El
16 de julio de 1950, el fútbol uruguayo realiza su mayor hazaña: el
"maracanazo". Ante una multitud de 200.000 personas, enfervorizada y
segura de la coronación de los suyos, el equipo celeste asombra al mundo y
estremece a todo Brasil, sumiéndolo en la tristeza y la frustración.
La
Segunda Guerra Mundial supuso un alto en la mayoría de las actividades
deportivas internacionales y la Copa del Mundo no volvió a jugarse hasta 1950,
en Brasil.
Inglaterra
participó por primera vez, pero sufrió la humillación al perder 1-0 contra
Estados Unidos y ser eliminada en la primera ronda.
Uruguay volvió a ganar el
torneo batiendo en la final a Brasil.
El 16 de junio de 1950, el fútbol
uruguayo vuelve por sus fueros y conquista una de las más impactantes hazañas.
Ante una multitud que se estimó en 200.000 personas, enfervorizada y segura de
la coronación de los suyos, el equipo celeste asombra al mundo y estremece a
todo Brasil, sumiéndolo en la tristeza y la frustración.
Jugando
mejor el equipo brasileño, el primer tiempo termina cero a cero. A los seis
minutos del segundo tiempo, tiembla Maracaná al convertir Friaca. Todos
creyeron que era el inicio de la victoria. Ante el asombro general a los 16
minutos Schiaffino alcanza el empate. Ese resultado beneficiaba al equipo
local, que de esa manera se coronaría por primera vez en su historia campeón
del mundo. Pero a los 37' Ghiggia pone el 2 a 1. Un profundo silencio invade el
monumental estadio.
Apenas
terminó la final de Brasil '50, Jules Rimet, el presidente de la FIFA, se llevó
una desagradable sorpresa. Tras la derrota de los locales frente a Uruguay, el
creador de los mundiales tuvo que improvisar un confuso acto de entrega de la
copa a los ganadores. Y es que los dirigentes brasileños lo habían dejado solo:
ante la inesperada caída de su equipo, se habían fugado todos del Maracaná.
"Todo
estaba previsto, menos el triunfo de Uruguay. Al término del partido yo debía
entregar la Copa al capitán del equipo campeón. Una vistosa guardia de honor se
formaría desde el centro del campo, donde estaría esperándome el capitán del
equipo vencedor (naturalmente, Brasil). Preparé mi discurso y me fui a los
vestuarios pocos minutos antes del final (estaban 1 a 1 y el empate clasificaba
campeón a los brasileños). Cuando caminaba por los pasillos se interrumpió el
griterío infernal. A la salida del túnel, un silencio desolador dominaba el
estadio. Ni guardia de honor ni himno nacional ni discurso ni entrega... En el
tumulto, descubrí a Obdulio Varela, el capitán uruguayo, y casi a escondidas,
le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano, pero sin poder decir
una sola palabra". (Relato de Jules Rimet, presidente de la FIFA,
recordando la ceremonia del "Maracanazo" uruguayo en el Mundial de
1950).
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