lunes, 5 de noviembre de 2012

1957. China: la revolución cultural

China maoista: La Revolución Cultural
Mientras los comunistas luchaban por construir la sociedad china, aparecieron diferencias entre Mao, que favorecía una ideología comunista pura y los intelectuales, profesionales y burócratas, que querían un acercamiento más racional y moderado que animara la eficacia y productividad del país. En mayo de 1966, bajo el liderazgo de Mao Tsé-tung, y en medio de una gran turbulencia política, se inició la Revolución Cultural proletaria, que ha constituido el mayor movimiento de masas en la historia de la República Popular de China.
Tras el fracaso del Gran salto adelante, Mao tuvo que contemplar cómo Liu Shaoqi (Lieu Shao-shi) y Deng Xiaoping habían tomado el control de la política, mejorando la situación económica. En su opinión, estos dos personajes se habían corrompido en el poder y, peor aún, estaban influidos por el revisionismo soviético. Mao creía que el principal obstáculo para la consecución del socialismo era la pérdida del espíritu revolucionario en China, especialmente entre los cuadros del Partido Comunista. Cifró sus esperanzas en las generaciones más jóvenes y quiso proporcionarles la experiencia de una auténtica lucha revolucionaria.
"Dejad que cien flores diferentes broten en el mismo jardín y que cien escuelas rivalicen en la afirmación de la verdad" había dicho Mao Tsé-tung en 1957 ante la suprema conferencia del Estado, aludiendo a una máxima de Confucio.

 El presidente chino pretendía afirmar así el principio de la libre crítica constructiva en el seno del partido y del movimiento obrero internacional.
Efectivamente, a partir de aquel momento comenzó una amplia campaña de discusiones en torno a la índole de la sociedad socialista y la función, las características y la política de los partidos comunistas. El debate estuvo dedicado en su primera fase a subrayar las divergencias entre las posiciones chinas y soviéticas pero luego desembocó en una áspera polémica contra la URSS, a la que se acusó de "revisionismo", "burocratismo" y "socialimperialismo". A partir de 1966, las discusiones, enriquecidas por una participación cada vez más vivaz de las masas juveniles y estudiantiles ("los guardias rojos"), se desplazaron hasta analizar y criticar también las estructuras  y las formas de organización de la propia sociedad china.
 La "revolución cultural", patrocinada y guiada por Mao Tsé-tung, que a menudo se desarrolló como movimiento de protesta espontánea e incontrolable, quiso liberar a China de las supervivencias del pasado, eliminando el modo de gobernar, pensar y vivir heredado  de la vieja sociedad feudal y burguesa.
Las tensiones, instancias y contradicciones de esta revolución hallaron su momento de consolidación en el IX Congreso del Partido Comunista Chino (1969), que reiteró la tesis maoista de la continuidad de la lucha de clases incluso en los países con régimen socialista: "La sociedad socialista cubre un período histórico muy largo. Las clases y la lucha  de clases continúan existiendo en dicha sociedad... La lucha de clases, la lucha por la producción y la lucha por la experimentación científica  son los tres grandes movimientos revolucionarios para la construcción de un país comunista fuerte..."

 Estudiantes autoproclamados guardias rojos, a los que se unieron grupos de trabajadores, campesinos y soldados desmovilizados, tomaron las calles para manifestarse a favor de Mao, a veces violentamente, convirtiendo a los intelectuales, funcionarios estatales y del partido y trabajadores urbanos en sus principales objetivos. Se desmontó la estructura central del partido ya que se destituyó a los numerosos altos dignatarios, entre los que se encontraba el jefe de Estado, Liu, y se los expulsó del partido. Se cerraron las escuelas y la economía quedó paralizada.
En una sociedad que veneraba la sabiduría y el respeto a los mayores, se exaltaba ahora la juventud, el trabajo físico y los conocimientos prácticos del campesinado; la autocrítica desorientó y paralizó al partido y al gobierno, por lo que la organización del Partido Comunista Chino se desintegró.
Se crearon Comités Revolucionarios para gestionar los asuntos locales y los guardias rojos controlaron la situación: se llevaron a cabo registros arbitrarios en las casas en busca de pruebas incriminatorias, fueron numerosas las acusaciones falsas que provocaron confesiones que incriminaban a otras personas, a lo que seguía la humillación en público, y que provocó el suicidio de miles de personas. Numerosos intelectuales fueron obligados a dejar sus actividades y a trabajar en las más duras labores del campo, debiendo poner sus conocimientos al servicio de los campesinos. Millones de guardias rojos comenzaron a ocupar trenes para viajar por todo el país con el fin de difundir las experiencias revolucionarias.
En enero de 1967 el movimiento estalló en otras áreas urbanas y en febrero se estableció en Shanghai, en contra del consejo de Mao, una comuna que duró poco tiempo.
Varios grupos sociales, antes marginados, sacaron provecho de la situación para vengarse de la anterior elite. Los trabajadores contratados, que se habían visto discriminados de los beneficios sociales que disfrutaban los funcionarios del Estado, exigieron ahora un trato igual y arremetieron contra los miembros del partido que habían ideado tal sistema. Los hijos de quienes habían sido considerados antiguos enemigos del régimen y que habían sufrido una permanente discriminación, ahora tenían su reverso en los hijos de los dirigentes del partido, acusados de revisionistas capitalistas.
Los opositores a Mao intentaron tomar la iniciativa formando sus propios grupos de guardias rojos, y se produjeron frecuentes enfrentamientos callejeros. El Ejército Popular fue requerido para que apoyara a los radicales, pero los jefes militares tenían dificultades para diferenciar unas facciones de otras, ya que todas se consideraban maoístas, incluso en algunas ocasiones intervinieron en contra de los radicales. En julio se produjo un caso de insubordinación del comandante en jefe de la ciudad de Wuhan, resuelto únicamente gracias a la intervención personal de Zhou Enlai.
El caos aumentó en 1968. En la primavera, miles de personas murieron en enfrentamientos en las provincias de Guangdong y Guangxi, donde varios grupos fabricaron sus propias armas o robaron otras (incluso piezas de artillería) al Ejército. A pesar de las numerosas bajas y aunque Liu Shaoqi fue condenado a muerte, el régimen no adoptó una política sistemática de ejecuciones en masa como había hecho Stalin en la URSS. Los máximos dirigentes del partido fueron forzados a acudir a las llamadas escuelas de mandos Siete de Mayo para que, corrigiendo su actitud, pudieran lograr su rehabilitación; el propio Deng Xiaoping fue rehabilitado en 1973.
Las zonas rurales se libraron en gran medida de las pérdidas causadas por los combates. La cultura, en cambio, quedó gravemente dañada. Se destrozaron numerosos monumentos antiguos. Las óperas tradicionales fueron prohibidas y sólo cuatro óperas revolucionarias, aprobadas por Jiang Qing, pudieron ser representadas.
Las minorías étnicas sufrieron una discriminación particular. Aunque en principio no estaban dirigidos contra ellas, los objetivos de la Revolución Cultural terminaron por originar ataques sobre sus culturas y sus identidades, normalmente a cargo de los guardias rojos. La mayor parte del patrimonio histórico nacional fue dañado o destruido y las costumbres y prácticas religiosas fueron igualmente vulneradas.
En 1969 Mao reconocía que las cosas habían ido demasiado lejos. Cuando en marzo de 1969 estalló en el norte un conflicto fronterizo con la URSS en pleno desarrollo de la guerra de Vietnam en el sur, la República Popular de China se sintió amenazada por la existencia de conflictos en dos frentes con las dos grandes superpotencias. Además su llamada a los revolucionarios de otros países para que siguieran su ejemplo apenas tuvo eco. China no pudo afrontar el caos interno y su aislamiento internacional.
En abril de 1969 el Partido Comunista Chino celebró su IX Congreso, en el que resultó evidente el control del Ejército y en el que fue elegido Lin Biao como sucesor de Mao. El partido y el ejército comenzaron a restablecer el orden; para ello, millones de guardias rojos fueron inducidos a reasentarse en zonas apartadas e inhóspitas del país a fin de "profundizar en la revolución". 
 Mao emergió victorioso de la Revolución Cultural y su presencia en la vida diaria china fue absoluta. El IX Congreso del Partido Comunista Chino celebrado en abril de 1969 intentó restablecer su organización central. Mao fue reelegido presidente señalándose que su pensamiento inspiraría al partido y a toda la nación; el ministro de defensa Lin Biao, fue nombrado su sucesor eventual, una elección personal de Mao. Sin embargo, las figuras más destacadas no fueron los maoístas sino los moderados: altos oficiales militares seguidores de Lin Biao y personalidades caracterizadas por su pragmatismo como el primer ministro, Zhou Enlai.
Aunque el apogeo revolucionario se extinguió en 1969, no se declaró oficialmente su fin hasta después de la muerte de Mao y la detención de la denominada 'Banda de los Cuatro' (Jiang Qing, Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen) en 1976. Los altos dirigentes que habían sufrido la revolución llegaron a la convicción de que algo así no debería ocurrir nunca más. El descrédito del maoísmo animó a líderes como Deng Xiaoping a buscar alternativas. Esta convicción se convirtió en una importante condición previa para las reformas económicas de finales de la década de los años setenta.

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