroína. Gran parte de esta producción fue
cosechada en tierras bajo control del Taliban.
La
oposición del resto de las guerrillas islámicas
Mientras tanto, una coalición de varias
milicias islámicas libra contra el Taliban una guerra cuyo centro de
operaciones está en el norte del país y en el casi inexpugnable valle de Panjshir,
al norte de Kabul, la región natal del comandante Ahmad Shah Massud y de su
guerrilla, el Jamiat-e-Islame, de la que también procedía el depuesto
presidente Rabbani. En la coalición participan, además de Massud, las milicias
chiítas como el Hezb-e-Wahdat, la milicia Hezb-e-Islame de Bulguddin Hekmatyar
y las milicias de la etnia uzbeka que dirige Rashid Dostum. Esta coalición
recibe apoyo de Irán, que era también el principal respaldo del régimen de
Burhanuddin Rabbani. Esta gente no tiene nada contra el fundamentalismo ni se
opone por principio a apalear mujeres y a cortarle los dedos a los ladrones,
sino que simplemente se enfrentan con los Taliban por el poder político y
económico y porque representan intereses diferentes a nivel mundial.
Fuera de éstos, en los últimos años han
surgido en Kabul grupos guerrilleros de autodefensa integrados por mujeres, y
en lucha por la recuperación de sus derechos.
Seis años de represión fundamentalista han
destruido todo vestigio de organización sindical o política opositora. En medio
de este caos países islámicos de la región intentan sacar provecho de la
situación, bien por intereses religiosos o geopolíticos en la zona: apoyo de
Pakistán a los talibanes, así como el de Irán al gobierno derrocado; situación
de creciente tensión en las cinco repúblicas musulmanas ex-soviéticas:
Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán, que tienen fronteras con Afganistán y
las otras dos Kazajstán y Kirguisia, que se hallan próximas.
La complejidad llega a su cenit en
Uzbekistán, de gran interés estratégico en la zona por sus reservas de uranio,
su acelerada privatización de la economía y una gran minoría rusa, vincula al
país con Rusia.
Está nueva situación puede conmover la
precaria estabilidad de Asia Central y generar un conflicto regional más amplio
e incontrolable, fruto del nuevo orden mundial de tan graves consecuencias para
el conjunto de la humanidad.
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