El
desarrollo de arsenales nucleares en la década de 1950 y 1960 llevó a una
situación conocida como el equilibrio del terror, en la que el disuasivo
crucial entre Estados Unidos y la Unión Soviética (las dos superpotencias), era la
enorme destrucción que provocaría un conflicto nuclear entre ambos bandos.
Aunque
los dos Estados intervinieron en numerosos conflictos, siempre evitaron el
enfrentamiento directo para mantener las tensiones por debajo del umbral
nuclear.
El momento de máximo peligro para un enfrentamiento frontal entre
ambas superpotencias fue la crisis de los misiles cubanos de 1962, en la que Estados Unidos
estableció un bloqueo para impedir que la Unión Soviética
instalara una base de misiles en Cuba. Posteriormente Estados Unidos y la Unión Soviética
intentaron negociar la limitación o reducción de sus arsenales nucleares.
Características del armamento
nuclear
Las armas nucleares constituyen el
paradigma de las armas de destrucción masiva. De su utilización resulta la
aniquilación total de una amplia zona alrededor del punto de impacto, además de
quedar contaminada radiactivamente durante generaciones una región mucho mayor
en extensión. Por esas especiales características no es posible distinguir
el impacto estrictamente medioambiental de las armas nucleares, aunque es obvio
que no existe armamento más letal para el medio ambiente que el nuclear.
Existen tres tipos fundamentales de bombas
nucleares: La bomba atómica (bomba A), utilizada en Hiroshima y Nagasaki,
basada en la fisión nuclear; la bomba de hidrógeno o termonuclear (bomba H),
basada en la fusión nuclear, con una potencia entre mil y cuatro mil veces
mayor que la bomba A;
y, la bomba de neutrones o de radiación intensiva (bomba N), variante de la bomba H pero con un poder
de irradiación mucho mayor para la misma potencia.
Las explosiones nucleares conllevan
impactos medioambientales que incluyen la lluvia radiactiva, la contaminación
radiactiva de aguas subterráneas y cadenas tróficas, la destrucción de la
cubierta vegetal y de la capa de ozono, y además es capaz de provocar graves
alteraciones irreversibles del material genético de poblaciones enteras,
transmisibles de generación en generación.
La radiactividad produce efectos biológicos
en todos los seres vivos, incluidos naturalmente los humanos. Esas
transformaciones biológicas, que pueden producirse en pocos segundos tras la
irradiación o varias décadas después de ésta, pueden destruir las células
completamente, o alterarlas originando cánceres o efectos genéticos, incluyendo
mutaciones y enfermedades hereditarias. Hay que señalar que la radiobiología,
ciencia que estudia los efectos de la radiactividad en los seres vivos, ha
demostrado fehacientemente que cualquier dosis de radiactividad puede producir
cáncer, entre otras graves alteraciones de la salud.
La radiactividad liberada por una explosión
atómica permanece en el entorno durante cientos de miles de años, por lo que, a
diferencia de otros sistemas de destrucción, el daño causado por las armas
nucleares se extiende en el tiempo mucho más allá de la época de su
utilización, incluso cuando las motivaciones que provocaron su uso hayan sido
borradas del recuerdo de las generaciones venideras.
Pero el impacto medioambiental de las armas
nucleares no se limita a su eventual utilización, sino que comienza desde la
extracción del mineral de uranio, su enriquecimiento y transporte, hasta la
utilización del combustible de uranio en las centrales nucleares y la
correspondiente generación en éstas de residuos radiactivos. A través del
reprocesamiento del combustible nuclear gastado (que es ya un residuo
radiactivo de alta actividad) se obtiene el plutonio necesario para fabricar
armas atómicas. Todo el ciclo nuclear se halla plagado de accidentes, escapes
radiactivos y generación de residuos peligrosos, en todas y cada una de sus
etapas.
Una vez producidas, las armas atómicas son
probadas para verificar la calidad de su mortífera carga. Son las pruebas
nucleares, como las más de 2.000 que han sido realizadas por las diversas
potencias nucleares desde el comienzo de la carrera nuclear en "tiempo de
paz".
Las pruebas nucleares atmosféricas
ocasionaron nubes y lluvias radiactivas más allá de su prohibición en 1963
(Francia, por ejemplo, continuó realizando ensayos atmosféricos hasta 1974 y
China hasta 1980).
Todas las potencias atómicas han realizado numerosas pruebas
nucleares subterráneas, cuyo impacto medioambiental traspasa la zona de la
explosión debido a los escapes que se producen a través de las formaciones
geológicas donde se realiza el ensayo, que resultan con frecuencia gravemente
alteradas. Los cientos de testimonios de los afectados por las pruebas
nucleares en el Pacífico dan fe del alcance de estos ensayos.
También hay que atribuir al militarismo los
peligros inherentes al uso "civil" de la energía nuclear, puesto que
militar fue su origen y militar es, en definitiva, su finalidad real. Además,
las centrales nucleares, que junto a sus frecuentes accidentes (Chernóbil,
Harrisburg, Vandellós-I y un largo etcétera) e incidentes de variadísima
gravedad añaden la contaminación radiactiva de su funcionamiento normal,
constituyen un objetivo militar prioritario en caso de conflicto armado,
declarado o no. Ello se pudo comprobar en el bombardeo de la central nuclear
iraquí de Osirak por la aviación israelí en 1981, o al ser bombardeado el centro nuclear iraquí de
Tuwaitha por parte de las fuerzas aliadas durante la guerra del Golfo.
Por lo tanto, la amenaza de las armas
nucleares abarca, como ya hemos visto, muchos más aspectos que el de su propia
utilización.
Movimientos
a favor del desarme
En 1953, dos grandes personalidades, el
físico Albert Einstein (Premio Nobel de Física; 1922) y el matemático y
filósofo británico Bertrand Russell (Premio nobel Literatura; 1950) organizaron
el Movimiento Pugwash, (organización de carácter no gubernamental) ante la
amenaza inminente de una guerra nuclear.
Posteriormente, el
escape de plutonio en la planta de Windscale (Gran Bretaña) en 1957 motivo el
inició de la Campaña por el Desarme Nuclear (CDN) en un momento en que la
política de defensa británica enfatizaba las ventajas de las armas nucleares.
Las llamadas a favor del desarme unilateral continuaron hasta el final de la
Guerra fría, aunque se argumentaba que el único método seguro de hacerlo era
mediante tratados de control de armas multilaterales.
La Campaña para el Desarme Nuclear (CDN), de carácter mundial, fue creada
en 1958 en Londres. Sus objetivos se ampliaron para luchar por el abandono
unilateral de las bases, alianzas y armas nucleares, y la abolición mundial de las armas,
químicas y biológicas. Sus formas de acción, la protesta pública, la acción
directa no violenta, la concienciación de la gente y la labor de presión de figuras públicas, no privó al gobierno británico de
encarcelar a uno de sus más conspicuos representantes: Bertrand Russell.
Para sus integrantes, la ONU, junto a los organismos regionales de
seguridad, representan la mayor esperanza para la resolución pacífica de los
conflictos internacionales, ya que es la única institución global con
suficiente autoridad como para ofrecer una alternativa a la acción militar
entre los estados. La organización contó con un gran respaldo durante todo el
periodo de la Guerra
fría.
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