1979. Tras décadas de
corrupción de la dinastía Somoza, las fuerzas de oposición encabezadas por el
Frente Sandinista de Liberación Nacional inician una revolución en Nicaragua de
características singulares.
La
revolución sandinista en Nicaragua
Nicaragua es el mayor país de América
Central, con costas sobre el Océano Pacífico y el mar Caribe, y fronteras con
Honduras y Costa Rica.
Su posición geopolítica hacía que fuera una pieza
estratégica vital para la expansión norteamericana hacia el oeste. Esto fue lo
que llevó al gobierno norteamericano a incursionar ya a fines del siglo XIX y
primeras décadas del siglo XX en ocupaciones militares para tener el control
económico de la región.
Mediante el Tratado de Bryan-Chamorro de 1916, Estados
Unidos pagó 3 millones de dólares a Nicaragua por el derecho de construir un
canal a través del país desde el océano Atlántico hasta el Pacífico, tomar en
arrendamiento las islas del Maíz y establecer una base naval en el golfo de
Fonseca. El acuerdo desencadenó las protestas de algunos países de
Centroamérica y supuso la formación de una guerrilla contraria al acuerdo.
La
guerrilla nicaragüense liderada por Augusto César Sandino que luchaba contra la
ocupación estadounidense, no abandonó las armas hasta el retiro de las fuerzas
ocupantes. Sin embargo, Estados Unidos formó una Guardia Nacional encabezada
por Anastasio Somoza, y de esa forma siguió manteniendo el control sobre el
territorio.
Tras el asesinato de Sandino, la dinastía
Somoza se consolidó en el poder, ostentando no sólo el poder militar y
político, sino también el control absoluto de la economía.
Mediante una feroz
represión que duró décadas y estuvo al frente de los descendientes del primer
Somoza, se ilegalizó a los sindicatos, se aplastó a los movimientos campesinos
y proscribió a los partidos políticos de oposición. Sin embargo, la resistencia
a la dictadura nunca fue totalmente acallada.
Retomando los ideales nacionalistas de
Augusto César Sandino, en la década de 1960 se funda el Frente Sandinista de
Liberación Nacional (FSLN), que desde la clandestinidad organizó y desarrolló
la lucha armada antisomocista durante diecisiete años, con el apoyo de amplios
sectores políticos.
Tratando de evitar otro régimen comunista (además de Cuba) en América Latina, Estados Unidos presionó a Somoza para que abdicara en favor de una coalición moderada.
Finalmente, el 20 de julio de 1979, las
tropas sandinistas vencieron los últimos núcleos de resistencia somocista e
ingresaron en la capital nicaragüense, donde instalaron la Junta de
Reconstrucción Nacional.
Somoza, que había vaciado las últimas reservas de
divisas del país en el combate contra los sandinistas, había logrado huír
previamente, instalándose primero en Miami (Florida) y después en Paraguay,
donde fue asesinado en 1980.
El saldo de esta lucha de largo aliento fue
trágico: 200.000 muertos, 600.000 personas sin hogar, 250.000 refugiados; 1.500
millones de dólares de deuda externa (el doble de las exportaciones de 1978),
la falta total de existencias de materias primas y la pérdida de todas las
cosechas.
La revolución triunfante nacionalizó las
tierras y porpiedades industriales de Somoza -el 40% de la economía nacional- y
sustituyó la derrotada Guardia Nacional por el Ejército Popular Sandinista.
Realizó una campaña nacional de alfabetización e intentó reconstruir la
economía desvastada por la guerra.
En mayo de 1980 fue superada la primera
crisis política, provocada por la renuncia de Violeta Barrios de Chamorro y
Alfonso Robello, miembros no sandinistas de la Junta de Gobierno.
Al sustituirlos por Rafael Córdoba y Arturo
Cruz -dos militantes antisomocistas "moderados"- y poner en
funcionamiento un Consejo de Estado pluralista, el FSLN reafirmó su voluntad de
conducir las transformaciones en un marco de participación democrática,
pluralismo político, no alineamiento internacional, economía mixta, y respeto a
las libertades y derechos individuales.
En 1981, el presidente norteamericano
Ronald Reagan anunció su propósito de destruir la revolución sandinista. A
partir de allí los hechos se desencadenan con rapidez: el viceministro del
Interior Edén Pastora desertó y 2.500 guardias somocistas invadieron el país
desde Honduras y Costa Rica, con el apoyo norteamericano.
Se inició una guerra
de hostigamiento y sabotaje económico, que obligó al gobierno sandinista a
mantener el estado de emergencia, establecer el servicio militar obligatorio e
impedir cualquier forma de organización alineada a la política norteamericana.
Preocupados por la gravedad de la situación
y los riesgos de una guerra, que inevitablemente se generalizaría en toda
América Central, los gobiernos de Colombia, México, Panamá y Venezuela,
iniciaron gestiones para la búsqueda de una solución negociada del conflicto (Grupo
Contadora) que obstaculizó una inminente ocupación norteamericana.
En las elecciones llevadas a cabo en
noviembre de 1984 el candidato presidencial sandinista, Daniel Ortega Saavedra,
ganó por un gran margen de votos.
En octubre de 1985 declaró el estado de
emergencia durante un año, bajo el cual se suspendieron los derechos civiles.
La ayuda militar estadounidense a los contras fue rechazada por el Congreso
estadounidense en 1985, aunque no fue oficialmente retirada hasta octubre de
1986. Un mes más tarde se reveló que los contras se habían beneficiado de los
fondos obtenidos por la venta ilegal de armas a Irán por parte del gobierno de
Estados Unidos.
En marzo de 1988
durante la primera conversación para llegar a un acuerdo de paz, los contras y
los sandinistas aceptaron una tregua. En 1989 se acordó un plan de paz en el
cual los contras ponían fin a su lucha armada y regresaban a Nicaragua para
tomar parte en las elecciones democráticas.
Las elecciones son adelantadas para febrero
de 1990. Todos los sondeos de intención de voto otorgaban la victoria a la
reelección de Daniel Ortega frente a la oposición nucleada en la Unión Nacional
Opositora (UNO).
El 25 de febrero de 1990, sin embargo, la historia de
Nicaragua tomó un giro inesperado: la UNO, con Victoria Barrios de Chamorro a
la cabeza ganó las elecciones con el 55% de los votos frente al 41% de los
sandinistas.
Daniel Ortega reconoció la derrota y se comprometió a entregar el
poder, atribuyendo la derrota al deseo de paz de los nicaragüenses, a la situación
de la economía sometida a un constante esfuerzo de guerra, y a un exceso de
confianza en una victoria que consideraban ganada de antemano. Antes de asumir
el cargo, firmaron un acuerdo por el cual el gobierno se comprometía a respetar
la constitución y las conquistas sociales de la revolución, así como el desarme
de la "contra".
Pese a que muchas de las conquistas
sociales se mantuvieron, la situación de endeudamiento externo y la crisis
estructural de su economía, hace de Nicaragua uno de los países más
empobrecidos del mundo.
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