Tras
la muerte de Stalin se comenzaron a procesar tímidos deshielos en el panorama del
socialismo real en los países del Este europeo, y posteriormente en la Unión Soviética.
Un
film como "Los cinco de la
calle Barska" de 1954, aparece insinuando que la
realidad polaca es bastante más complicada de lo que da a entender el realismo
socialista. Otros directores sin embargo, enmarcados en la línea política más
ortodoxa, seguirán exaltando al prócer histórico.
En
películas como "Una lección de vida" (Yuri Raizman; 1955), "Tres
hombres en una balsa" (Mikhail Kalatozov; 1954) y "El cuarenta y uno" (Grigori
Chujrai; 1956) entre historias de amor y comedia, los directores realizan leves
apuntes críticos y satíricos acerca de la burocracia, apuntando hacia una
reflexión más profunda de la conducta de los personajes, evitando el
maniqueísmo tan típico de la época anterior.
Checoslovaquia
fue quizás el país más prolífico del bloque del este, con su famosa escuela de
cine y de animación; Tuvo entre sus representantes más destacados a Juri Weiss
("Un amor así"; 1959), y el animador Jiri Trnka ("El príncipe
Bayaya"; 1954).
En
la década del sesenta, con la "Primavera de Praga" surge un nuevo
cine donde el desencanto generacional es el rasgo más característico. Es el caso de "Trenes
rigurosamente vigilados" de Jiri Menzel o "Los amores de una
rubia" (1965) de Milos Forman, por ejemplo, un film distintivo de este
período, en la que la crónica de una aventura amorosa entre la rubia del título
y un joven pianista, deriva luego en un retrato crítico de unos padres
aferrados a su comodidad burguesa y sus frases machaconas y vacías.
El
el cine polaco
de los años sesenta también se viven años de renovación. Su representante más
significativo es Roman Polanski, que con inteligentes libretos y una importante
rigurosidad formal compone sus conflictos. Su primer largometraje como director
"El cuchillo bajo el agua" (1962), atrajo la atención internacional
de la crítica, lo que le permitió trasladarse al Reino Unido donde rodó dos
películas muy personales, "Repulsión" (1965) y "Callejón sin
salida" (1966); también hizo una apuesta valiente con "Macbeth"
(1972).
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