Uno de los directores más originales del panorama
internacional de posguerra y uno de los más grandes realizadores en la historia
del cine es el sueco Ingmar Bergman.
Desde 1944 desarrolló como guionista, adaptador y como
director, una carrera cinematográfica que por su variedad, riqueza y calidad no
tiene comparación con la de ningún otro realizador del cine moderno.
A él se
debe casi enteramente el prestigio mundial del cine sueco y en buena medida su
éxito comercial.
Su obra trascendió en Uruguay y Argentina desde 1952, mucho
antes de que un premio en el Festival de Cannes (1956) le concediera su actual
fama en Europa y Estados Unidos. Curiosamente esa fama no le hizo perseguir el
éxito sino que, inversamente, lo volcó a obras más rigurosas, que no se
vinculan con la moda artística y ni siquiera con la realidad contemporánea,
sino con una búsqueda intensa en los resortes psicológicos, morales, religiosos
y aun metafísicos del ser humano.
En su carrera hay que señalar una evolución en varios
planos. Los temas han crecido desde el melodrama de raíz romántica hasta una
ambiciosa metáfora que plantea la
soledad del ser humano ante la ausencia de Dios. Y desde el punto de vista del relato cinematográfico también puede observarse una evolución: partiendo de modelos más convencionales al comienzo, hasta estructuras complejas con
diversas líneas narrativas.
Desde el punto de vista formal también puede apreciarse una creatividad singular; desde el uso inicial del "racconto", de los espejos y los
símbolos laterales, hasta la habilísima síntesis de sus últimos films, donde
las claves de los significados están tejidos dentro del relato y obligan al
espectador a analizar para descifrar.
A lo largo de la obra de Bergman se reiteran temas,
símbolos, angustias y búsquedas metafísicas.
La particularidad de Bergman es tratar temas en apariencia tan cotidianos para cualquier mortal viviente de este planeta, con tanta profundidad, hundiéndose en los temas con un rigor pocas veces visto, y con una poesía desde el punto de vista estético que emociona.
La angustia ante la existencia y la búsqueda de
Dios, la interrogante ante el destino, la revelación de otra realidad, profunda, intima, el encuentro con nuestros propios demonios, los límites de la cordura y la locura, son temas que Bergman encaró como nadie,
Se ha dicho que Bergman es el creador
cinematográfico que más ha explorado las relaciones entre la pareja humana,
estudiando la absorción del hombre por la mujer, la incomunicación, la falta de
comunión que destruye a los seres humanos. Sin embargo, esa es casi una
apariencia.
En primer término, lo que angustia y mueve a los
personajes de Bergman es una interrogante interior: la necesidad de un
absoluto. A través del amor creen encontrar una respuesta, pero el amor no
dura, se convierte en "una mueca rematada en un bostezo" ("Una
lección de amor").
En los films que Bergman realiza entre 1945 y 1955 la
pareja se destruye: Birger Malmsten muere en "Juventud divino
tesoro", Mónica despedaza espiritualmente a su esposo en "Un verano
con Mónica"; Maj-Britt Nilsson muere en "El fracasado". El mismo
esquema se repite en "Sed de pasiones", en "Puerto", en
"El demonio nos gobierna". El amor encubre la soledad, pero al final
ésta sobrevive al amor.
Con "El séptimo sello" (1956) inicia un nuevo
período donde la angustia y la religión se transforma en tema esencial. En
"el séptimo sello" analiza los misterios de la muerte y la moralidad
a través de la historia de un caballero medieval que juega una partida de
ajedrez con la muerte.
En
"Cuando huye el día" (1957), que interpreta el también cineasta
Victor Sjöström, crea una serie de flashbacks poéticos en un inquietante
periplo a lo largo del cual plantea sus propias interrogantes a través de la
vida de un viejo profesor.
Acompañado por un excelente equipo técnico encabezado
por el fotógrafo Sven Nykvist, y un elenco de actores del mejor nivel como Max
Von Sydow, Ingrid Thulin, Gunnar Bjornstrand, Harriet Andersson, Gunnel
Lindblom y Bibi Andersson, no hay película de Bergman que no haya sido objeto
de estudio, y pese a que para el gran público muchas veces resultara intrincado
su lenguaje, la profundidad y fuerza de los temas abordados generalmente
provocó sobrecogimiento e inquietud en las propias interrogantes de los
espectadores.
Con la trilogía "Detrás de un vidrio oscuro",
"Luz de invierno" y "El silencio" llega a la culminación de
sus planteos metafísicos. Estos "films de cámara", despojados de todo
efecto visual, con una austeridad sorprendente, condensan a nivel formal la
angustia y dolor de los personajes. La búsqueda de una respuesta o una
explicación a la vida; la ausencia de Dios; la cercanía de la muerte y la
locura son su tema.
Con "Persona" (1966), una de las películas más
audaces de su carrera, Bergman rompe con toda deliberación con los cánones de
la clásica narrativa cinematográfica (desarrollo, nudeo, descenlace) para optar
en cambio por un estilo de ruptura, que denuncia a la ficción como ficción,
aleja a su espectador de la identificación con la historia y los personajes, y
se abre a partir de ahí a una multiplicidad de sentidos que hacen la riqueza
del resultado.
La carrera de Bergman se ha extendido a lo largo de tres
décadas con obras de gran valor, y un estilo visual extraordinario al que
acompañan una energía y una inteligencia únicas.
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