La emisión de "gases
invernadero" por el alto grado de industrialización mundial está llevando
progresivamente a un proceso de calentamiento de la tierra. Las consecuencias
catastróficas de este deterioro, fueron discutidas en la cumbre internacional
celebrada en Kioto en pro de reducir este problema que aqueja a la sociedad
mundial.
El mundo
actúa para frenar el calentamiento global
¿El mundo actúa para frenar el calentamiento global?
En la cumbre internacional
celebrada en Kioto (Japón) en diciembre de 1997, los líderes mundiales
acordaron por vez primera fijar objetivos concretos y calendarios aproximados
para reducir las emisiones de "gases invernadero". Los científicos
llevan años advirtiendo que estas emisiones podrían contribuir sustancialmente
al calentamiento global (un aumento de la temperatura de la superficie
terrestre) en las próximas décadas.
No obstante, las negociaciones
entre los participantes en la cumbre han estado marcadas por disputas y
desacuerdos profundos. Todo indica que probablemente los debates acalorados se
prolongarán durante varios años, mientras los organismos gubernamentales, el
sector empresarial, la comunidad científica y los grupos ecologistas tratan de
influir sobre la ratificación del protocolo de Kioto en los parlamentos
nacionales de todo el mundo.
La Tercera Conferencia del
Convenio Marco sobre el Cambio Climático, denominación oficial de la Cumbre de
Kioto, es la culminación de cinco años de disputas internacionales encaminadas
a conformar una solución mundial al problema del calentamiento del planeta. El
origen de la reunión está en la Cumbre de la Tierra convocada por las Naciones
Unidas (ONU) en 1992 en Río de Janeiro (Brasil). En esta conferencia, los
signatarios del tratado se comprometieron a evitar actividades humanas que
pudieran resultar "peligrosas" para el clima mundial, aunque no se
llegó a un acuerdo sobre la definición precisa del término
"peligrosas".
La cumbre se celebró en el
enorme centro de conferencias de Kioto, construido sobre un lago artificial y
rodeado de montañas de color otoñal. Acudieron miles de diplomáticos, miembros
de organizaciones no gubernamentales (ONGs), periodistas y líderes políticos de
más de 150 países. Los representantes nacionales y varios jefes de Estado,
entre ellos el primer ministro de Japón, Ryutaro Hashimoto, y el vicepresidente
de los Estados Unidos, Al Gore, hicieron declaraciones formales en la gigantesca
sala principal del centro.
Efecto
invernadero y calentamiento global
Hace más de un siglo que los
científicos saben que determinados gases de la atmósfera, especialmente el
vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y los clorofluorocarbonos,
contribuyen al calentamiento atmosférico. Estos gases invernadero permiten el
paso de las radiaciones solares de onda corta que calientan la superficie
terrestre. Al mismo tiempo, absorben las radiaciones reflejadas que emite la
superficie caliente de la tierra, como, por ejemplo, las infrarrojas, que
tienen mayor longitud de onda.
Esta propiedad de absorber el
calor que tiene la atmósfera es lo que se conoce popularmente como "efecto
invernadero". Pese a las polémicas en torno al calentamiento global, el
efecto invernadero natural es un hecho científico demostrado. Si no fuese por
la capacidad de capturar el calor que tienen las nubes, el vapor de agua, el
dióxido de carbono y otros gases, la temperatura media de la tierra sería unos 33 ºC
inferior a la actual. En dicho clima, probablemente nunca se habrían
desarrollado las plantas de gran tamaño ni los mamíferos superiores de sangre
caliente.
La mayor parte de la
comunidad científica afirma que la rápida expansión de las actividades agrícolas
e industriales en el curso de los últimos siglos ha elevado considerablemente
la proporción de dióxido de carbono y metano en la atmósfera. Sin embargo, no
todos los expertos están de acuerdo en que estos cambios sean los causantes del
aumento documentado de casi 0,5º C que ha experimentado la temperatura de
la superficie terrestre durante el último siglo. Un gran número de científicos
cita como prueba irrefutable de la actividad humana como factor del cambio
climático el hecho de que 1997 haya sido el año más caluroso de todos los
tiempos, tras una década en la cual se han dado nueve de los once años más
cálidos del siglo. Otras opiniones defienden que esta tendencia de la
temperatura obedece a una variación natural.
Asimismo se debate si el crecimiento
previsto de la población, que superará los 10.000 millones de habitantes en el
año 2100, duplicará o triplicará la concentración atmosférica de dióxido de
carbono. Si se produce semejante acumulación, como predicen numerosos
científicos, la temperatura global podría aumentar entre uno y cuatro grados
centígrados durante el próximo siglo. Aunque sólo fuera la mitad, este aumento
de temperatura sería muy superior a cualquier otro experimentado por las
civilizaciones humanas desde el final de la última glaciación, hace unos 10.000
años. Durante esta última glaciación, la temperatura media terrestre era sólo
unos cinco grados centígrados inferior a la actual.
Un aumento de temperatura de
varios grados centígrados provocaría una elevación del nivel del mar entre
aproximadamente 10 cm y 1 m. Medio metro sólo se apreciaría en las zonas más
vulnerables, es decir, las islas y litorales bajos. Los incrementos importantes
causarían inundaciones generalizadas de playas, humedales y asentamientos
costeros. Además, el aumento del nivel de los océanos multiplicaría el riesgo
de tormentas catastróficas en las franjas costeras, pues las aguas se
adentrarían en tierra firme rebasando los máximos niveles históricos.
Un aumento de temperatura
también acentuaría la sequía en algunas regiones, desestabilizaría ecosistemas
y provocaría el retroceso o la extinción de varias especies animales y
vegetales. Como el dióxido de carbono estimula la fotosíntesis, algunos
científicos han calculado que su mayor concentración atmosférica aumentaría la
productividad de cultivos y bosques. Sin embargo, el calentamiento podría
favorecer la difusión de plagas destructivas, la proliferación de malas hierbas
y de insectos portadores de enfermedades.
Juicio de
valor
La mayor parte de la comunidad
científica considera que la quema de combustibles fósiles y otras actividades
industriales han provocado la acumulación en la atmósfera de gases invernadero.
También se acepta como hecho consumado que la tierra se ha calentado durante el
último siglo y que es probable que en el curso del próximo se produzca un nuevo
incremento de varios grados centígrados. Este consenso científico generalizado
ha sido decisivo para convencer a un importante número de gobiernos de la
necesidad de adoptar medidas inmediatas para limitar la emisión de gases
invernadero.
Sin embargo, la enorme
complejidad del sistema climático dificulta la elaboración de previsiones
fiables sobre los riesgos y costes del calentamiento global. A la vista de
estas incertidumbres, la cuestión de invertir recursos escasos para evitar
alteraciones del clima posiblemente peligrosas se convierte en un problema
ético. Así, las industrias relacionadas con combustibles fósiles, cuyos
ingresos dependen de la emisión de gases invernadero, intentan minimizar la
importancia del calentamiento global. Los grupos de defensa del medio ambiente,
por el contrario, subrayan la certeza de que los seres humanos estamos
alterando el clima y de que las consecuencias serán graves en el futuro.
En definitiva, los delegados
nacionales presentes en la Cumbre de Kioto negociaron reducciones moderadas de
gases invernadero que afectaban sobre todo a las emisiones de las grandes
naciones industrializadas. Pero incluso este acuerdo limitado se enfrenta a
duras negociaciones en el proceso de ratificación, particularmente en el Senado
de los Estados Unidos, pues la mayor parte de sus miembros se han opuesto
públicamente al protocolo de Kioto. Si no se ratifica el acuerdo en Estados
Unidos -el mayor productor de gases invernadero del mundo- el apoyo
internacional al tratado se verá muy deteriorado.
Los productores de carbón,
petróleo y gas natural, junto con las compañías eléctricas, fabricantes de
automóviles, agricultores y otros sectores relacionados con los combustibles fósiles,
lanzaron una campaña masiva en los medios de comunicación para socavar el apoyo
al tratado, de manera más visible en Estados Unidos. La campaña tenía por
objeto convencer a los ciudadanos de que ningún tratado que excluyese a los
países menos desarrollados frenaría el calentamiento global. En los anuncios
difundidos en televisión y prensa por el sector se afirmaba también que la
reducción sustancial de emisiones en los países industrializados perjudicaría
injustamente a la economía estadounidense y crearía puestos de trabajo en otros
países a expensas de los trabajadores norteamericanos.
Sin embargo, la campaña
obviaba el hecho de que los países industrializados sean los responsables de la
mayor contaminación hasta la fecha y que sus emisiones per cápita de gases
invernadero superen en al menos diez veces a las de los países más pobres. Pero
sí es verdad que estos últimos ganan posiciones rápidamente: en este momento
China es el segundo productor de gases invernadero del mundo -aventajada sólo
por Estados Unidos- y ocupará el primer
puesto en el curso de las dos primeras décadas del siglo XXI.
Pese al fuerte desacuerdo, a
las interminables negociaciones y a la confusión generalizada, en las últimas
horas de la cumbre de diez días surgió un compromiso. El hecho ocurrió poco
después de que el vicepresidente Gore se apartara inesperadamente del texto que
llevaba preparado para pedir a la delegación de Estados Unidos una postura
negociadora "más flexible". En general, lo ocurrido se consideró un
milagro diplomático, si bien es verdad que este protocolo podría frenar sólo en
parte las emisiones de gases invernadero. Únicamente debe considerarse un éxito
en caso de ser la primera de una serie de acciones verdaderamente globales
orientadas a solucionar el calentamiento global.
El protocolo de Kioto exige a
38 naciones industrializadas haber reducido en el año 2012 sus emisiones medias
hasta un nivel inferior en un 5,2% a las concentraciones de 1990. Estados
Unidos, que actualmente emite más del 20% de todo el dióxido de carbono del
mundo procedente de combustibles fósiles, acordó un recorte del 7% por debajo
de los valores de 1990, mientras que los 15 países de la Unión Europea se
comprometieron a alcanzar una reducción del 8%. Japón aceptó una reducción del
6%. El pacto no exige ninguna reducción vinculante a los países en desarrollo,
pero en los próximos años se convocarán nuevas rondas de negociaciones para
abordar éste y otros asuntos.
Rusia y Ucrania acordaron
estabilizar las emisiones de gases en los niveles de 1990. No obstante, debido
al escaso rendimiento económico de estos países desde la disolución de la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991, se les ha permitido mantener sus
niveles de contaminación actual, que son un 30% inferiores a los de 1990. Por
tanto, Rusia y Ucrania esperan vender a otras naciones industrializadas la
cuota no utilizada de las emisiones a que tendrían derecho. Un comprador
probable es Estados Unidos, que podría tener dificultades para cumplir sus
propios objetivos, de no adoptar pronto una política interior que resultaría
impopular, como un impuesto sobre los combustibles fósiles o la concesión de
subvenciones para tecnología.
Soluciones
hacia el futuro
Según el Panel Internacional
sobre el Cambio Climático (IPCC) patrocinado por las Naciones Unidas (ONU),
para el año 2050 deberá haberse eliminado entre el 50 y el 75% de las emisiones
generadas por la quema de combustibles fósiles para impedir que la
concentración atmosférica de gases invernadero se duplique o triplique en el
próximo siglo. Esto significa que durante las décadas venideras deberán ponerse
en marcha programas de investigación, desarrollo y funcionamiento de nuevas
tecnologías energéticas limpias.
El costo potencial de estos
programas ha generado enormes polémicas. Los sectores más optimistas afirman
que pronto surgirán soluciones innovadoras de tecnología avanzada con costes de
aplicación enormemente inferiores a los actuales. Como ejemplo de esta
tendencia se señalan los recientes avances tecnológicos sobre células de
combustible para automóviles eléctricos. Pero otros analistas afirman que
aplicar programas eficaces costará a las economías nacionales al menos un uno o
un dos por ciento de su producto bruto interno.
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