A
finales de la década de 1940 el
cine italiano experimentó un renacimiento con la aparición
del neorrealismo, un movimiento cinematográfico que captó la atención mundial y
dio a conocer al gran público a varios de los principales directores italianos de la historia del cine.
La
explosión del neorrealismo coincidió con el fin de la Segunda Guerra Mundial,
y en gran medida debe ser entendida como una consecuencia de esa catástrofe
reciente.
Entre las ruinas de una Italia destruida surgió la necesidad de
retratar lo ocurrido y lo que estaba ocurriendo, de reflejar una realidad
dolorosa e inmediata, y ese impulso conoció repliegues y prolongaciones. La
realidad como tal, por primera vez, invadía al cine.
El
movimiento se caracterizaba por películas de un realismo intenso, rodadas en localizaciones naturales y en muchos casos con actores no
profesionales.
Este
movimiento fue iniciado por Roberto Rossellini con "Roma, ciudad
abierta" (1945), que lograba transmitir una profundidad de emociones
nuevas para el público en la descripción de la ocupación nazi de Roma y la
resistencia del pueblo italiano.
También las películas del actor-director
Vittorio de Sica, especialmente "Ladrón de bicicletas" (1949), rodada
por entero en las calles de Milán, reflejaba la dura realidad de la posguerra
italiana, y consiguió fama internacional.
Otros cineastas formados en el
neorrealismo consiguieron también renombre internacional imponiendo su propio
estilo. Pier Paolo Pasolini rodó "El Evangelio según San Mateo"
(1966), entre otras, siguiendo la tradición neorrealista pura, mientras que
Federico Fellini, que había participado en los inicios del movimiento (era el
guionista, de hecho, de "Roma, ciudad abierta"), le dio un estilo más
poético, como muestra "La strada" (1954), ensayo sobre la soledad
mostrada a través de las figuras de dos cómicos ambulantes, o la sátira de la
decadente clase alta italiana de "La dolce vita" (1959), para llegar
en fases posteriores de su obra a la fantasía más personal de "Ocho y medio" (1963) o "Julieta de los espíritus" (1965).
El
neorrealismo, a pesar de ser mundialmente aclamado y tener una enorme
influencia, sobre todo fuera de Italia, tuvo una acogida dispar entre el
público de ese país.
Alemania Año Cero - R. Rosellini |
Así, "La terra trema" (Luchino Visconti; 1948)
se distribuyó sólo en una versión reducida y con el dialecto siciliano doblado
al italiano, a pesar de lo cual funcionó mal en taquilla. "Umberto D"
(Vittorio de Sica; 1952) fue aún peor, y sin embargo otras películas menos
valoradas por la crítica que mezclaban contenidos sociales con elementos del
melodrama y de la intriga tuvieron más éxito, como la película de Giuseppe De
Santis "Arroz amargo" (1949), cuyos planos además se recreaban en las
piernas de una joven, Silvana Mangano, avanzando entre los campos de arroz.
Además
de estas dificultades, el neorrealismo tuvo que afrontar una escasa
distribución y la hostilidad frontal de un gobierno preocupado por la imagen
que estas películas transmitían de Italia, con lo que sus autores lo irían
abandonando, en pos de un cine más rentable que renacía y del cine artístico
que pronto iba a aparecer en el panorama internacional.
Las décadas de 1950
y 1960
Para contrarrestar la fuerte competencia de Hollywood,
la industria italiana se embarcó en la década de 1950 en una triple estrategia:
por una parte, se realizaron comedias populares y películas de género de bajo
presupuesto para el mercado local, y proyectos más ambiciosos a través de
acuerdos de coproducción con otros países europeos; por otra, se estimuló a las
grandes compañías estadounidenses a reinvertir sus beneficios en el mercado
italiano en producciones rodadas en Italia, como "Ben-Hur" (1959, William
Wyler) de la MGM; y, por último, se idearon producciones de prestigio planeadas
de cara a la distribución internacional, estrategia que culminaría en 1963 con
la obra de Visconti "El gatopardo", financiada por la 20th
Century-Fox.
El gran éxito de "La dolce vita" de Federico
Fellini (1960) y el éxito internacional de crítica de las vanguardistas
"La aventura" (1960) y "El eclipse" (1962), ambas de
Michelangelo Antonioni, situaron a Italia de nuevo a la cabeza del cine mundial,
si no por la cantidad sí por la calidad de sus producciones.
Al prestigio del neorrealismo y de los anteriores
autores se vino a sumar una nueva generación de autores-directores, con figuras
de la talla de Pier Paolo Pasolini (Accattone, 1961), Bernardo Bertolucci
(Antes de la revolución, 1964), Ettore Scola (El demonio de los celos, 1970) o
Marco Bellocchio (Las manos en los bolsillos, 1965), que trataban temas de gran
importancia social y cultural de un modo muy personal.
El eclipse. M. Antonioni |
Los años sesenta también estuvieron marcados para el cine italiano por el éxito
extraordinario que alcanzaron internacionalmente un tipo de películas
concebidas en principio para el mercado local, los spaghetti western, que
utilizaban paisajes españoles o yugoslavos como localizaciones del oeste
estadounidense para crear un mundo de violencia ritualizada, casi abstracta,
cuyo máximo exponente es Sergio Leone ("Por un puñado de dólares",
1964; "El bueno, el feo y el malo", 1966).
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