En América Latina, con
posterioridad a la Segunda Guerra Mundial (1945), los artistas se mostraron más interesados por los estilos
de la vanguardia internacional que por un mantenimiento de los estilos
representativos de la
nación.
Numerosos artistas se sintieron atraídos por Nueva
York o París.
La pintura y la escultura latinoamericanas del siglo XX
caracterizada por un continuo diálogo entre lo figurativo y lo abstracto, lo
nacional y lo internacional, alcanza por estos tiempos una proyección
internacional enorme. Entre ellos se destacan el mexicano Rufino Tamayo,
el chileno Roberto Matta Echaurren y el colombiano Fernando Botero.
El arte
de Tamayo, vinculado con la pintura europea, también se basa en la traidición
mexicana, sobre todo en su folclore natal.
En sus
grandes composiciones de figuras hace uso de las conquistas de la pintura
europea, especialmente la distorción expresiva del cuerpo humano, pero
incorpora estas innovaciones a estructuras pictóricas que derivan esencialmente
de la pintura mural, que son populares y poseen la capacidad de
causar una impresión inmediata. Sin embargo, en contraste con el arte dramático y épico de pintores mexicanos como Diego Rivera o Siqueiros, Tamayo es un lírico.
La obra
de Roberto Matta introduce al espectador en un mundo donde la ciencia natural y
la tecnología obran en comunión para revelar la oprimente agresividad de la naturaleza.
En el
terrorífico mundo que pinta, escarabajos, gusanos y extraños insectos quedan
metamorfoseados en máquinas de guerra, produciendo una pesadilla de hostilidad
y destrucción.
El
pintor, muralista y escultor colombiano Fernando Botero empieza a exponer desde
principios de la década de 1950. Su arte, caracterizado por la monumentalidad,
el humor, la ironía y la ingenuidad se combinan con un admirable dominio del
oficio y gran talento.
En
principio sus obras revelan cierta admiración por el muralismo mexicano y la
pintura del renacimiento italiano, pero más tarde estas influencias van
desapareciendo en favor de un personalísimo estilo, en el que las figuras
engordan y se deforman hasta cubrir buena parte del lienzo; los cuadros de
esos años denotan la influencia del surrealismo.
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