Guerra
en Kosovo
La crisis de Kosovo no estalló hasta la primavera de
1998, tres años después de que el resto de la antigua federación hubiera vuelto
a la paz. Eso sí, una vez iniciado el conflicto, éste adquirió gran similitud
con las guerras que tuvieron lugar en las antiguas repúblicas yugoslavas de
Bosnia-Herzegovina y Croacia.
A comienzos de julio, el enfrentamiento serbo-kosovar
había alcanzado las cercanías de Pec, la segunda ciudad de Kosovo. En los
alrededores del pueblo de Lodja, los proyectiles estallaban a razón de uno por
minuto. La población civil, en un intento desesperado por huir de la violencia,
se aglomeraba en las terminales de autobuses y en las gasolineras.
Más de la tercera parte del territorio kosovar estaba
entonces bajo el control de los rebeldes de etnia albanesa, organizados con el
nombre de Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), mientras la policía y el
Ejército serbio de la República Federal de Yugoslavia intentaban cortar las
líneas de abastecimiento de los rebeldes y reabrir las carreteras.
Pero los miembros del ELK ya habían conseguido, a través
de la vecina Albania, suficiente armamento pesado como para hacerse fuertes.
Los rebeldes se mezclan con facilidad con la población en la mayoría del
territorio de Kosovo. Aunque esta provincia autónoma es oficialmente parte de
Serbia, que junto con Montenegro forma la República Federal de Yugoslavia, la
población de origen albanés supera a los habitantes serbios en una proporción
de nueve a uno.
El Grupo de Contacto -encargado de supervisar el proceso
de paz en los territorios de la antigua Yugoslavia, e integrado por Francia, la
República Federal de Alemania, Italia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos-
acordó coordinar los esfuerzos para la pacificación, como había hecho antes en
Bosnia. Richard Holbrooke, el duro diplomático estadounidense que negoció los
Acuerdos de Dayton -los cuales, en 1995, pusieron fin a la guerra en la antigua
Yugoslavia-, fue llamado de nuevo para sentar las bases de un tratado en
Kosovo. Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)
se declararon dispuestos a intervenir. El secretario general de la OTAN, Javier
Solana, afirmó que "no se va a tolerar otra guerra como la de Bosnia. La
comunidad internacional no permitirá que ocurra".
Antecedentes
Para los nacionalistas serbios,
Kosovo siempre será la ‘Antigua Serbia’, la cuna de su nación. El Estado serbio
medieval se localizaba en Kosovo y sus alrededores, así como el patriarcado de
la Iglesia ortodoxa serbia, establecido en 1219. El Ejército serbio llevó a
cabo un levantamiento heroico, aunque frustrado, en 1389 contra el avance de
los turcos otomanos en Kosovo Polje -en las proximidades de Pristina, actual
capital de Kosovo-. El aniversario de esa derrota es el día más importante en
el calendario nacional serbio. En el monumento que conmemora esta batalla se
encuentra una inscripción que reza: "todo aquel que sea serbio o de origen
serbio y no venga a luchar a Kosovo, que se quede sin descendencia, ni
masculina ni femenina".
Pero los albaneses lucharon al lado de los serbios en la
batalla de Kosovo. De hecho, precedieron a los serbios en la región. Los
serbios se instalaron en los Balcanes junto con otras tribus eslavas en los
siglos VII y VIII. Sin embargo, los albaneses son descendientes de los antiguos
ilirios, que llegaron a la zona al menos 1.500 años antes.
La presencia albanesa en Kosovo ha variado con el paso
de los años. Durante la época de esplendor serbio, los albaneses eran una
minoría, pero en otros periodos han sido la fuerza predominante. Durante el
dominio otomano, que llegó hasta el comienzo del siglo XX, muchos albaneses
emigraron a Kosovo. El nacionalismo albanés moderno nació en Kosovo con la
creación de la Liga de Prizren en 1878, cuya intención era mantener al pueblo
albanés unido en un sólo Estado, haciendo frente a las diversas particiones de
las tierras albanesas.
Cuando Kosovo fue integrado en Yugoslavia, país surgido
de las cenizas del Imperio Austro-Húngaro en 1918, los serbios regresaron en
masa y los albaneses fueron expulsados por la
fuerza. Pero durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los serbios se vieron forzados a huir. La mayor parte de la península de los Balcanes estaba entonces controlada por las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón).
fuerza. Pero durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los serbios se vieron forzados a huir. La mayor parte de la península de los Balcanes estaba entonces controlada por las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón).
Kosovo, la parte occidental de Macedonia y Albania
quedaron bajo jurisdicción de Italia. Esta acción creaba de hecho una ‘Gran
Albania’ que abarcaba la mayor parte del territorio donde vivían los albaneses,
al margen de las fronteras políticas anteriores.
Kosovo fue devuelta a Yugoslavia después de la Segunda
Guerra Mundial. La Constitución yugoslava de 1946 otorgaba a esta región, así
como a la de Voivodina, un estatus de autonomía dentro de Serbia. Durante el
periodo de postguerra los serbios siguieron siendo una minoría en Kosovo, pero
controlaban las fuerzas de seguridad y la policía provincial.
Josip Broz Tito permitió el uso de la lengua albanesa en
las escuelas y universidades de Kosovo. En 1974, una nueva Constitución elevó a
Kosovo la categoría de ‘provincia constituyente’. Aunque quedó oficialmente
integrada dentro de Serbia, Kosovo funcionó virtualmente como una república
yugoslava de pleno derecho, con su propia representación en la presidencia
colectiva de ocho miembros de la Federación.
La agitación nacionalista creció en Kosovo durante la
década de 1980. En la primavera de 1981, los albaneses promovieron
manifestaciones exigiendo que se otorgara a Kosovo el rango de una república
federada yugoslava plena. Los mítines fueron reprimidos violentamente por el
Ejército y la policía serbia y decenas, quizás cientos, de albaneses kosovares
fueron asesinados. Los serbios que vivían en Kosovo denunciaron, por su parte,
que estaban siendo maltratados por la mayoría albanesa.
Slobodan Milosevic, como presidente de Serbia, proyectó
una revisión constitucional que suprimió la autonomía de Kosovo. Los albaneses
kosovares se vieron obligados a firmar juramentos de lealtad a Serbia para no
perder sus puestos de trabajo. Muchos fueron despedidos. Entre otras medidas,
se suspendió la enseñanza en la lengua albanesa en las escuelas de Kosovo.
En junio de 1989, en el 600 aniversario de la batalla de
Kosovo, ante un millón de serbios llegados de todo el mundo hasta el Campo de
los Mirlos, Milosevic se jactó de que Kosovo formaría parte de Serbia para
siempre. No hizo mención de la mayoría albanesa de la provincia, ni habló de
necesidad alguna de cooperación interétnica o de una reconciliación.
Los líderes albaneses kosovares respondieron incitando a
su pueblo a detener la cooperación con el gobierno de Belgrado, capital de
Serbia y de la República Federal de Yugoslavia. En 1990, los dirigentes
kosovares promulgaron una ‘Declaración de Independencia’ y proclamaron de
manera unilateral el establecimiento de una ‘República de Kosovo’. Organizaron
un Estado paralelo, independiente de la República federal, con su propio
parlamento, sus propias escuelas y clínicas, e incluso su propio sistema
impositivo. Los albaneses kosovares no tuvieron otra elección que usar la
moneda, los pasaportes y los servicios postales yugoslavos, pero boicotearon
otras instituciones estatales.
En unas elecciones clandestinas celebradas en mayo de
1992, los votantes albaneses kosovares eligieron como presidente a Ibrahim
Rugova, profesor de literatura educado en Francia, ferviente defensor de los
métodos no violentos en la contienda política, quien aconsejó paciencia y
convenció a su pueblo de que la comunidad internacional forzaría a Serbia a
otorgar la independencia a Kosovo.
Pero la atención del mundo a comienzos de la década de
1990 estaba centrada en Bosnia. Aunque los líderes occidentales elogiaron a
Rugova por su adhesión a la no violencia, no apoyaron la lucha independentista
de los albaneses kosovares. Como consecuencia, Rugova y otros dirigentes
kosovares lograron pocos avances en sus objetivos políticos. Debido al
debilitamiento del liderazgo albano-kosovar, los Acuerdos de Dayton no trataron
la situación de Kosovo.
Hacia 1996, muchos albaneses kosovares acusaban de
pasivo a Rugova. Sobre todo los jóvenes manifestaban claros deseos de emplear
la desobediencia civil e incluso de desafiar a la policía serbia, que entonces
actuaba con acusada brutalidad. En diciembre de ese año, la Asamblea General de
Naciones Unidas votó una resolución por la que se exigía al gobierno yugoslavo
la puesta en libertad de los presos políticos de Kosovo, el cese de la
persecución a las organizaciones defensoras de los derechos humanos, el respeto
a la voluntad de los albaneses y un intento de diálogo con sus representantes.
Estas demandas fueron ignoradas.
A comienzos de 1997, se produjo en la vecina Albania un
estallido social, tras el fraude del denominado sistema financiero piramidal,
por el que mucha gente perdió todos los ahorros de su vida. Las comisarías de
policía albanesa fueron asaltadas y desaparecieron más de un millón de armas.
Muchas de ellas acabaron en la frontera de Kosovo. En el plazo de algunos
meses, se armó a la milicia kosovar que empezó a atacar las comisarías serbias
de la provincia. Las autoridades serbias en Kosovo respondieron con una
represión aún mayor.
El Ejército de liberación de Kosovo, hasta esta fecha
casi desconocido, hizo su primera aparición pública en noviembre de 1997, al
atribuirse los ataques contra la policía serbia en Kosovo, quien devolvió el
golpe con violencia: el 28 de febrero, atacó varios pueblos donde se
consideraba que el ELK tenía sus bases de operaciones. En menos de una semana,
al menos 82 albaneses habían sido asesinados, entre ellos mujeres y niños. La
sangrienta represión sólo logró sumar adeptos a la causa del ELK.
Tres meses más tarde, la policía serbia y las fuerzas
armadas yugoslavas lanzaron otra ofensiva mayor en Kosovo, esta vez en el
territorio limítrofe con Albania. El objetivo de la operación era obtener el
control pleno de la región fronteriza, a fin de bloquear el suministro de armas
a los rebeldes. Pueblos enteros fueron bombardeados indiscriminadamente y las escenas
recordaban a los primeros días de la guerra de Bosnia.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR) informó, en junio, que esta operación había forzado a más de
40.000 albaneses kosovares a abandonar sus hogares y huir para salvar sus
vidas. Robert Gelbard, enviado especial del presidente de Estados Unidos en la
antigua Yugoslavia, explicó ante un comité del Senado que lo que las fuerzas
serbias estaban haciendo "se parece terriblemente a una limpieza étnica;
han estado intentando expulsar a la población de Kosovo y conducirla a
Albania". La limpieza étnica se refiere a un programa organizado para
purgar un territorio de un grupo étnico no deseado.
La respuesta
internacional
Las potencias mundiales habían estado poco dispuestas a intervenir
en Bosnia-Herzegovina, debido a que no veían sus intereses estratégicos
amenazados. Sin embargo, la posibilidad de que una guerra en Kosovo pudiera
extenderse más allá de sus fronteras era una opción bastante obvia.
Los ministros de defensa de la OTAN ordenaron el 11 de
junio a sus comandantes en jefe elaborar planes para una posible intervención
en Kosovo y sus alrededores. Al día siguiente, los ministros de Asuntos
Exteriores del Grupo de Contacto exigieron a Milosevic, presidente de la República
Federal de Yugoslavia, que diera la orden de retirada de sus fuerzas de
seguridad de todas las zonas de Kosovo donde se había realizado operaciones
represivas contra los civiles albaneses.
Occidente consideró a Milosevic como principal
responsable del empeoramiento de la crisis de Kosovo, en gran parte debido a
que las autoridades serbias habían sometido a la etnia albanesa de Kosovo a
políticas de segregación durante casi una década. Se enviaron negociadores a
Belgrado con la intención de persuadir a Milosevic para que iniciase
conversaciones serias de paz con los dirigentes albaneses kosovares.
Pero la diplomacia sobre Kosovo se hizo cada vez más
complicada. A diferencia de Bosnia, que internacionalmente era reconocida como
un país soberano, a Kosovo se le considera todavía como parte de Serbia.
Cualquier intervención de la OTAN en la zona contra los deseos de la República
Federal de Yugoslavia podría ser interpretada como un acto de guerra. Varios
mandatarios de la OTAN llegaron a la conclusión de que la Alianza no podía
actuar en la provincia sin un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, donde
Rusia estaba tratando de imponer su veto para bloquear tal aprobación,
proponiendo una solución que fuera vía diplomática.
Además, Rugova y otros dirigentes albaneses declararon
no estar dispuestos a un diálogo con la República Federal de Yugoslavia hasta
que Milosevic ordenara el fin de la represión policial en Kosovo. Otro problema
fue el creciente poder del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). En febrero
de 1998, Gelbard había calificado al ELK como un "movimiento
terrorista", lo que llevó a Washington a afirmar que sólo se colaboraría
con Rugova y con los representantes albaneses kosovares que hubiesen sido
democráticamente elegidos. Así que, cuando Milosevic manifestó que conversaría
con Rugova pero no con el ELK, Estados Unidos y otros gobiernos occidentales
apenas pudieron poner objeciones, incluso aunque el ELK se hubiera convertido
en una fuerza con la que era imprescindible contar, ya que controlaba más de un
tercio del territorio de Kosovo.
El proceso de negociación llegó al caos en julio, cuando
un portavoz del ELK declaró a un periódico de Pristina que no existía partido
político en Kosovo que tuviera derecho a usurpar la voz del ELK, que su movimiento
no reconocía a Rugova como presidente, y llamó a los albaneses kosovares a
aceptar que el ELK era un ejército nacional que operaba en un estado de guerra.
Sugirió que no había nada que negociar con los líderes serbios y rehusó
explicar otra cosa que no fuera que el ELK buscaba la independencia de Kosovo.
Por su parte, Rugova negó que el ELK fuese una voz
independiente en Kosovo y rechazó una propuesta de otros líderes albaneses
kosovares para la creación de un Consejo Nacional Albanés de Kosovo que incluyera
a representantes de todos los partidos y fuerzas kosovares, entre ellos el ELK.
Hoolbroke y Gelbard habían llegado, por entonces, a la
conclusión, de que necesitaban empezar un contacto directo con el ELK, pero se
encontraron con la oposición europea, fiel a Rugova. El gobierno griego,
temeroso del desarrollo del movimiento guerrillero kosovar, apeló a la
comunidad internacional para mantener una postura firme frente al ELK.
Las circunstancias cambiantes han dado lugar a una la
situación cada vez más difícil y casi es imposible imaginar un acuerdo político
para Kosovo que pueda satisfacer a todas las partes. Ni la República Federal de
Yugoslavia ni los albaneses kosovares deseaban aceptar la vuelta de Kosovo a
una situación de autonomía similar a la mantenida hasta 1989, que es, en
resumen, la propuesta de la comunidad internacional. Las autoridades serbias
insisten en que la provincia tiene que seguir como parte integrante de Serbia,
mientras que los albaneses kosovares solo aceptan la plena independencia.
Los gobiernos occidentales se han opuesto firmemente a
la secesión completa de Kosovo, temerosos de que pueda llevar a los
serbobosnios a exigir similares derechos separatistas en Bosnia, con lo que los
Acuerdos de Dayton quedarían invalidados. Más alarmante ha sido aún la
perspectiva, manifestada informalmente por varios comandantes del ELK, de que
los rebeldes cuentan con el apoyo de los albaneses que habitan en los países
vecinos para iniciar la lucha por una ‘Gran Albania’, que abarcaría todo el territorio
donde vivan albaneses, tal como la Liga de Prizren había propuesto en 1878. Una
campaña de estas características implicaría una guerra a escala regional.
Ni los serbios ni el ELK parecen capaces de una victoria
militar. El combate en Kosovo ha estado costando a la República Federal de
Yugoslavia casi 2 millones de dólares al día, según estimaciones de los
servicios de inteligencia estadounidenses, y las reservas de la tesorería
gubernamental caen alarmantemente. Por su parte, los rebeldes albaneses
kosovares no se encuentran en una posición lo bastante fuerte como para
defender el territorio frente a una posible operación militar coordinada de sus
adversarios serbios.
En setiembre de 1998 la OTAN da un
ultimátum al presidente yugoslavo Slobodan Milosevic para que detenga la
violencia en Kosovo si no quiere enfrentarse a ataques aéreos.
La "enorme guerra aérea" ensayada
por primera vez por la OTAN sobre la República Federal de Yugoslavia y Kosovo,
provocó nuemerosos daños materiales y enormes bajas entre la población civil. A
pesar de los bombardeos de la OTAN, el ejército yugoslavo al fin de la guerra,
todavía dispone del 80 al 90 por ciento de sus tanques, el 75 por ciento de los
sofisticados proyectiles tierra-aire y con 380 de los 450 aviones MIG con que
contaba al comienzo de la guerra, según estimaciones de fuentes militares
estadounidenses divulgadas en Washington.
La OTAN -amparada en el acuerdo de Dayton
de 1995, en el que Belgrado se comprometía a respetar los derechos humanos y
aceptar el monitoreo internacional del proceso- justificó su intervención
militar en la región como un estrategia para detener la violación de los
derechos humanos, por parte de la República Federal de Yugoslavia en Kosovo, y
para obligar al gobierno en Belgrado a regresar a la mesa de negociaciones,
minando su capacidad de gobierno para cometer estos actos.
Con esta actitud, la propia OTAN estaba
incurriendo en una violación al derecho Internacional Público, debido a que es
el Consejo de Seguridad de la ONU quien tiene la responsabilidad primaria para
el mantenimiento de la paz y seguridad internacional, y en lugar de ubicarse en
un punto equidistante para la resolución del conflicto, tomó partido por una de
las partes en pugna.
La intervención de la OTAN, consolidó el
consenso del "pueblo serbio", que logró revertir hacia la OTAN la
acusación de estar haciendo "etnopolítica". Por otro lado, la
intervención dio la posibilidad a Milosevic de intensificar la destrucción y el
vaciamiento de Kosovo, y de presentarla como una respuesta legítima frente a
los bombardeos. De hecho, el número de refugiados, tanto en Kosovo como en
Yugoslavia, aumentó significamente con el inicio de los bombardeos.
Robert Hayden, director del Centro de
Estudios para Rusia y Europa del Este, de la Universidad de Pittsburgh, ofreció
un pequeño resumen de los efectos de la "enorme guerra aérea":
"las bajas de civiles serbios en los tres primeros meses de guerra son más
altas que todas las bajas producidas en ambos bandos en Kosovo durante los tres
meses que llevaron a esta guerra, y sin embargo, se suponía que esos tres meses
habían sido una catástrofe humana".
El fin de la guerra supuso la retirada de
las tropas yugoslavas de Kosovo y la llegada de los soldados de una fuerza
internacional de paz liderada por la OTAN.
La situación, sin embargo, no deja de ser
irónica. Hasta hace poco, eran los albaneses -víctimas de la "limpieza
étnica" serbia- quienes dejaban la provincia. Concluída la guerra, son los
serbios los que se van. Pese a que la fuerza de paz tiene por cometido
verificar el regreso de los refugiados y velar por la minoría serbia de los
intentos de venganza albaneses, la mayoría de los serbios desconfían de esa
promesa.
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